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Mercosur - UE: una gran oportunidad

Héctor Rubini 01 julio de 2019

Por Héctor Rubini Universidad del Salvador

El anuncio del acuerdo comercial entre Mercosur y Unión Europea fue el final feliz de dos décadas de duras negociaciones. Desde el inicio de las mismas, las mayores resistencias para liberalizar el comercio entre ambos bloques provenían de los productores agrícolas europeas, y sobre todo de los franceses. Ya en 2001 el presidente brasileño Fernando H. Cardoso expresaba en público una fundada preocupación respecto de que el proteccionismo se impusiera sobre la aspiración hacia el libre comercio.

El fin de siglo fue traumático para el mundo. El 11-S y los sucesivos atentados en Europa llevaron a priorizar agendas de seguridad nacional y restricciones (y no sólo en aeropuertos) a los movimientos de personas en el Viejo Continente. De este lado del Atlántico, la megacrisis de Argentina dio fuerte impulso y respaldo electoral al progresismo mercadointernista del Foro de Porto Alegre.

Con Néstor Kirchner y Lula, Brasil inició una etapa de “paciencia estratégica” con Argentina, aceptando primero acordar restricciones “voluntarias” a las exportaciones de electrodomésticos de línea blanca hacia nuestro país. Luego, las inauditas restricciones al comercio exterior entre 2009 y 2015 del Gobierno de Argentina, sumado al reiterado e indebido destrato de funcionarios de la Secretaría de Comercio hacia funcionarios brasileños.

El Mercosur debilitado, más el giro hacia la iniciativa chavista del ALBA y la penetración de la República Popular China, marcaron un período en el que las negociaciones con la Unión Europea parecían un despropósito. A su vez, la crisis subprime hundió a Europa en una crisis deflacionaria con desempleo, cierre de entidades financieras y el desafío de evitar la caída de Grecia en una crisis terminal y en su salida de la unión.

Las negociaciones resucitaron en gran medida a partir del cambio de gobierno de Argentina y el progresivo debilitamiento de la influencia de Venezuela y China en la región a partir de 2016. La crisis política brasileña no fue obstáculo para el avance de las negociaciones, pero estas cobraron impulso este año condicionada por varias razones: a) no está claro el futuro de la administración Macri hasta no se conozca el resultado de la elección presidencial de octubre próximo, b) Gran Bretaña quedará fuera de la Unión Europea a fines de octubre, c) luego de las elecciones parlamentarias europeas del mes pasado, se prevén cambios en las comisiones de la Unión Europea antes de fin de año, d) el nuevo presidente de Brasil y su ministro de Economía, Paulo Guedes ,entendían que ya era hora de avanzar más rápido, y dejar perder el tiempo.

Desde una perspectiva económica todavía es prematuro emitir juicios categóricos. Los textos completos de los acuerdos empezarán a difundirse a partir de hoy, de modo que recién en el curso de la semana quedará claro si lo acordado converge a un escenario final de comercio realmente libre de restricciones o no. En Europa los mayores temores son los de los productores ganaderos de Francia, Polonia, Irlanda y Bélgica. También los de las ONGs que prevén una furibunda deforestación en Brasil y los productores de las pequeñas y medianas empresas manufactureras de Argentina y Brasil.

Habrá que esperar la lectura de esos textos, para evaluar los calendarios esperados de rebajas mutuas de aranceles, otorgamiento de cuotas y cuán generosas serían. Si las mismas no son eliminadas, especialmente por el lado europeo, de “libre comercio” el acuerdo solo tendría el nombre.

De este lado del Atlántico no son pocos los temores. A diferencia de las reformas en China, orientadas a consolidar una economía de mercado, el progresismo chavista apuntó, y sobre todo en Argentina, al mercadointernismo. Con restricciones arbitrarias al comercio interno y externo, así como al movimiento de divisas, al mercado de cambios, más regulaciones laborales rígidas y que desalientan el empleo, Argentina quedó en peores condiciones para competir con importaciones, pero también para salir a exportar.

Algo que para revertirse exigirá en materia regulatoria revertir el “gran salto hacia atrás” del período 2003-2015. Se requieren mejoras en procesos (verdaderos saltos de productividad) y en calidad de productos y servicios. Esto exige crédito barato, una política tributaria amigable y un entorno legal con menor cantidad y complejidad de las normas legales.

Un acuerdo de libre comercio exige ingresar al mismo en condiciones mínimas, no sólo para enfrentar competidores dentro y fuera del país, sino para integrarse a cadenas productivas con segmentos separados en distintos países. Esto exige seguridad y estabilidad jurídica para invertir y tomar nuevos trabajadores, eliminar trabas burocráticas e impuestos (empezando, por ejemplo, por las retenciones a las exportaciones), armonizar normas con las de los demás socios de Mercosur, y adaptar la oferta de factores productivos (fundamentalmente la mano de obra) a las nuevas demandas.

A la corta o a la larga, tendrá sí o sí un impacto positivo todavía no visible, pero inevitable: el de una reforma y reconversión de buena parte del sistema educativo. El trabajador de los próximos 15 años deberá no sólo contar con (de mínima) secundaria completa y estar familiarizado con nuevas tecnologías. Deberá estar en condiciones de crear, innovar, sugerir, participar (y no sólo con meras charlas) en procesos de decisión de cualquier tipo de empresa. El stock de conocimientos generales y específicos requerido será mayor. Y esto incluye forzosamente el aprendizaje (y de verdad) de no menos de dos idiomas además de la lengua local. Asegurar a los trabajadores condiciones de empleabilidad exigirá, más temprano que tarde, una reforma educativa en todos los niveles.

Un ex ministro de Economía dijo este fin de semana que este acuerdo sería una tragedia. Lo es para quienes sueñan con un país autolimitado al mercado interno, con miedo a la competencia, y renuencia a aprovechar oportunidades en el exterior. Ciertamente, es un límite institucional significativo para experimentos de política como los del chavismo venezolano, o el proteccionismo selectivo de Donald Trump. Mercosur, y en particular Argentina, tiene un elevado nivel de habitantes en condiciones de pobreza. Este acuerdo abre, con sus costos, y riesgos, una gran oportunidad. Sería de necios, o de suicidas, optar por no aprovecharla.

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