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11 mayo de 2020

Por Alberto Benegas Lynch Doctor en Economía

Observamos con estupor que después de 4.000 años de fracasos reiterados con los controles de precios por parte de aparatos estatales, en algunos lugares se sigue con esa manía y en medio de una situación grave como es la pandemia que a todos nos envuelve.

En todos los casos, el referido control de precios conduce a faltantes artificiales puesto que precios menores a los de mercado hacen que haya más gente que puede adquirir el producto en cuestión pero no por el hecho del control las estanterías se multiplican por arte de magia. Más aun, tienden a contraerse puesto que los productores que estaban en el margen, al achatarse el precio, se contraen sus márgenes operativos y desaparecen del mercado con lo que se agudiza el faltante, al tiempo que los precios relativos se desdibujan con lo que la asignación de los siempre escasos factores productivos son impulsados en direcciones ineficientes. Esto último indefectiblemente se traduce en salarios e ingresos menores debido al consecuente despilfarro.

Decimos que esto ocurre en todos los casos pero en situaciones extremas como un tsunami, un terremoto, una guerra o una pandemia se hace especialmente grave y destructivo el faltante de elementos esenciales para la supervivencia y para afrontar el problema. Se dice equivocadamente que no debe permitirse que comerciantes se aprovechen de la situación delicada por la que se atraviesa. Pero es que de eso se trata: todos los que venden un bien o prestan un servicio es porque se aprovechan de las correspondientes necesidades. El panadero se aprovecha de la necesidad de pan, el farmacéutico de la necesidad de medicamentos para gente enferma, el vendedor de teléfonos de la urgencia en comunicarse de sus clientes y así sucesivamente.

Cuando un bien se hace más escaso que de costumbre es indispensable que suba el precio para llamar la atención de otros para ingresar al mercado e incrementar el abastecimiento. De lo contrario, se condena a la gente a quedarse sin lo que necesita.

Se critica también la especulación sin percatarse que todos los seres humanos somos especuladores puesto que la acción misma revela ese hecho. En este momento estoy especulando con que esta nota me salga clara (y el lector que no perderá el tiempo con su lectura), el que estudia especula con graduarse, el que viaja especula con llegar a destino, el comerciante especula con obtener una ganancia y el consumidor especula con la satisfacción de su demanda. Es cierto que el que asalta un banco también especula con que el atraco le salga bien lo cual debe ser castigado, pero todas las actividades lícitas que surgen de usar y disponer de lo suyo deben ser respetadas. Al fin y al cabo la Justicia es “dar a cada uno lo suyo”, lo cual remite a la institución de la propiedad.

Resulta clave que los planificadores estatales dejen de lado su arrogancia al pretender la administración coactiva de vidas y haciendas ajenas y centren su atención en la protección de derechos en el contexto de la antedicha Justicia. La soberbia estatista conduce a cataclismos de diversa magnitud, especialmente para el bolsillo de los más débiles. Pensemos que la tierra gira sobre su eje a 1.600 kilómetros por hora y en torno al sol a 30 kilómetros por segundo y sin piloto. Hay procesos naturales como la coordinación de actividades económicas vía los precios que se basan en el conocimiento disperso y fraccionado entre millones de personas y cuando irrumpen los aparatos estatales en estos menesteres concentran ignorancia.

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