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Oportunidades y amenazas de un mundo que ya no es como era 

01 julio de 2019

Por Francisco de Santibañes

Como durante toda campaña presidencial, la agenda internacional ocupa un rol -ciertamente no protagónico- en las discusiones en torno a las políticas que el gobierno argentino debería adoptar en los próximos años. Frases como “insertarse en el mundo”, “salir al mundo” o “exportarle al mundo” son mencionadas por asesores, técnicos y, si tenemos suerte, por los mismos candidatos a Presidente.

Pero detengámosnos un momento para analizar algunas de las oportunidades (y amenazas) que el mundo le presenta a Argentina.

En primer lugar, debemos señalar que el sistema internacional actual es muy diferente al de hace tan sólo algunos años atrás. Esto se debe tanto a cambios en la distribución de poder internacional como al surgimiento de una nueva generación de líderes.

Efectivamente, lejos quedó un escenario internacional dominado por un Estados Unidos que intentaba, por la diplomacia o la fuerza, expandir la democracia liberal y los derechos humanos en el exterior. Hoy nos dirigimos hacia un mundo en donde dos grandes superpotencias -Estados Unidos y China- comienzan a disputarse el liderazgo económico, político, tecnológico y militar.

Si bien el escenario más probable es que las grandes potencias no se enfrenten entre sí,  debido a la existencia de armas nucleares, seguramente intentarán resolver sus disputas, como sucedió entre Washington y Moscú durante la Guerra Fría, a través de Estados proxys o involucrándose directamente en las disputas domésticas de otros países. ¿Dónde tendrán lugar estas disputas? Principalmente en los espacios vacíos de poder. Es aquí en donde los conflictos serán, en gran medida, resueltos.

De hecho, la instalación de un observatorio espacial dependiente de las fuerzas armadas chinas en la provincia Neuquén y las discusiones en torno de la adopción de la tecnología 5G en Argentina son las primeras señales de que la disputa global también nos afectará a nosotros.

La prioridad de nuestra política exterior en las próximas décadas consiste en evitar que nos convirtamos en víctimas de la competencia entre las grandes potencias. Debemos defender el multilateralismo y reconstruir nuestras capacidades estatales. Ante todo, el territorio argentino no debe ser percibido como un espacio vacío de poder.

Por otra parte, una nueva camada de líderes, más conservadores y nacionalistas que sus antecesores, comienza a restarle poder a las élites urbanas, liberales y cosmopolitas. Este de hecho es un fenómeno global, que no solamente ocurre en Estados Unidos con Donald Trump, sino también en Rusia, India, Italia, Israel, Brasil y hasta en China.

En parte como resultado de este fenómeno, aquellas instituciones internacionales que tienen como objetivo fomentar la colaboración entre los Estados (Naciones Unidas, la Unión Europea y la Organización Mundial del Comercio, entre otras) han perdido influencia. Los nuevos gobernantes simplemente no están dispuestos a cederles el grado de soberanía nacional que estas necesitan para cumplir con su función. Por lo tanto, el coordinar el accionar de los Estados se ha vuelto más difícil.

Dado este panorama, podemos afirmar que en el mundo actual hay menos margen para cometer errores estratégicos del que tuvieron países como el nuestro durante las décadas más benévolas del orden liberal.

Pero además de presentarnos desafíos, el mundo también nos brinda enormes oportunidades. Estas van desde la creciente demanda por nuestros alimentos por parte de las nuevas clases medias en países como China o India, hasta la posible firma de tratados de libre comercio que nos permita incrementar nuestra productividad y volvernos más atractivos para los inversores internacionales.

En el plano regional, estamos en condiciones de convertirnos en un actor clave. En efecto, la rivalidad entre México y Brasil nos posiciona como el articulador natural en la región. De quererlo hacer, y contar con los medios necesarios, podríamos liderar un acercamiento entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico, ganando de esta manera influencia política y económica.

¿Qué debemos hacer, entonces?

Quizás la prioridad de nuestra política exterior en las próximas décadas consista en evitar que nos convirtamos en víctimas de la competencia entre las grandes potencias, por un lado y la falta de colaboración entre los Estados, por el otro. Para evitar esto, debemos defender el multilateralismo y reconstruir nuestras capacidades estatales. Ante todo, el territorio argentino no debe ser percibido como un espacio vacío de poder.

Al mismo tiempo, debemos estrechar nuestros lazos económicos con otras naciones, dejando de lado el proteccionismo que tanto daño nos ha hecho.  En este sentido, la posible firma de un acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea representa un avance importante.

Entre los medios que pueden ayudarnos a alcanzar estos objetivos se encuentran las empresas nacionales (sin las cuales cualquier estrategia de inserción económica se vuelve sumamente dificultosa), las fuerzas armadas (que deben ser modernizadas) y un sistema de educación pública que nos permita ganar competitividad.

El mundo nos ofrece oportunidades y amenazas. Está en nosotros evitar las segundas y aprovechar las primeras.

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