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Zelicovich: “Fernández necesitará paciencia estratégica y mucha cintura”

"Es preocupante la posición de Faurie al no condenar el golpe, rompiendo una tradición en la política exterior argentina"

13 noviembre de 2019

Entrevista a Julieta Zelicovich Especialista en política internacional Por Néstor Leone

“El principal desafío de la política exterior del gobierno de Fernández estará muy vinculado a la política económica, con la renegociación de la deuda y con la pobre balanza comercial del país como ejes. Será su agenda prioritaria, que va más allá de la región. Eso, seguramente, se va a conjugar con una agenda más política, de corte autonomista, con mirada sur-sur, que ponga en valor a la región”, sostiene Julieta Zelicovich, la especialista en política internacional de la Universidad Nacional de Rosario.

En esta entrevista con El Economista, además, analiza la situación en Bolivia, la crisis en Chile, la relación posible del gobierno del Frente de Todos con el Brasil de Jair Bolsonaro y con la administración de Donald Trump. “Se necesitará paciencia estratégica y una cintura importante para diferenciar el discurso y las políticas de cooperación existentes”, sostiene la investigadora del Conicet y doctora en relaciones intencionales.

La región mostró durante las últimas décadas una estabilidad institucional ciertamente inédita. ¿Esto tiende a romperse?

Veo el escenario latinoamericano con preocupación, en tanto los consensos en torno a la primacía del orden democrático y de las instituciones están más erosionados. Y al interior de los Estados hay actores dispuestos a hacer cosas por vías no democráticas que no habían estado dispuestos a hacer hace no tanto. Esto sucede, además, en un contexto en el que la región mira hacia afuera y no se mira a sí misma. Tuvimos golpes blandos, con usos cuestionables de ciertos procedimientos del Estado, como el impeachment a Dilma Rousseff. Y ahora también un golpe de estilo tradicional, con intervención militar explícita, como hemos visto en Bolivia. Argentina y Uruguay, con sus particularidades, son dos países de la región que pueden decir que sus instituciones están funcionando con cierta solidez. Pero lo que sucede en la región, también impone un aviso de cautela y de precaución, si no se deja muy claro que lo que tiene que prevalecer es el principio democrático frente a cualquier otro principio que esté en disputa.

El fin del boom de la scommodities coloca presión en las cuentas nacionales y lleva a políticas con costos distributivos.

¿Cómo caracteriza lo que sucede en Bolivia?

Para mí es abiertamente un golpe de Estado. Sin ninguna duda. La interrupción por parte de fuerzas extrañas del mandato de un presidente democráticamente electo, con el poder militar haciendo un uso intencional de la fuerza para coaccionar a que renuncie a su mandato vigente hasta enero de 2020, lo es. Morales había llamado a una nueva elección en razón del informe de auditoría de la OEA y, aun en ese marco, se decide la presión de los militares y la policía para que deje el poder. Eso es un golpe de Estado. Y en eso es preocupante el posicionamiento que tuvo el canciller Jorge Faurie al no condenar el golpe, rompiendo con una tradición de la política exterior argentina en defensa de los órdenes democráticos.

¿Vamos hacia una conflictividad mayor? Es probable que al gobierno surgido tras el golpe le cueste conseguir algo parecido a un orden con cierta “normalidad” que no sea represiva.

Lo que vemos en Bolivia, pero también en otros países de la región, es una polarización creciente de las sociedades y de sus opciones electorales. Hay estudios que muestran la dispersión del voto, consolidando esquemas con dos polos muy contrapuestos. Eso hace que sea más complejo constituir una paz social, un orden político estable. Y eso abre también una caja de Pandora. Hay actores que han sido explícitamente dannificados. En el caso de Bolivia, las comunidades étnicas están siendo negadas por quienes realizaron el golpe de Estado. Y ahí hay una disputa de naturaleza sociológica y cultural ligada las raíces mismas de Bolivia.

Se dieron varios hechos simbólicos muy fuertes. Por ejemplo, la quema de las wiphalas.

Eso es negarles la legitimidad de formar parte de la iconografía del Estado. Es negarle al otro el derecho a existir dentro de ese país plurinacional.

La crisis en Chile tiene orígenes, características y protagonistas muy distintas a la de Bolivia. De todos modos, ¿qué puntos en común existen para que se den casi en simultáneo, para que sean parte de un mismo contexto?

Hay al menos tres causas comunes. Una es el fin del boom de las commodities, en un contexto internacional adverso, que coloca presión sobre las cuentas nacionales y lleva a políticas que implican costos distributivos. Esto deja siempre actores insatisfechos. Por otro lado hay un uso creciente de las fake news que se retroalimentan a través de las redes sociales. Las redes posibilitan expandir mensajes falsos y generar movilizaciones. Y, en tercer lugar, la debilidad de las instituciones regionales. Se redujo el costo percibido de romper con determinados principios.

Es preocupante la posición de Faurie al no condenar el golpe, rompiendo una tradición en la política exterior argentina.

En ese sentido, que se haya desarticulado la Unasur, ¿cuánto influye para que hoy no se puedan encontrar canales de resolución a esos conflictos?

La experiencia de Unasur fue, en su corta existencia, exitosa en evitar o en canalizar conflictos. La pregunta de fondo es si puede funcionar una institución como ésta con una tan amplia divergencia ideológica entre los presidentes. Una de las clave, en su momento, fue que había mayor sintonía. Sin dudas estas instituciones son necesarias y contribuyen a aminorar los conflictos, pero tampoco hay que ser ingenuos: ¿cuál sería la capacidad de Unasur, aun sin haberse desarmado, en un contexto con tantas divergencias?

La región hoy es muy distinta de cuando Alberto Fernández fue jefe de Gabinete durante el primer kirchnerismo, pero también lo es respecto de hace seis meses. ¿Cuál son los desafíos respecto de su frente externo y cuál imagina que será su impronta?

El principal desafío de la política exterior del gobierno de Fernández estará muy vinculado a la política económica, con la renegociación de la deuda y con la magra balanza comercial del país como ejes. Esa será su agenda prioritaria, que va más allá de la región. Eso, seguramente, va a estar conjugado con una agenda más política, de corte más autonomista, con mirada sur-sur, que ponga en valor a la región. El Mercosur va a ser un elemento ideológicamente importante, más allá de las divergencias entre los miembros. Esta mirada hacia México, para explorar la relación en términos de socios estratégicos, en ese sentido, también resulta interesante.

Además de reunirse con López Obrador, se encontró con los presidentes de España y Portugal y apuntaló el Grupo de Puebla. ¿Ese es el tipo de vínculo que intentará consolidar?

Tendrá que tener una política exterior de mucho pragmatismo, de mucha cintura, para conjugar esa agenda, que es la que ideológicamente elige, con la agenda de la urgencia económica.

La renegociación con el FMI, por ejemplo.

Y el estrechamiento de los vínculos con los países asiáticos. En ese sentido, esta etapa tendrá bastante que ver con los desafíos del primer gobierno de Néstor Kirchner.

La actitud y el desaire de Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, principal socio comercial del país, parece ser uno de los inconvenientes más grandes. Tanto en términos económicos como geopolíticos.

Hay que separar los discursos destinados a los foros internos de las cuestiones comerciales o estructurales que conforman el Mercosur. Bolsonaro va a convertir su relación con Fernández en un tema de consumo local, para construir un enemigo. Y Fernández no va a ser el presidente que rompa el Mercosur; porque es parte constitutiva de la política exterior argentina y porque el Mercosur está relacionado de manera más estrecha con la política autonomista que con la liberal. Se necesitará, entonces, paciencia estratégica y una cintura importante para diferenciar el discurso y las políticas de cooperación existentes. La agenda externa del Mercosur es probable que siga avanzando, porque los países tienen muchas convergencias.

Aun pese a las dificultades que parecen surgir.

Bolsonaro dio un paso atrás, luego de un discurso inicial muy ofensivo, con algunos tuits más conciliadores. La coalición que apoya a Bolsonaro tiene intereses económicos, políticos y estratégicos contradictorios, en disputa con el presidente. Esto hace que la política de Bolsonaro tampoco sea clara y coherente y que su componente individual, como actor no racional, le sume un condimento extra. Por eso digo que vamos a tener más relación en términos diplomáticos entre las segundas líneas o en términos técnicoburocráticos, que de presidentes. Y, tal vez, un Mercosur menos presidencialista.

¿Cómo se imagina la relación con Donald Trump? Estados Unidos validó el golpe de Estado en Bolivia y parece tener una decisión de más abierta injerencia en los asuntos de la región.

La política de Estados Unidos para la región tuvo dos aristas en los últimos años. Una, el foco en el conflicto en Venezuela. Y allí, claramente, con el gobierno de Fernández no va a tener puntos de contacto. Otra, la agenda económicocomercial, orientada por la idea del America First, con el ejemplo de los aranceles extraordinarios al acero y al aluminio que llevó a Argentina forzar una negociación. Y creo que va a seguir siendo un vínculo de doble vía. Por un lado, conflictivo. Por el otro, una agenda de cooperación, que se va a mantener en temas como la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, y en la que tendrá que ingresar también lo comercial.

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