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Entre los Reyes Magos y el Ratón Pérez

Las maquinarias electorales no pueden pensar la solución de los problemas. Simplemente se trata de ganar. Lo vemos de ambos lados. Pero sin política, sin vida en los partidos, no se gestan ni se alumbran ideas claras que disipen las sombras del presente.

Carlos Leyba 09 agosto de 2019

Por Carlos Leyba 

El domingo hay elecciones “primarias” que, salvo excepciones, no lo son. Ya están definidos los candidatos. Excepción es la izquierda, en sus versiones minimalistas, que eligieron en consulta partidaria. Los demás son productos del “dedo elector” (Alberto Fernández) o de la autoestima (Mauricio Macri, Roberto Lavagna, José L, Espert). En la próxima primera vuelta los candidatos serán los mismos. No estamos eligiendo nada.

Eligieron por nosotros cuatro personas que representan, no por su exclusiva responsabilidad, la oclusión de los partidos políticos y el exterminio del sentido de la política y la democracia. Ellos son candidatos gracias a la pérdida del sentido de la política y de los pasos necesarios para la construcción de una democracia. El primero de esos pasos necesarios es la construcción y mantenimiento de los partidos políticos.

¿Por qué? Un partido político esta formado por quienes creen ser parte de una sociedad que puede y debe tener objetivos y modos básicos compartidos que están contenidos en la Constitución votada mayoritariamente por los representantes de los ciudadanos. Ella contiene principios y normas destinadas a armonizar la vida colectiva. Los partidos, todos, se comprometen a respetarla. Y bien pueden, además, señalar su voluntad de cambiarla aplicando las reglas establecidas en ella.

La mayor parte de quienes participan comparten los contenidos de la Constitución. La excepción son los partidos de Izquierda que, si bien han renunciado a la violencia, no lo han hecho a la voluntad de cambiarla. La Izquierda aspira a construir una economía y sociedad socialistas por la vía electoral y democrática. Para ello, previamente, deben derogar artículos fundamentales de la Constitución y luego legislar el nuevo sistema.

Otra excepción, a la vigencia de la Constitución que está aceptada, en general, por todos, está dentro del Frente de Todos. Es la propuesta de eliminar el Poder Judicial tal como hoy está reglado. La realizó Mempo Giardinelli y fue compartida por juristas del frente. Propuesta no rechazada in totto por la líder del frente. Cabe aclarar que ese tono “reformista” no es compartido por la mayor parte de los líderes de esa formación ,en particular, por los gobernadores peronistas que son los que representan su futuro.

Justamente es la Constitución de 1994 la que estableció como condición necesaria la existencia de partidos políticos para la germinación del proceso democrático. Cada partido, en síntesis, es una asociación (de personas con vocación política) destinada a procurar el bien común. Sus miembros comparten una visión del presente, un diagnóstico y valores o principios, objetivos y métodos para alcanzarlos. Un partido, para ser tal, supone tiempo de convivencia y participación de sus miembros. Un partido reúne a los que comparten ideas para, desde el Estado, construir la “Nación”. No es un concepto estanco. Es un proyecto, en mutación continua, de vida en común. Los partidos son talleres de forja de proyectos para ese fin. Si no lo son dejan de ser partidos en el sentido profundo de la política.

El desierto de ideas en que está sumida la política argentina, sin perjuicio que se alegue que es una enfermedad universal, ha terminado por liquidar primero, la vida de los partidos y luego su identidad. Convertidos en “sellos” se han reconvertido en un mecanismo electoral. Maquinaria electoral menos personalizada cuanto más tecnologizada: por eso el jefe de campaña de los azules en 2000 puede ser el de los colorados en 2001 y, como en el caso de Jaime Durán Barba, terminar siendo el verdadero Jefe del Gobierno Macri.

Algunas de esas maquinarias son 3D: hechas por “computadora”. Sería el caso del PRO. Sus materiales son una mezcla variopinta de quienes han pasado por la “vieja” política, por el espantoso futbol, por las finanzas y por las ONG. ¿Qué las une? Nada demasiado claro respecto del pasado: hay de todo. Nada respecto del futuro. Lo dominante es el presente y lo prédica, tal vez la convicción, que lo que “es” está bien. ¿Cambiemos?

Su origen electrónico perfila al PRO como una máquina electoral perfecta. Recordamos: Federico Sturzenegger, en Estados Unidos, explicó que Durán Barba los entrenaba en el arte de no decir lo que pensaban o lo que querían hacer. El arte de la negación de las ideas de un proyecto a construir. Para el PRO (así lo han expuesto) pensar, proyectar y anunciar es “vieja política” y por lo tanto inútil.

Los triunfos electorales le dan razón al partido 3D. El combustible PRO no son las ideas sino el dinero. PRO es el ejecutor de la visión Néstor Kirchner de la política. “No hay política posible sin mucho dinero”. Es decir, vamos por el dinero y a quién lo tiene, para hacer política.

Las otras maquinarias son de viejo cuño. Lo son el peronismo, en sus múltiples máscaras (Silvio Maresca, dixit); y el radicalismo, en sus múltiples ramas. Ni el peronismo, ni el radicalismo, en ninguna de sus versiones, ofrecen hoy (y tampoco ayer) ideas para hacer, desde el Estado, la construcción de la Nación. Abandonaron la política y sin ella no hay construcción arquitectónica de la Nación.

Nadie convoca al voto desde las “ideas”. Nadie hace política. No con la intensidad y calidad necesarias desde 1983.

El primer radicalismo llegó vacío. Mucho de su discurso fue incorporado una vez en el Gobierno y en el segundo Gobierno radical no hubo vestigios de aquellas ideas. En el partido centenario se apagaron las luces.

El peronismo de Carlos S. Menem desmontó lo que quedaba de lo que había contribuido a construir Juan D. Perón en tres presidencias. El menemismo fue la negación de aquél legado histórico. Difícilmente se pueda argumentar un abrevar en esas fuentes durante las presidencias K.

No se trata de discutir fidelidades sino de poner en claro que merced al deshilachamiento de las ideas, los partidos tradicionales dejaron de ser talleres de forja mientras se transformaban en maquinarias electorales que concursan cada dos años. Insostenible.

Sin partidos y sin ideas en debate, llegamos al principio de esta ridícula maratón electoral. Vemos que los maratonistas, de cada escudería, se chocan con los propios, tanto en las trayectorias pasadas como en las ideas futuras. ¿Por qué están juntos? ¿Qué los une? ¿El amor, el espanto, el poder, la comodidad?

Un ejemplo de trayectoria: el futuro senador nacional por Juntos por el Cambio, Martin Lousteau, largó su maratón como funcionario K en la provincia de Buenos Aires: ministro de Producción (¡después de Gustavo Lopetegui!) y Presidente del Bapro. Total, tres años. María Eugenia Vidal debería considerarlo corresponsable del “desastre que dejó el peronismo”. La coronó como ministro de Economía de CFK: expuso, con entusiasmo, la espantosa Resolución 125 que, además, disparó la grieta; mantuvo al Indec intervenido falseando estadísticas; firmó el decreto del tren bala (no firmarlo le costó el ministerio a Miguel Peirano). Sus ideas futuras: después de reconocer que “en este periodo presidencial el PIB por habitante va a haber caído 4%” y que él es “social demócrata” y que “en Singapur, Corea, Irlanda lo que encendió el motor del crecimiento fue el Estado”, lo que es verdad, sería importante aclarar por qué es candidato de los que piensan todo lo contrario respecto de lo que hay que hacer en economía.

Lousteau, Macri y Horacio R. Larreta no comparten lo “económico”. Pero tampoco lo “cultural”. Larreta, el 9 de julio, consagró “su vida, gestión y la Ciudad de Buenos Aires al cuidado del Sagrado Corazón de Jesús”.

Pero elige para senador a quien no comparte el proyecto económico PRO y a quien es un promotor del aborto y que exigió que lo acompañara como senadora una militante del aborto gratuito. ¿Chocan en lo cultural y en lo económico? ¿No les importa? Claramente no los unen las ideas. Pero lo mismo ocurre en el Frente con Todos. Alberto Fernández, desde que se eyectó o fue eyectado, no le ahorró críticas a Cristina y tampoco al candidato “estrella”, Axel Kicillof. Alberto criticó el cepo cambiario (la “idea” de Kicillof), el déficit fiscal, la inflación (y el nivel de pobreza que Axel no contaba por ser estigmatizante). Axel declaró que (con Alberto) “no pensamos exactamente igual”. Alberto dijo “gran parte de los descalabros que vivimos en la economía son responsabilidad de Kicillof”. ¿Van para el mismo lado, pero en dirección contraria? ¿Quién los entiende?

Después de recordar estos dichos y hechos de los protagonistas, que van juntos “con todos o por el cambio”, les preguntamos ¿cómo se llevarán el día después de los votos?

Si pierden importa poco. Pero el problema que uno de los dos va a ganar. La pregunta es ¿quién va a dominar el campo triunfante? ¿Es importante saberlo? No está bien que no se hayan tomado el trabajo de ponerse de acuerdo. ¿Por qué?

Las campañas son el territorio de disenso, pero entre los candidatos de distinto partido. No entre los de la misma escudería. Chocan antes de empezar. Revelan desacuerdo al interior. No les surge espontáneamente la coincidencia. Revelan que no hay ni partidos ni política. Gobierna “vamos viendo”.

La situación económica y social es extremadamente crítica. Una votación no la resuelve. ¿Qué nos ofrecen? Atengámonos a las generalidades que declaran.

Macri dice, si gano nace la “confianza” y los “inversores” pedirán menos tasa para mantenerse en pesos. La baja de la tasa de interés (insólito, pero lo dicen) generará un impulso de actividad y desaparecerá la crisis. Nos propone esperar a los Reyes Magos.

Para Fernández, copia a Lavagna, la solución es “ponerle plata en los bolsillos” a “la gente”. Nos propone esperar al Ratón Pérez.

La imaginación fantasiosa, los Reyes Magos. Un milagro. La promesa conocida (¿mañana una traición?), el Ratón Pérez. La imaginación perezosa.

No elegimos nada. Pero la noche de la economía es inexorable. Al despertar, no habrá ni Reyes Magos ni Ratón Pérez.

Las maquinarias electorales no pueden pensar la solución de los problemas. Simplemente se trata de ganar.

Pero sin política, sin vida en los partidos, no se gestan ni se alumbran ideas claras que disipen las sombras del presente.

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