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Alimentando al familiar

Lo cierto es que la historia de la deuda externa en estos 45 años no ha servido para el desarrollo de la Nación. ¿Por qué? Respuesta simple: porque en cuatro décadas la deuda no ha sido pensada para el desarrollo del país. Más bien, “sirvió” para profundizar los males.

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Carlos Leyba 08 mayo de 2020

Por Carlos Leyba

La versión criolla de la leyenda “del familiar” señala que el viborón, con cabeza entre humana y caprina, llora como un niño tierno.

Es una señal que se cruza en el monte, a la vera de un arroyo, detrás de una piedra.

Algunos, “cruz diablo”, huyen y renuncian a la fortuna fácil. Saben de la lluvia de bienes. Pero también de las consecuencias que maltrae.

Otros sucumben. La fortuna atrae. Lo traen a casa. Deben esconderlo. Que nadie conozca el lenguaje de la artimaña. Nada transparente.

La leyenda dice que quien lo cuida debe alimentarlo con lo mejor que tenga. La vaca más gorda, el trabajador más dispuesto, lo mejor que se disponga.

Mientras cumpla tendrá fortuna. Si hubiera un mínimo abandono, la venganza será terrible. El familiar llevará el alma al mismo diablo, y la vida desalmada no será vida.

La deuda externa es nuestro familiar.

Corrían los primeros meses de 1974 posteriores a la crisis del petróleo. En la reunión de Roma del FMI, comisionistas de banqueros árabes enriquecidos, líquidos, pugnaban por que Argentina abriera la puerta a un crédito extraordinario por dimensión, costo y plazo.

Nos ofrecían una fuente de juventud que, por una comisión, brindaba dinero ya y longevidad.

Longevidad en el ejercicio del poder: con esos créditos se compraría tiempo, se alejarían los problemas y todo aquello que había que hacer podría hacerse sin que la dureza de la realidad se empecinara en impedirlo.

El crédito en dólares todo lo da. Como el familiar. Pero, ¿a cambio de qué?

Emparentada con estas mieles recuerdo a un consultor, consejero del primer candidato de Cristina Kirchner, que sostenía su fórmula del buen gobierno. Consistía en que, en los años pares -los electorales- el atraso cambiario garantizaba los votos de la clase media al grito de “deme dos”. Sea en Miami o al ritmo de “Ahora 12” de eléctricos o electrónicos integrados al 70% por partes importadas. Naturalmente a esos encantos seguirá siempre el inevitable desbalance comercial, como un mantra que invocará la “necesidad del endeudamiento”.

El familiar, primero fortuna, luego dame el potencial.

Entonces “el endeudamiento” se hará presente exigiendo la entrega de “lo más preciado”.

En 1974 ese crédito fue rechazado. La historia de nuestra deuda externa (que es la historia contemporánea de nuestros defaults) empieza después.

Gobiernos, de distinto origen y orientación política, pero emparentada filiación económica, sucumbieron al llanto tierno del familiar. La fácil.

La deuda externa es la materia prima del más extremo “populismo” imaginable practicado. ¡Qué insólito! Por los que condenan habitualmente al populismo.

Si se entiende por “populismo” la acción políticamente irresponsable de esconder la basura debajo de la alfombra, para que el que después venga asuma la tarea de limpiarla. No se conoce ejemplo más claro de populismo que la “deuda externa”.

La paradoja argentina es que la deuda externa siempre ha sido gestionada por economistas que, sin rubor, han endeudado al país a tasas de interés impagables.

Impagable es toda deuda que se pacta a una tasa de interés mayor que el crecimiento proyectado del PIB y de un PIB que no se proyecta con aumento de exportaciones ni sustitución de importaciones, sea de bienes o de servicios.

Es notable que en estos días (ensombrecidos por la pandemia y oscuros por la deuda externa) y en los días anteriores, entre los expertos principalmente consultados por los medios se destacan quienes han comandado, o ejecutado, el proceso de endeudamiento externo, siempre pagando tasas imposibles que más que duplicaron las tasas de crecimiento del país.

Los mismos profesionales que siempre sostuvieron políticas de atraso cambiario, que multiplicaron los déficit comerciales o que siempre alentaron la liberalidad en la fuga de capitales, o la liviandad en el uso de recursos externos escasos para el pago de servicios que, sometidos a un escrutinio razonable, jamás podrían haberse erogado.

Con esos consejeros toda mirada al futuro se ensombrece.

En el proceso de deuda, con todas esas concesiones exigidas (atraso cambiario, fuga de capitales, desindustrialización) el familiar se alimentaba mientras internamente se brindaba al aplauso electoral por la bonanza efímera e importadora, celebrada por el coro de los simplificadores que, por otra parte, a veces, han estado de ambos lados del mostrador.

Los que diseñaron los gigantescos negocios de las bicicletas financieras, pagando tasas exorbitantes para atraer capitales especulativos. Los que otorgaron los dólares a precios irrisorios cuando la demanda de los que huían sacaba chispas por la velocidad a la que escapaban son los mismos que habían negociado o negociaban los créditos otorgados al país. Y hasta algunos asesoraron a los financistas que otorgaban esos créditos.

¿Los incentivos “de mercado” estaban para servir “al familiar” o al país?

Lo cierto es que la historia de la deuda externa en estos 45 años, la que forjamos primero con los bancos, después con los bonistas e inclusive con países como lo han sido los acuerdos con China, no han servido para el desarrollo de la Nación. ¿Por qué?

Respuesta: porque en cuatro décadas la deuda no ha sido pensada para el desarrollo del país.

¿Qué transformación productiva se forjó detrás de esos créditos?¿Hemos tomado deuda externa para invertir en infraestructura pública? ¿En mega proyectos industriales capaces de transformar un sector o una región?

De ninguna manera. La deuda o la refinanciación de la deuda, ha estado asociada, de una u otra manera, al desarrollo de nuestros males estructurales.

Es decir, a lo largo del tiempo (en la negociación o en la renegociación de la deuda) le entregamos a la voracidad del familiar lo mejor que tenemos que es el potencial de nuestro desarrollo.

Entregar el potencial de desarrollo es haber combinado deuda externa, que obliga con sus condicionalidades previas o posteriores en la renegociación, a suprimir los incentivos que hicieron desarrollados a los países que hoy lo son. No hay ejemplo de desarrollo sin incentivos públicos.

Sin incentivos al desarrollo hemos profundizado nuestra natural característica de productor y exportador especializado y renunciado a los incentivos de la diversificación.

Si los pueblos son lo que comen, como decía Fernan Braudel, los países como, organización económica y social, son lo que exportan (Dani Rodrik).

Somos un país primario y primarizado.

Recorramos el planisferio y la geoeconomía del progreso social y económico y será evidente a los ojos de un niño que mira el mapamundi que allí, donde se exporta primario, abundan la pobreza y el subdesarrollo.

El potencial que teníamos lo entregamos al mismo tiempo que acudimos al facilismo de la deuda externa. Es doloroso recordarlo: fuimos la economía industrial más pujante de Sudamérica hasta que decidimos dejar de serlo y a base de déficit comerciales, y de primarización especializada, inauguramos el “populismo” de la deuda externa y la fuga de capitales que la acompaña y las condicionalidades que después nos imponen las renegociaciones.

Hoy nos enfrentamos nuevamente a tener que cancelar una deuda, la última tomada por financistas expertos del gobierno de los CEOs a tasas exorbitantes mientras liquidaban dólares, como dijo el entonces vicepresidente del BCRA, aprendiendo cómo funcionaba el mercado de cambios. El hombre confesó que una lección que se llevó de su carísima gestión fue que “es muy difícil hacer intervención cambiaria en países tan volátiles” (sic).

Martín Guzmán ha hecho una propuesta de pago absolutamente razonable para Argentina.

Razonable porque nuestro país no está en condiciones de pagar intereses ni capital a lo largo del período de este gobierno.

No lo estaba cuando asumió y tampoco lo está ahora en la cuarentena y tampoco lo estará luego de la cuarentena.

Llevamos décadas de estancamiento generando deuda social y ahogo financiero. Es cierto muchos argentinos aumentan el ahogo y la pobreza, con la fuga. Pero hay otros problemas en las causas de la fuga y en la administración del retorno.

Claramente acelerar el pago de la deuda no convoca al retorno de capitales. Nada puede fundamentar la razonabilidad, ni la posibilidad, que Argentina acelere los pagos.

El plazo de espera propuesto diría que es hasta generoso.

La tasa de interés propuesta es absolutamente lógica. Ningún inversor razonable podría esperar una tasa mayor o significativamente mayor, a la que propone Guzmán.

Y la quita de capital de 5% no es para rasgarse las vestiduras y nada impide que a cambio, por ejemplo, de un plazo mayor, la quita desaparezca. Nada justifica un rechazo.

El argumento es la tasa de descuento con la que se valoriza la quita. La que usan los acreedores y la que usan los “expertos” argentinos que critican la propuesta, es sencillamente inmoral.

Les recuerdo que la economía es una ciencia moral al menos para el padre Adam Smith que a tantos de nuestros economistas ha inspirado.

Nadie en este mercado, el anterior a la pandemia y el actual y el futuro posterior a la pandemia, en un marco de liquidez gigantesca, puede aspirar a una tasa mayor a la que propone el gobierno argentino.

Usar una tasa mayor para valorar la oferta es inmoral y estúpido. No hay argumento para usar una tasa superior al promedio de los mercados que aseguran el retorno. Entre otras razones el fracaso de los inversores está asociado a la concupiscencia financiera patológica de los inversores adictos a tasas impagables.

Pero por nuestra parte, y a pesar de ello, toda la energía debe estar en no caer en default. Sería el peor escenario. Y un fracaso más. La carta de 160 economistas destacados de todo el mundo, muchos de ellos de clara orientación ortodoxa, es una lección para los colegas argentinos que aún ponen en duda la corrección de la propuesta.

Y también para muchos comunicadores que militan en la crítica a lo más sensato que se ha propuesto en estas cuatro décadas para negociar deuda sin declarar un default. Los mismos que al mismo tiempo guardan silencio para no condenar a los “populistas” que nos vienen endeudando hace cuatro décadas para alimentar al monstruo del familiar.

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