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Educación y empleo juvenil: ¿Transición o círculos concéntricos?

Los datos del último relevamiento de la EPH muestran que tan sólo el 15% de los jóvenes que residen en hogares con ingresos bajos han completado las transiciones a un trabajo de calidad, lo que contrasta con el 65% entre los que residen en los hogares de ingresos más altos.

12 agosto de 2019

Por Jorge Paz

Ambos fenómenos se verifican en Argentina: un grupo de jóvenes transita de manera casi lineal desde las instituciones educativas, con un probable paso por el trabajo inestable o no formal, culminando, cerca de la adultez, en un trabajo formal o satisfactorio. Hay otro grupo, sin embargo, cuyas trayectorias de vida se parecen más a un círculo concéntrico que orbita en torno a los empleos de mala calidad, pasando por el abandono escolar, la desocupación y la inactividad.

Los debates acerca de la juventud y el trabajo en Argentina comienzan, casi siempre, por el desempleo. En consecuencia, son los aportes sobre la calidad del empleo, los ingresos y los temas relacionados con las y los jóvenes, catalogados por las estadísticas como “inactivos” puros o ni ni. Es necesario reconocer que la desocupación entre las/os jóvenes es un problema importante e impresionante. La última medición del Indec sitúa el desempleo a los dieciocho años en 37% de la población activa. Pero creo que no es el único problema y, me atrevería a decir, tampoco es el más importante de todos.

Cierto es que la calidad del empleo es un tema delicado para el grupo de jóvenes. Los relevamientos realizados en distintos lugares del mundo muestran que este sector de la población no considera tan grave el cambio de empleo, la rotación y la inestabilidad laboral. En muchos casos, los empleos inestables e informales son vistos por las/os jóvenes como un paso necesario para la inserción laboral formal y de calidad. Quiero decir con esto, no nos horrorizamos al ver a un/a joven en un trabajo inestable, inseguro y en el que percibe un ingreso bajo. Nuestra percepción optimista nos hace pensar que lo está haciendo para alcanzar algo mejor y que sólo se trata de una situación transitoria.

Esta manera de ver las cosas proviene de pensar que el paso de la adolescencia a la edad adulta puede dividirse en tres etapas: educación, trabajo y formación de una familia. Estas etapas están interrelacionadas, y alcanzar una de ellas facilita el paso a la siguiente. En una economía madura, desarrollada, el tránsito de la escuela al mercado de trabajo debería producirse sin demasiadas turbulencias, siguiendo esta secuencia. Además, debería depender del nivel educativo y/o de las habilidades y destrezas de los jóvenes que están iniciando su vida laboral.

No obstante, como lo muestran varios estudios, las posibilidades de transición para una persona joven varían según su entorno familiar, nivel social, sexo, etcétera, y dependen crucialmente de las condiciones reales e institucionales del mercado de trabajo y de las instituciones educativas. Como lo plantea un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), no sólo las aspiraciones de una persona varían según su entorno y origen socioeconómico, sino que también lo hacen sus probabilidades de alcanzar las metas que se proponen.

Los datos del último relevamiento de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) y que corresponden al primer trimestre de 2019 muestran que tan sólo el 15% de las y los jóvenes que residen en hogares con ingresos bajos han completado las transiciones a un trabajo de calidad, lo que contrasta con el 65% de logro entre aquellas/os que residen en los hogares de ingresos más altos.

¿Qué está haciendo el resto? Entre los más pobres, más de la mitad (51%) está en un trabajo inestable, de pésima calidad, y otra parte muy grande (27%) se declara inactiva/o sin asistir a un centro educativo. Entre los más ricos, el 26% está en puestos “informales”, otro 6% continúa estudiando y tan sólo el 4% se declara inactiva/o y sin asistir a un centro educativo. Probablemente, este último grupo esté en un breve impasse o tomándose un respiro luego de haber concluido los estudios.

Este panorama aclara los problemas básicos del empleo juvenil en Argentina. Claramente, hay dos grupos de jóvenes: los que siguen la trayectoria lineal educación-trabajo-formación de familia, y aquellas/os que truncan la transición, se estancan en empleos de mala calidad y rotan de manera continua entre el empleo inestable, el desempleo y la inactividad. Esto también muestra de que existe en la Argentina, al menos dos tipos de sector informal: aquel que sirve de trampolín y de formación de experiencia y aquel otro que se parece más a un punto de llegada, a una cárcel de la que resulta difícil escapar durante de resto del ciclo de vida.

Para evaluar la robustez de esta última afirmación puede mirarse qué es lo que le ocurre a la población del grupo de edad siguiente al de las/os jóvenes, esto es, al grupo comprendido entre los 30 y 39 años de edad. En el primer trimestre de este año, tan sólo 55% de esta población había logrado la transición completa, entendiendo por tal, el tener un buen trabajo decente con estabilidad y registro en la seguridad social. El 25% todavía sigue “en transición” (trabajo en el sector informal, realizando changas y/o desempleado), y 15% que se declara “inactiva/o”. Es decir que solamente un poco más de la mitad ha logrado, a la edad adulta, una inserción satisfactoria al mercado de trabajo.

Entonces, si bien la desocupación juvenil es un tema, el problema mayor de Argentina parece ser el del trabajo de calidad. Nuevamente, observamos indicadores que hablan a las claras de la insuficiencia dinámica de la acumulación de capital (inversión). Y este proceso comienza a manifestarse desde edades tempranas de la población. Hay un excedente de población activa que la economía no logra aprovechar. O, mirando la cuestión desde una perspectiva social, hay un problema de inclusión laboral que afecta nada menos que a la mitad de la población.

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