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Recuperar la política

Todos estos años, el país ha vivido sucesión de cortoplacismo irrelevante para los intereses colectivos y extraordinarios negocios para quienes han logrado desfigurar el rostro transformador de la política en el mejor sentido de la palabra.

Carlos Leyba 27 septiembre de 2019

Por Carlos Leyba 

Hasta el 27 de octubre la política debe disputar quién se hará cargo de organizar el poder. No solo “el poder” sino, lo que es mucho más importante, lograr “el poder” suficiente para poder hacer las cosas que se decida que hay que hacer. Este es el primer paso. El poder de poder. El segundo, la decisión del hacer. Veamos.

Puede ser que ese mismo día se descorra el telón de quién debe organizar lo que vendrá.

O bien, si el 27 del próximo mes no se alcanzara una definición, deberemos esperar un tiempo, que se hará eterno, para que los ciudadanos tomen la decisión final.

Porque, sea pato o gallareta, lo que debe venir es el principio de un cambio copernicano. Aunque no sabemos si lo que tiene que venir va a llegar.

Decías las tías viejas riojanas cuando mentaban a la solterona que ya no estaba en el terreno de merecer “el que vino no convino, y el que convino no vino”.

Lo que sabemos es que para las expectativas nacionales, las del conjunto de la Nación, y no de pedacitos de ella, lo que ha atesorado “el poder” desde hace muchos años claramente no convino.

Si es que lo que conviene es crecer, desarrollar y realizar una gesta de desarrollo social colectivo, no estamos ahí.

Hace una pila de años que venimos declinando o estancados, en un proceso de sub desarrollo y en una gestión de exclusión social colectiva. Estancamiento de 45 años y multiplicación de la pobreza. No hay dudas que lo que vino hasta ahora no convino.

La historia nos brinda la oportunidad de elegir un destino. Y esa oportunidad puede empezar el 27 de octubre. Es lo que aspira Alberto Fernández y es lo que no desea Mauricio Macri.

Lo que vamos a decir vale tanto para que todo se resuelva en esta elección o que se defina en el balotaje. Veamos.

Imaginemos la decisión tomada y un presidente elegido al que todavía no le han sido dadas las herramientas constitucionales del mando.

La memoria de lo acontecido después de las PASO obliga a acciones notables de disuasión para que “los mercados” (los pibes del teléfono) no generen una estampida que, sin duda, será mucho menos catatónica que la anterior, pero no por ello menos inquietante.

Igual que antes las condiciones objetivas son de alto riesgo. Lo que pasó, después de las PASO, pasó porque las condiciones objetivas estaban para que pase. Y hoy las condiciones objetivas son mucho más riesgosas que cuando las PASO.

En campaña hay cosas que no se pueden decir. Y otras que no se pueden decir. Y esos silencios obligados e inevitables, son caldo de cultivo de la incertidumbre que es la madre de la desconfianza y de las acciones en las que “la racionalidad individual” se convierte en el enemigo militante del bien común.

Dicho esto, como la política virtuosa no es otra cosa que la administración del bien común, en estas condiciones la organización del poder es la condición necesaria para poder administrar el bien común.

En esta hipótesis la noche del 27 de octubre, el ungido debe (sí o sí) instalar el puente que permita operar sobre la grieta. Una convocatoria a todos los partidos, a los representantes calificados de los mismos, es la condición necesaria para generar el clima de certidumbre de que es posible la construcción de un poder necesario para poder hacer las cosas que hay que hacer. Se trata de un paso de reivindicación de la política. La política como agente organizador del consenso, el acuerdo, la concertación social.

Es que está claro que ya no hay voces que se opongan al acuerdo, no hay voces que sigan agitando la grieta como programa.

Hay pleno consenso de la necesidad del consenso para poder salir de este pantano agónico en el que estamos por obra de muchos años previos y también por obra de todos los que compiten en esta elección. Al menos de todos los que compiten con la posibilidad de tener un electorado significativo. No hay nada nuevo. Y todo lo que no es nuevo no tiene posibilidad alguna de exponer antecedentes que avalen habernos sacado del pantano. Estar cerca de la orilla no es haber salido. No vale la pena discutirlo. No era fácil lograrlo. Pero nadie lo logró. Los que compiten todos son hijos y padres de pantanos sucesivos. Por lo tanto renunciar a la condición salvadora y pequeñita del argentinismo “déjame a mí”, es la condición necesaria para poner el puente entre la grieta a la búsqueda del consenso.

Fue necesaria una derrota homérica para que mismísimo Jaime Durán Barba, el José López Rega del PRO, rebobine el carrete y se haya convertido en un militante del acuerdo nacional. Nadie debe ser rechazado, esa es la clave de un verdadero acuerdo, y por eso bien venido a la civilización después de abandonar el lenguaje político de la selva.

Al igual que “El Brujo”, Durán cautivó a quienes tenían en el actual gobierno la llave del pasa no pasa, los integrantes de la cima del poder que son aquellos que administran con quién y de qué habla el Presidente. Los dueños de la cima lograron, no cabe duda, desinformar al Presidente acerca de la realidad social y económica del país y hasta convencerlo que podría ganar las PASO.

El engaño o la estupidez, cubrió todos los frentes, inclusive el del periodismo que tiene la misión de la mirada crítica y no cómplice, ante el poder político o económico de turno.

Pues bien, ahora, desde todas las fuerzas democráticas y que creen en el respeto a la Constitución y más allá de las diferencias de rumbo, objetivos e instrumentos, hay claridad en que el momento exige “consensos básicos”. Y brindar la mayor certidumbre de que “el poder” de la Constitución, que es el poder político, está preparado para gobernar, debatiendo y construyendo un consenso mínimo hacia el futuro.

Consenso sobre los objetivos y no sólo sobre ellos, sino sobre las prioridades. El orden de los objetivos constituye la primera diferenciación de programas y la segunda la constituyen las herramientas para lograr esos objetivos.

Si esta hipótesis se diera, es imprescindible, desde esa noche, instalar el puente destinado a sumar la mayor cantidad de voluntades políticas para instalar que a partir de ahora “el Poder” político de la Constitución esta en condiciones de gobernar, primero el proceso para la búsqueda del acuerdo con los sectores sociales y segundo, el proceso de realización de esos objetivos, con esas prioridades y con las herramientas que caracterizan a quien ha triunfado.

La cuestión del poder político de la Constitución es central. La política, la virtud del bien común, necesita recuperar la centralidad del gobierno.

Hay temas estratégicos que van de la energía a las finanzas, que están atravesados por el enorme poder de los lobbies.

Hemos sufrido, un ejemplo es el caso de los Cuadernos, durante años la intervención al poder político de la Constitución, por parte, por ejemplo, de la “nueva oligarquía de los concesionarios” un grupo poderoso y de continuo acceso a los pasillos del poder que no sólo realiza negocios espurios sino que tuerce las prioridades del Bien Común a favor de las prioridades de los intereses económicos.

La sucesión y encadenamiento de esas decisiones, en la práctica, impide la formulación de políticas, programas y proyectos de largo plazo.

Esos sectores de interés, interfiriendo en la política del bien común, han logrado, desde hace años, que las prioridades públicas, que no pudieron ser formuladas desde un Estado inteligente equipado con grupos de trabajo con inteligencia estratégica, hayan sucumbido al interés de grupos privados contrapuestos al interés general.

En el curso de los años han logrado eliminar la visión sistémica de largo plazo propia de las estrategias públicas y sustituirlas por las visiones sectoriales de los intereses privados.

Los ejemplos son muchos. Pero basta resaltar lo que todos conocemos: en un país que no crece, que multiplica el número de pobres de manera escandalosa, las nuevas fortunas, todas vinculadas a concesiones públicas en distintas versiones, se han multiplicado y alcanzado niveles increíblemente grandes en un país que hace años se lamenta de sus fracaso económico y social, de la fuga de capitales y la reducción continuada de la tasa de inversión.

La construcción de “el poder” político de la Constitución es la prioridad política de la Argentina presente. Porque no lo tenemos. Porque los lobbies, los concesionarios, han estado secando los proyectos colectivos que necesariamente lo son de largo plazo y de dimensión sistémica.

Todos estos años, el país ha vivido sucesión de cortoplacismo irrelevante para los intereses colectivos y extraordinarios negocios para quienes han logrado desfigurar el rostro transformador de la política en el mejor sentido de la palabra.

Si la cuestión se resuelve el 27 es imprescindible, para atravesar con alivio lo que transcurre hasta el 10 de diciembre, esa misma noche garantizar que “la política” está dispuesta a consolidar “el poder” de la Constitución para poder acordar, consensuar, concertar un pacto destinado a resolver nuestras cuestiones mas angustiantes.

Si la política, los partidos, los líderes, rescatan la función pedagógica, y deciden (una vez consolidado ese entendimiento) ir a la búsqueda de definiciones concretas, con el empresariado, el movimiento obrero y los sectores sociales, un futuro posible y deseable se asomará y dará luz hasta el traspaso del gobierno.

Y si el 27 inaugura un nuevo proceso electoral, ambas partes contendientes deberían ensayar un discurso común que sostenga la necesidad de construir “el poder” político de la Constitución y el compromiso de construir un acuerdo nacional.

Paul Ricouer, el filósofo francés, sostenía que “el plan es ética en acción”. Es decir recuperar el nivel moral de la política implica el compromiso ético con un plan, sus prioridades y la vocación de vivir con la Constitución para desterrar el gobierno por los intereses particulares que tanto daño nos ha hecho.

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