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La denuncia del Hezbolá y el clima bélico en Medio Oriente

Atilio Molteni 16 julio de 2019

Por Atilio Molteni Embajador

Aunque detectar y alinear los hechos que inciden sobre la realidad del Medio Oriente nunca fue tarea simple, hoy nadie puede hacer un buen diagnóstico sin subestimar o sobreestimar las reacciones que exhibirán los actores involucrados en las diferentes áreas de conflicto que acaban de brotar en las relaciones con Teherán. A esta altura resulta innegable que el retiro estadounidense del heterodoxo plan de restricción nuclear suscripto con Irán por el Grupo de los Seis, cuyo contenido exigió grandes artes negociadoras, sólo agudizó la crisis de seguridad global y la posibilidad de convivencia pacífica en el Medio Oriente.

El actual deseo de Washington de recurrir, en el nuevo contexto, a las sanciones previstas en las reglas del plan, del cual ya no es parte, es acercarse en forma temeraria a un profundo abismo. A ello se agrega que tanto Estados Unidos como el Reino Unido parecen dispuestos a garantizar la paz y la libre circulación en el Estrecho de Hormuz, sin importar si ello los obliga a recurrir a ciertas acciones directas de naturaleza bélica, tal como lo demostraron los conatos de enfrentamiento que se conocieron en los últimos días.

Al mismo tiempo, si bien las partes involucradas en tales arrebatos miran para todos lados en busca de apoyo, casi nadie, salvo Londres (ciertamente no el resto de Europa) quiere respirar de cerca el olor a pólvora. A ello se agregó, como prólogo de la visita que el Secretario de Estado, Mike Pompeo, hará al país, la decisión del Gobierno de Argentina de crear un Registro Nacional de Personas y Organizaciones Sospechosas de Terrorismo, con el objeto de ampliar su capacidad de investigación en casos como el de Hezbolá, alegando la directa participación de Irán en el sangriento y masivo atentado que destruyó la AMIA, así como su conocida presencia en la Triple Frontera.

Pero hay más. Pompeo también pronunció una alocución en la que presentó como un caso de vida o muerte, y como si se tratara de un futuro inminente, una disputa bélica con Irán. Fue en un acto realizado por los cristianos evangelistas pro-Israel titulada “Estados Unidos e Israel: la amistad por la libertad”, que se realizó en el sur de su país el 8 de julio. El tenor del discurso fue descripto, por los relatores del evento, como la descripción de una Guerra Santa (Holy War) en el Medio Oriente, apelando a un lenguaje cuasireligioso.

Estos elementos ayudan a entender algunos de los motivos de la corta visita del Secretario de Estado a Argentina, en oportunidad de conmemorarse los 25 años del ataque terrorista a la AMIA y del papel que juega el Líbano, país de origen del Hezbolá.

Antes de la Primera Guerra Mundial, el Líbano estaba compuesto por distintas regiones del Imperio Otomano. En 1920, la entonces Sociedad de las Naciones le otorgó un mandato a Francia, cuyos términos de referencia sirvieron para crear una entidad política más amplia al unificar los enclaves maronitas católicos del Monte Líbano, con los territorios musulmanes sunitas y chiitas, que habían sido administrados en forma independiente desde Damasco (Siria).

En 1943 el Líbano se independizó de Francia. Sus líderes acordaron un Pacto Nacional por el que los tres principales grupos religiosos deberían ejercer una representación en el Gobierno, conforme al porcentaje de la población que se registrara en el censo de 1932 (el que nunca fue repetido), datos que entonces favorecían a los maronitas cristianos, a quienes correspondió la presidencia del país. En vista de ello, se estableció que el primer ministro fuera un sunita y el presidente del parlamento un chiita. Es así una democracia parlamentaria muy condicionada, que se maneja con la vocación de impedir que ningún grupo prevalezca y que las decisiones importantes se tomen por consenso, porque existen también otras 17 sectas religiosas reconocidas.

El antedicho equilibrio se modificó por un cambio demográfico en favor de los sunitas ?originado en la emigración de los cristianos y el influjo de refugiados palestinos de esa confesión? y de los chiitas, marginados en zonas rurales pobres del sur del país y del valle de Beeka, que por razones económicas se trasladaron a la periferia de Beirut. Para buscar modificar tal situación se creó el denominado 'Movimiento de los Desheredados”, de carácter secular. Este se conoce como Amal y fue el brazo armado, en la guerra civil que comenzó en 1975, y hasta que se convirtió en un partido político.

Adicionalmente, la Revolución Islámica de Irán que se concretó en 1979, tuvo gran influencia en la mente de los chiitas libaneses y muchos adoptaron un discurso radical, antiimperialista y religioso. El proceso tampoco fue ajeno a la intervención militar de Israel de 1982. La creación en 1985 del Hezbolá (o Partido de Dios), se debió a estos dos acontecimientos y surgió de un desprendimiento de Amal. Se vinculó estrechamente con la Guardia Revolucionaria Iraní, la que apoyó financiera y militarmente sus actividades, entre ellas la exitosa resistencia a las tropas israelíes, forzadas a retirarse del Líbano en el 2000. Tal colaboración subsiste y se incrementó como consecuencia de la expansión iraní y de la guerra civil en Siria.

Hezbolá representa la culminación de los esfuerzos chiitas por alcanzar el estatus que antes le correspondía a los cristianos y sunitas. En un principio buscó transformar al Líbano en un Estado islámico, al estilo iraní. Luego adoptó una táctica pragmática al participar en el Acuerdo de Taif de 1989, que terminó con la guerra civil, modificó el sistema confe

sional y alteró la composición del Parlamento. Se convirtió en una de las fuerzas más importantes sin abandonar su capacidad militar, no obstante existir el compromiso general de desmantelar todas las milicias. Por ello, con la retirada de las fuerzas sirias en 2005 (después de 29 años, a consecuencia de las protestas por el asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri) se erigió como el grupo armado más poderoso, inclusocon mayor fuerza que el ejército libanés.

Con estos progresos Hezbolá logró las características que coexisten en él: movimiento chiita, partido político y grupo militar (terrorista) que aboga por el bienestar de los suyos. El movimiento tiene un credo revolucionario islámico, que aprovechó el carácter multiconfesional, las divisiones provocadas por la guerra civil y la intervención extranjera. Desde 1992, su jefe político es Hassan Nasrallah. Se lo considera como un líder carismático y una figura relevante en el mundo árabe e Irán, en virtud de su proclamada “resistencia” a Israel.

Este mes se cumplen trece años de la guerra iniciada por Hezbolá mediante un ataque a una patrulla militar israelí, que fue seguida de 34 días de combates que pusieron a prueba la capacidad de las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF), las que entonces no estuvieron a la altura de sus antecedentes.

Y si bien desde el cese del fuego la frontera con Israel ha sido estable, Hezbolá aumentó la capacidad y número de misiles (con la cooperación de Teherán) e intervino militarmente en auxilio de Bashar Al-Assad en Siria (también por pedido de Irán). En estos días se prepara para un nuevo enfrentamiento, cuya táctica incluye el despliegue hacia la frontera y la construcción de túneles dirigidos al territorio israelí, los que a fines de 2018 fueron neutralizados. Además, en la zona sur del Líbano está desplegada UNIFIL, que es una fuerza de la ONU creada en el 2000 para supervisar el retiro de las fuerzas israelíes, pero cuyo mandato fue ampliado en 2006 por la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, con el fin de supervisar, sin recursos suficientes, el cese del fuego y futuras hostilidades.

El 6 de mayo de 2018 Líbano realizó su primera elección legislativa en nueve años, debido a las discusiones acerca del sistema de representación para las 128 bancas del Congreso. Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita vieron con alarma que Hezbolá y sus partidos afines aumentaron sus bancas a 68 mientras quedaron debilitados los partidos sunitas y cristianos, cuya presencia bajó de 33 a 21 plazas, lejos de su relevancia en los sucesos del 2005, cuando ese país tuvo su propia grieta y la primera coalición resultó prosiria y la segunda contraria a Damasco.

Días después, el presidente de la República, Michel Aoun (cristiano) designó a Saad Hariri (sunita), quien ejerce el puesto de primer ministro por tercera vez, para hacerse cargo de la formación del gabinete ministerial, quien esta vez tardó bastante en hacerlo debido a los enfrentamientos que surgieron entre los partidos acerca del nivel que les cupo a cada uno de ellos en ese órgano de gobierno. Merced a ese forcejeo, y a los compromisos a que llegó con Hezbolá, Hariri perdió parte de sus apoyos, incluido el que recibía política y financieramente de los sauditas.

Ante semejante nivel de confrontación política, la existencia de una economía muy debilitada en la que gravita seriamente una deuda del 150% del PIB y el costo que supone mantener la presencia de un millón de refugiados sirios, el Gobierno libanés no las tiene todas consigo. En una reciente visita a Beirut, Pompeo afirmó que los libaneses tenían la opción de limitar el poder político y militar del Hezbolá o perder el apoyo de Washington a su programa económico y a sus fuerzas armadas, lo que hace peligrar por completo la gobernabilidad del país.

Esa realidad explica por qué uno de los instrumentos más utilizados para hacer frente al Hezbolá es identificarlo como una organización terrorista en su totalidad y aplicarle las sanciones correspondientes sobre la actividad de cada una de sus ramas, posición que adoptaron Estados Unidos y el Reino Unido. En cambio, Alemania y Francia solo declararon ilegal a su rama militar. En momentos en que Washington desea aplicar la máxima presión a Irán, la consecuencia inmediata de tales movidas es la de ampliar las sanciones a su máximo exponente en el Líbano. Es decir, el Hezbolá.

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