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El Mercosur es víctima de los desvaríos de la política

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04 mayo de 2020

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Ni la Ley de Murphy habría sido de gran ayuda a la hora de pasar en limpio la riña de gallos que protagonizaron días pasados los gobernantes de Brasil y Argentina o los términos que sirvieron para enredar el debate acerca de la futura negociación de acuerdos individuales de libre comercio del Mercosur con Canadá, Corea del Sur, India, Líbano y Singapur.

Según distintas versiones, nuestro país cuestionó la oportunidad de profundizar la liberalización del intercambio ante los embates de la recesión y desocupación que azotan al planeta, alegando el riesgo de que la demanda agregada pospandemia produzca gigantescas oleadas de importación a precios de remate. El mensaje dejó atónitos y desalentados a los restantes miembros del Tratado de Asunción, quienes entendieron que el país deseaba quedar al margen de este esfuerzo, una idea que produjo confusión e inquietud política.

El jueves 30 circuló una segunda información de la Cancillería acerca del referido debate, cuyo texto dio por confirmado que Argentina será parte de todas las negociaciones del Mercosur. Hasta ahí, el mensaje podía leerse como “la casa está en orden”. El problema es que la Cancillería también aclaró que la intención era participar a un ritmo diferente, ciñéndonos a una agenda diferencial de dos tiempos. Otra vez a fojas cero.

En cualquier negociación de libre comercio, las partes establecen la canasta de bienes y servicios que desean liberar; los productos y servicios que son sensibles y van a quedar sujetos a cuota o tratamiento especial; el arancel inicial, el arancel final y los plazos y condiciones arancelarias y no arancelarias del ejercicio. Hay dos “trampas”. Lo que decidan los miembros del acuerdo debe ser consistente con las reglas de la OMC. Y uno debe conocer y aplicar esas reglas.

Que Argentina realmente desee negociar una agenda de liberalización diferente, sin hacer una negociación por su cuenta, si eso fue lo que realmente se explicó a la mesa, no tiene nada de malo. Que valga o no la pena armar escándalo por algo que tiene sencilla solución, es tema de alta sabiduría política y por lo tanto un asunto que me supera. Pero la cosa se complica si ciertos elementos en debate pueden interpretarse que negociar a dos velocidades, es negociar por separado. Una voz experta probablemente hubiera evitado hacer una tragedia griega de una cosa simple.

Esos hechos nos llevan a reflexionar acerca de las ideas y el método de trabajo que sobrevuela en el gobierno. El episodio reflotó una escena cuyo origen es conocido y perturbador: la noción de que las malas lecturas políticas generan conflictos donde no los hay y la necesidad de reconducir con inteligencia la compulsión a opinar antes de medir donde nos deja cada decisión mal parida. A nuestro juicio el remedio exige combinar muñeca, músculo y experiencia para sustituir los actuales conflictos dogmáticos que patrocina cada gobierno del Mercosur, por un consenso regional orientado a concretar proyectos tangibles y acotados al plano del comercio, la inversión y la infraestructura.

¿Es ese el significado de tener la casa en orden?. No. Orden supone establecer consistencia profesional y política al procesarlos insumos que recibe la Cancillería de las áreas con responsabilidad primaria sobre las políticas sectoriales y mostrar oficio al convertirlos en consistentes mensajes o acciones de política internacional. Otro indicio de orden sería que los ministerios y embajadas multifuncionales opten por hablar con quien corresponde, no con quienes prefieren. Orden también implica que el Ministerio deje de ser un mero correo de un gobierno que fabrica su mirada internacional en conclaves que no siempre sesionan en su edificio ni son supervisados por gente que entiende los detalles y entretelones de la política exterior, sin por ello cuestionar a los partícipes o comodines vocacionales. Lo dicho únicamente tiene sentido si la Cancillería se pone en la cabina de mando y hace lo que tiene que hacer. Y si la cúpula del poder entiende que una Cancillería y un Canciller son suficientes.

El caos del Ministerio no es nuevo. Atravesó varios gobiernos y casi siempre fue utilizado para vaciarlo de funciones y descabezar el plantel de los mejores cuadros profesionales. Con la salvedad de que lo que pasa en Buenos Aires viene de la Casa Rosada, o de Ministerios sectoriales. Distinto es el caso de Brasil, donde un influyente superministro parece bajar línea a discreción sobre la base de enfoques más apegados a la teoría económica que a la realidad circundante.

A esta altura uno se pregunta qué esperan los miembros del Mercosur para usar y acoplarse a los refinamientos de las reglas de defensa de la competencia tanto con los insumos propios como con las ideas creativas adoptadas por la Unión Europea, Estados Unidos y Japón en materia de dumping y subsidios (algún progreso ya hubo). A los efectos de negociar acuerdos de libre comercio, es también necesario saber acerca de reglas de origen y valoración en aduana, comercio de Estado, normas unilaterales, obstáculos técnicos, propiedad intelectual, medidas sanitarias, medio ambiente, cambio climático, estándares laborales y otros pasatiempos del oficio. Esa es la vida real, lo otro es honrar a Manuela (propuesta de Horacio).

Además, cabría sugerir que los cuatro miembros históricos del Mercosur traten de entender cómo quedará el escenario de reglas y concesiones si alguien plantea en serio la partición circunstancial del Tratado de Asunción y esa división roza los derechos y obligaciones que emanan de los Artículos XXIV del GATT y el V del Acuerdo General sobre Servicios (y normas complementarias).

Tampoco me faltan reparos hacia la noción y ventajas de proponer aperturas económicas unilaterales como las que esgrime el ministro brasileño Paulo Guedes. Ese paseo no es gratis y no asegura que la receta permita obtener un secular efecto benéfico desde el punto de vista competitivo. Además supone entender que eso es ir a la guerra sin armas.

Argentina exhibe bastante experiencia para hablar sobre el tema, ya que en la Ronda Uruguay del GATT consolidó unilateralmente casi todas sus concesiones globales y sustantivas de servicios, y sectores sensibles de bienes, con el fin de blindar la apertura económica mediante candados externos, aporte que fue recibido con general beneplácito pero con cero reciprocidad por las restantes delegaciones de la que sería la futura OMC. Sus representantes no pudieron menos que agradecer la incompresible generosidad del ministro Domingo Cavallo.

Sin embargo, en el mundo codicioso de la negociación comercial, si uno obsequia su capacidad de regateo se hace cuesta arriba pedir reciprocidad a favor de concesiones de interés nacional. ¿Por qué los miembros concernidos pagarían por ver, como en el póker, si ya recibieron sin costo alguno todo el pozo que estaba sobre la mesa? Estas cosas no son tan difíciles de entender si uno pone un poquito de atención y apela al conocimiento, no a las analogías. Aunque parezca mentira la OMC no es Cáritas.

¿Entienden los proponentes de este debate, que el Mercosur habrá de tener contrapartes como Canadá o Corea del Sur, cuyo piso de negociación será el paquete que ya acordaron en sendos acuerdo de libre comercio suscriptos con Estados Unidos, la Unión Europea, y México? ¿Alguno de los gobiernos se tomó el trabajo de comparar el contenido de los acuerdos de “nueva generación” suscriptos últimamente con sus propias ideas, si es que tales ideas existen? ¿Saben cómo interpretar la exhortación de “firmar y firmar” nuevos acuerdos, que acaba de proponer el nuevo Comisionado de Comercio de la UE (cuya dirigencia política hasta el momento se niega heroicamente a poner agricultura sobre la mesa)? ¿Entienden que los acuerdos de nueva generación progresan gradualmente por el factor hegemónico de esas negociaciones y por la onda mercantilista que prevalece en el mundo?

¿Entienden que la agricultura es tabú para Corea del Sur (ver el Anexo 5 del Acuerdo sobre Agricultura de la OMC, que me ofrezco a explicar) y que lo que desea importar del sector agrícola se lo compra a Estados Unidos por ser un gesto recíproco de costo cero a fin de pacificar los arrebatos de Donald Trump y sus apóstoles?

¿Conocen nuestros negociadores cual fue el alcance del único acuerdo de libre comercio que Trump logró enmendar antes del nuevo Nafta, que fue el mencionado con Corea del Sur (Korus), donde el insumo principal y casi único del texto ajustado fue aceptar que Washington amplíe la larguísima vigencia temporal de los descomunales aranceles de importación que aplica a las pick-ups y camiones, así como para generar compras agrícolas dirigidas a ese país por el “delito” de tener superávit comercial?.

Va de suyo que cualquier duda fundada acerca de que el gobierno argentino está decidido a patear el tablero del Mercosur, puede significar el cierre de fuentes de trabajo y menor prosperidad, no un reaseguro para la economía nacional. Eso no significa aceptar cualquier propuesta dogmática de libre comercio. La factibilidad y adaptación económica a esos acuerdos es algo que debe ser resuelto antes o durante las negociaciones, no en la etapa de aplicación de los compromisos adquiridos. Estas apuestas tampoco sirven de mucho sin identificar el GPS y el perfil de país que veremos desaparecer y de los sectores que integrarán del país naciente, ya que lo contrario sería patrocinar el suicidio económico-social.

Con sólo nueve años de servicio en Canadá, me puse a pensar cuáles son las reglas y cuáles son las oportunidades ofensivas del Mercosur en ese mercado. Teóricamente muchas, pero las teorías no generan divisas ni son comestibles.

Canadá es un respetable e importante exportador agropecuario, bastante competitivo y sagaz, con excedentes similares a los de zona templada aunque su clima no es templado. También es un gran exportador de petróleo crudo, energía (eléctrica, núcleo-eléctrica, hidroeléctrica y eólica a través de interconexiones con gigantescas redes de Estados Unidos) y otros minerales a gran escala, más madera y papel. De aviones, si Bombardier no quiebra un día de estos, de servicios y algunos temas de alta tecnología como ingeniería compleja e informática. A primera vista, somos economías más competidoras que complementarias.

Para saber dónde estamos parados en ese juego, sería simpático conocer nuestra verdadera oferta exportable. ¿La tenemos? ¿Están los socios del Mercosur en condiciones de entrar a las estanterías de las cadenas de supermercados o de vender a las industrias que abastecen al consumo canadiense?

¿Están dispuestos los exportadores del Mercosur a pagar una parte de las campañas de publicidad para asegurar la presencia de sus productos en las góndolas (no es una pregunta mía, sino de directivos de esas cadenas)? ¿Existe genuino mercado para exportar productos de escasa industrialización? ¿Está listo el Mercosur para firmar abajo en un texto que se elabore con las reglas y condiciones arancelarias y no arancelarias del Ceta que Ottawa suscribió con la UE o para adoptar las reglas del nuevo Nafta? Sugiero leer esos acuerdos antes de responder a las preguntas.

Medios para satisfacer cada uno de esos requisitos existen, pero ello supone pensar en grande, en equipo y ser competitivos los 365 días del año, no cuándo se le da la gana a las brillantes conductores de nuestros bancos centrales. Ni cuando les da la gana a quienes controlan de hecho la actividad y el costo de los servicios de infraestructura de cada miembro del Mercosur en el ámbito del transporte terrestre, ferroviario, naviero, portuario y aeronáutico.

Preguntas similares se extienden al caso coreano. ¿Qué futuro puede tener la industria automotriz y de autopartes del Mercosur si entra a tallar Corea? Yo diría que la respuesta válida sólo puede llegar de especialistas como Cristiano Rattazzi que tienen conocimiento global del sector, el que en estos días hace agua por todos lados y en todos lados.

Tanto para el caso canadiense como el coreano, se ensayaron algunos estudios oficiales conjuntos y fichas de posición desde 2009. Ese trabajo es sólo el prólogo de lo que hay que hacer. Creo que sería fundamental iniciar un ejercicio pragmático y a cara descubierta de evaluación de ambos mercados, para ver si podemos convivir con las reglas que ellos tienen en mente y determinar qué margen de negociación queda a la luz de sus existentes obligaciones. No entiendo por qué Japón y Vietnam no están en la lista, pero Líbano sí. India es un mercado importantísimo, pero se impone conocer en detalle las reglas escritas y no escritas para acceder y operar en su complejo territorio aduanero. Espero reconectarme en siete días.

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