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La nueva inserción de Argentina en el mundo

11 noviembre de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Al igual que el primer mandatario de Brasil, el Presidente electo de la Argentina, Alberto Fernández, decidió empezar su ronda de contactos internacionales con una visita al Presidente de un país no Miembro del Mercosur. Pero a diferencia de su colega Jair Bolsonaro, optó por intercambiar enfoques y reflexiones con el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien ahora devino en sherpa de muchos de los líderes de la centroizquierda latinoamericana que perdieron, en los últimos años, los atributos del poder. Y si bien no participó de la segunda ronda de sus deliberaciones, AMLO inspiró y organizó la existencia del Grupo Puebla, cuyos miembros acaban de sesionar el pasado fin de semana en Buenos Aires.

La informal cumbre AMLO -Fernández también puede ser vista como la contracara del nexo que establecieron meses atrás los Ppresidentes Bolsonaro y el hoy atribulado presidente de Chile, Sebastián Piñera (sugiero ver mis columnas anteriores), quienes representan dos modelos divergentes de capitalismo tradicional. Uno inspirado en la admiración al salvaje mercantilismo de Donald Trump y el otro como ferviente seguidor del tradicional milagro chileno y de la social democracia nórdica de la Unión Europea. Obviamente tales datos suelen carecer de sentido si uno no entiende cuánto valen los relatos e intenciones que reivindica cada miembro del Grupo Puebla y cuánto valen los hechos que cada uno de ellos puede exhibir de sus respectivas gestiones oficiales. Ya estamos un poco grandes para confundir alocución con revolución.

La experiencia demuestra que la gimnasia política tiende a sacar de foco el hecho de que el relato y las acciones de los líderes mexicanos casi nunca van por la misma vereda. El expresidente Miguel de la Madrid empezó su gestión con un total, profundo y absoluto control de cambios y del comercio exterior, para terminar su sexenio como el más notable introductor del Consenso de Washington en ese país, el que recién accedió al Sistema Multilateral de Comercio (el entonces GATT) el 24 de agosto de 1986, casi dos décadas después que Argentina, y quebró la histórica visión desarrollista y de economía cerrada que hasta entonces practicaba el PRI. De la Madrid llegó al poder con la compleja misión de sacar del pozo al México que desató la crisis de la deuda externa de 1982. En ese entonces, el joven Angel Gurría (28 años), hoy secretario general medio vitalicio de la OCDE, era un brillante negociador de la deuda de su país, el enorme desatino que provocó el cataclismo financiero de varios países en desarrollo de la época.

Durante los últimos años AMLO fue un ave rara y casi solitaria que había soltado amarras con la grilla (en mexicano grilla significa rosca) del PRI tradicional. Es un cuadro político que no dudó en patrocinar, firmar y ratificar, con el mayor de los entusiasmos, la reconversión de la actual versión del Nafta en el nuevo Nafta (el USMCA o T-MEC), cuyos otros dos Miembros son nada menos que Estados Unidos y Canadá. Pero es un personaje adiestrado en la escuela priista, de donde nadie sale sin entender cómo funcionan los reflejos públicos y confidenciales de los intereses económicos y políticos que unen la vida cotidiana de los mexicanos con la tangible realidad de la América del Norte sajona (Estados Unidos y Canadá). Por eso, a la hora de negociar con Washington, la sofisticada y discreta clase política mexicana suele olvidar sus colores, prende sin pestañar el botón verde del pragmatismo y apaga los botones rojos de la retórica populista. Quizás notando ese hecho, el Presidente electo de nuestro país se animó a reconocer que “no tiene ganas de pelearse con Estados Unidos”, lo que a uno lo deja pensando si realmente quiso decir “ganas” o que “no le resulta útil” aplicar semejante política exterior. El sabrá.

Obviamente, AMLO tampoco es un individuo al que hace falta explicarle que las voluminosas y crecientes exportaciones actuales de su país están dirigidas, en 78%, a su vecino del Norte y que otro 5% se dirige a su vecino de más arriba de ese primer Norte. Y como disciplinado usuario de los despachos del Palacio Nacional, comprende perfectamente que Washington no hace dramas reales acerca de la eterna e ininterrumpida relación diplomática de Canadá y México con el régimen cubano, porque todos los interlocutores de esta región tienen cartas y roles que toleran con espíritu deportivo sus contrapartes. Nunca es sano sentarse a conversar con esta clase de interlocutores sin conocer tan sutiles vericuetos.

De manera que el lenguaje progre de AMLO es el envase que necesita para impulsar la pronta renovación del vital Acuerdo suscripto en noviembre de 2018 en Buenos Aires. El problema es que el Presidente de México se avino a aceptar condiciones de dudosa legalidad (respecto de las reglas de la OMC) destinadas a re-balancear el déficit de Estados Unidos, lo que supone bajar el superávit mexicano. Gracias al Nafta, la de México se convirtió en la cuarta y más actualizada industria automotriz del mundo. Y esa jugada es la que importa en el Palacio Nacional. ¿Capisce?

También es útil conversar con AMLO para percibir la noción de país emergente que arrastra 40% de su población bajo la línea de pobreza y ducho en asignar valor real a los foros alternativos que se encaminan a dar rienda suelta al verbalismo latinoamericano. Muchos de esos foros nacieron en las oficinas del Palacio Nacional (Casa de Gobierno) o en Tlatelolco (la Cancillería del país).

Estos recodos intelectuales exigen saber con razonable certeza cuáles son los intereses ofensivos y defensivos que esgrimirá la Argentina en la compleja etapa que tiene por delante, tarea que demanda paciencia y mucha familiaridad con los hechos. Además requiere enorme preparación para recibir sorpresas. Por ejemplo la novedad que hace pocas horas acaba de estallar en el discreto parlamento mexicano y no registró nuestra prensa, cuando su Cámara baja aprobó, por aplastante mayoría (356 votos a favor y sólo 84 en contra), una legislación de enmienda constitucional que, de ser adoptada por cada uno de los Estados (provincias), algo que los observadores descuentan, generaría la posible obligación de ratificar, por medio del voto, la continuidad o destitución de AMLO al cumplirse el tercer año de su período presidencial. Ello podría acarrear la eventual defenestración del Presidente mexicano en el 2022, un inesperado parte-aguas del sistema institucional de ese país.

Paralelamente AMLO está acosado por otras debilidades de su gestión, como el desmesurado aumento del gasto público que supone controlar la masiva emigración ilegal desde el territorio mexicano a los Estados Unidos, arreglo pactado con Trump bajo el insólito chantaje de aplicar el concepto de Seguridad Nacional al comercio entre ambos países si el Presidente de México no hubiera acatado semejante barbaridad. En ese paquete de inquietudes políticas también entra el revulsivo popular que produjo la decisión de liberar al hijo del “Chapo” Guzmán una vez en poder de las fuerzas del orden (que al igual que su padre es miembro activo y prominente de uno de los mayores Carteles de la droga), tras un violento tiroteo que dejó numerosos muertos y heridos en la población civil y en miembros de la seguridad oficial.

Por otra parte, las dirigencias mexicanas y canadienses aprendieron el muy difícil arte de convivir con Washington, haciendo uso de notables piruetas de flexibilidad oral para opinar en disidencia sobre cuestiones espinosas como las relaciones con la actual Venezuela. Se trata de un limitado espacio para jugar a Antón Pirulero con la política exterior. El Departamento de Estado no ignora que cada gobernante debe ganar sus elecciones y finge dormir la siesta de vez en cuando.

El otro punto de la brújula exterior que mencionó reiteradamente Fernández, es la noción de mirar hacia Europa. El lector de estas columnas no ignora mis reservas profesionales al contenido del borrador de acuerdo birregional de libre comercio adoptado por el Mersour y la UE, cuyo texto legal está pendiente. Tampoco es realista administrar las obligaciones del Tratado de Asunción subordinando los intereses económicos y políticos permanentes de la región a las discrepancias cíclicas y circunstanciales del tablero electoral de cada país.

En adición a ello, y si bien ignoro lo que se dijeron Emmanuel Macron y Fernández, me atrevo a especular acerca de que las reservas del presidente de Francia no son equiparables a los enfoques que deberían enarbolar los encargados de exponer la posición de Argentina y del Mercsour. Tendríamos que hablar en serio de las reglas, el valor y el volumen del comercio agrícola; la neutralización del gigantesco proteccionismo sectorial; la forma de medir el equilibrio a largo plazo del intercambio recíproco y otras reglas básicas de integración regional. La excomisionada de Comercio de la UE, Cecilia Malmström reconoció, con plausible honestidad, que las concesiones agrícolas que Europa le otorgó al Mercsosur fueron “muy modestas”. Ahora sería simpático que el propio Mercosur corrija la patinada que se mandó.

En lo político, sería bueno discernir con quienes estamos negociando. Ya hay cinco países que dijeron que no a ese proyecto de Acuerdo birregional. Son Luxemburgo, Austria, Irlanda, Francia y, si entendí bien, Polonia. Dudo que esa cuenta sea la final sino, más bien, el principio. Tampoco veo grandes perspectivas de que los borradores en danza sean digeribles para el nuevo Euro Parlamento.

¿Con quién y con qué enfoque queremos asociarnos en Europa? ¿Ya sabemos las ideas reales de la nueva Comisión y del Consejo Europeo? ¿Tenemos noción del grado de compatibilidad que existe entre nuestro shopping list ofensivo y defensivo con el del Viejo Continente? ¿Qué podemos esperar de una Europa donde España tiende a desintegrarse, el Reino Unido está desunido y no se sabe si Macron está en sus cabales cuando sostiene que la OTAN padece de muerte cerebral o cuando Angela Merkel indica que recién en el 2030 invertirá el 2% de su PIB en defensa? Sólo resultaría inteligente dialogar con el Macron si la visita entraña un ejercicio político sustantivo. ¿Es viable?

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