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¿Cómo ayudar a los más necesitados?

10 octubre de 2019

Por Alberto Benegas Lynch (h) Doctor en economía

Hay dos maneras de contribuir a que mejore la situación de los más pobres. En primer lugar, la caridad que como es sabido trata del uso de recursos propios entregados de modo voluntario, si se recurre a la fuerza no estamos en presencia de un acto solidario sino de un atraco.

Ahora bien, en este contexto debe dejarse a un lado el uso irresponsable de la tercera persona del plural y recurrir a la primera del singular. Esto es, proceder cada uno en consecuencia y no alardear para echar mano al fruto del trabajo ajeno.

El sentimiento caritativo es muy noble pero debe resultar claro que no es sustentable vivir en base a la caridad que cada uno entrega al otro. Es menester producir, de lo contrario la misma caridad necesariamente desaparece por falta de recursos. Por eso bien se ha dicho que “es mejor enseñar a pescar en lugar de regalar un pez”.

Concretamente, en lugar de vociferar qué es lo que hay que hacer con el bolsillo ajeno, en esta línea argumental una de las tantas maneras posibles para concretar ayudas consiste en establecer un registro abierto en el que figuren las personas y los montos de lo que se entrega en ayuda a otros. Esto eliminaría los discursos fogosos y micrófonos de hipócritas que rugen para que se les obligue a otros (siempre a otros) a entregar sus pertenencias. Cuando se los invita a los antedichos desaforados a participar en las entregas dejan el micrófono y cambian de tema.

Es necesario contar con un sistema de respeto recíproco, es decir, uno que garantice los derechos de todos a los efectos de incentivar la energía creadora para producir más y mejor.

Por supuesto que no ayudan para nada las posiciones contradictorias que se esgrimen desde algunos púlpitos donde simultáneamente se alaba la pobreza y se la condena y menos aun si las recetas que se proclaman van a contracorriente de lo necesario para prosperar.

En segundo lugar y más importante puesto que alude a la antes referida necesidad de producir, es contar con un sistema de respeto recíproco, es decir, uno que garantice los derechos de todos a los efectos de incentivar la energía creadora para producir más y mejor.

En este sentido debe aclararse que a todo derecho corresponde como contrapartida una obligación: aquello que se obtiene libre y voluntariamente debe ser respetado a pie juntillas por terceros.

Si, en cambio, los aparatos estatales otorgan “derecho” a sustraer bienes que son fruto del trabajo ajeno, el sistema muta en pseudoderchos en el cual se engendra una lucha de todos contra todos. En otros términos, se introduce un régimen en el que la sociedad se convierte a un enorme círculo en el que cada uno tiene metidas las manos en los bolsillos del vecino, lo cual se torna insoportable.

Como no hay para todos durante todo el tiempo, se deben asignar derechos de propiedad a los efectos de que la administración de los siempre escasos recursos se ubique en las mejores manos para atender las necesidades del prójimo. En ese contexto es que en mercados abiertos y competitivos alejados de empresarios prebendarios, el cuadro de resultados muestra la eficiencia para lograr aquellos objetivos: los que dan en la tecla obtienen beneficios y los que no lo hacen incurren en quebrantos.

Este proceso, a su turno, inexorablemente conduce a mayores productividades que es lo único que hace posible el aumento de salarios e ingresos en términos reales.

Cuando se afecta lo dicho a través de intervenciones estatales, el resultado es la pobreza. No hay manera de evitar ese resultado. Es curioso, en verdad, que la arrogancia de los funcionarios de turno conduzca a un lamentable desenlace que una y otra vez se repite sin solución de continuidad, especialmente cuando se bloquea la contratación de trabajo vía legislaciones absurdas.

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