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Democracia y desarrollo

05 noviembre de 2019

Por Guillermo J. Sueldo

Conviene comenzar por considerar que hacemos mención a la democracia republicana, en tanto además del condimento de la representación popular expresada en mayorías y minorías, se cuenta con el valor agregado de la república; es decir, del gobierno de la ley por sobre el avasallamiento de la mayoría circunstancial. Por lo tanto, el gobierno del pueblo a su vez se sujeta al orden jurídico establecido para evitar el abuso de cualquier mayoría.

En esta etapa del siglo XXI, se experimentan en el mundo algunas crisis de representatividad democrática y debilitamiento del sistema republicano; a veces por cierto anquilosamiento del sistema y otras por aprovechamientos circunstanciales con apelaciones a la épica emocional. Ese anquilosamiento de estructuras burocráticas y de partidos políticos provocan desilusión y, sumando a eso la corrupción, se aumenta el individualismo que a su vez y como efecto de búsqueda superadora hace caer a las personas en un abrazo casi desesperado a ciertos populismos, nada más que ahora se mezclan con proclamas nacionalistas y libertad de mercado, como para darle un contenido de democracia tradicional, aunque en realidad es el descontento generalizado el elemento aglutinador y también plebiscitario que sostiene a los populismos del Siglo XXI.

Resulta así entonces que los problemas del mundo actual parecen que ya no encuentran cauce en las estructuras tradicionales de centro, centro izquierda y centro derecha y, entonces aparecen luces que encandilan con proclamas que exaltan el descontento y las grietas culturales como herramientas electorales, aprovechando el germen causado por aquellas estructuras atrofiadas que se han alejado de la población, incluso muchas veces con soberbias intelectuales y medidas políticas que terminan en ilusiones teóricas. En consecuencia, el desafío actual es mostrar que la política es la manera de dar cauce a los anhelos sociales, tratando de retomar la centralidad del pensamiento como ícono de sensatez, sentido común y equilibrio, sin caer en ilusiones teóricas ni en pragmatismos carentes de ideas, que solo sirven para alimentar a los extremos.

Partiendo entonces de este entendimiento hemos de plantear el tema del desarrollo, tratando de ubicar su contexto y su orientación correcta, dado que se suele incurrir en el error de encerrarse en una posición de “escolasticismo desarrollista”; y valga esta crítica también para otras posiciones dogmáticas. De lo que se trata es de discutir correctamente su magnitud, su composición y su ritmo, para evitar el desenvolvimiento de un gigantismo descontrolado e incluso destructor de algunas producciones  y en ocasiones con una enorme carga anti ecológica.

El desarrollismo acierta al advertir contra un excesivo nacionalismo de medios en cuanto atenta contra los objetivos de un sano cuidado de lo propio; pero no todos los medios son meros métodos, porque en muchos casos esos medios terminan por condicionar el fin buscado. Por ello debemos vigilar que no se produzca un temido punto de inflexión en que, lejos de ensanchar la autonomía nacional en las decisiones económicas se comience a estrechar esa posibilidad. Consideremos también que el solo crecimiento material no alcanza a cubrir todos los requerimientos. No basta detenerse en las exigencias macroeconómicas, porque esa estrecha perspectiva considera que los intereses parciales se benefician con un progreso general, sin tomar en cuenta la relación inversa; es decir, en qué medida la salud del todo depende de la salud de las partes, incluso de las más pequeñas. Es así que un auténtico rescate económico, social y cultural, no debe enfocarse solo en los índices del PIB y el consumo muchas veces frívolo y egoísta, pues ello produce una sociedad condenada a la producción de individuos carentes de criterios sociales y vacíos de un contenido superior de la vida, desplazando al ser humano de su centralidad para arrojarlo a la periferia de lo descartable.

No significa esto que el desarrollo económico es inversamente proporcional al desarrollo humano, pero su única meta material resulta insuficiente e incapaz de producir un desarrollo integral. Porque así como el desarrollo económico se centra en asegurar a la sociedad las posibilidades de poseer bienes materiales y gozar legítimamente de ellos, el desarrollo humano integral se despliega a través de instancias sucesivas que ponen el acento en la persona, mediante la posibilidad de que los hombres sean hacedores de la justicia, asegurando sus dignidades laborales, habitacionales, de propiedad, de ahorro, de instrucción, de salud, de recreación, de sus garantías jurídicas; etc, y también  que los hombres puedan de ese modo ser realizadores de sus propias gratificaciones, sin que les sean “concedidas” por un Estado benefactor arbitrario.

Como conclusión, afirmamos que el desarrollo económico y humano no  se logra por yuxtaposición, sino por constante articulación y estímulo. El desarrollo no se justifica a sí mismo sino en cuanto ayuda a liberar. Pero tampoco se concibe sin ensamblarlo sobre la libertad y los valores de justicia y equidad. Tal como dijera Paulo VI en ocasión de una Jornada Mundial por la Paz, “Si quieres la paz, trabaja por la justicia”. De modo tal, debemos entonces transitar por el camino de armonizar el impulso desarrollista con el espíritu humanista de la política, para así  poder diseñar la hoja de ruta de un auténtico desarrollo integral de nuestra nación.

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