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Gasto público, condiciones de vida y pobreza en Argentina

Mientras que sólo el 2% de niñas y niños de los hogares con mayores ingresos de Argentina habita en viviendas construidas con materiales inadecuados, 27% del tramo de ingresos más bajo reside en esas condiciones. Retirar al Estado de esta situación es, cuanto menos, necedad.

12 julio de 2019

Por Jorge Paz 

Suele decirse que el excesivo gasto público es el culpable de la inflación y de otros males. Los déficits que genera este gasto y la imposibilidad de cubrirlos con la recaudación corriente obliga a emitir, y ello provoca inflación. Esa simple explicación es la que cuenta con mayor aceptación, al menos en la corriente principal de la economía. Ahora, los que diagnostican de esta manera plantean que la “solución estructural” es la reducción del déficit. Léase, la reducción del gasto público.

¿Cómo se reduce el gasto público? Quedó en evidencia que la reforma de los ministerios y la reestructuración del sector público fue un paliativo ineficaz con un impacto absolutamente marginal en el gasto público total. Basta observar que la inflación se disparó después de realizadas las reformas y la situación de los precios está lejos de convertirse en historia. Todo apunta ahora a seguir reformando y, por otro lado, la obra pública se convierte en candidata al ajuste. Es conveniente, entonces, mirar algunos aspectos que dependen estrictamente de ese gasto, para observar su evolución en los últimos años.

El Indec publica con cierta regularidad un conjunto de indicadores de condiciones de vida, de los cuales el cuadro B repasa sólo los que dependen crucialmente de la obra pública y, por lo tanto, del gasto del Estado en este rubro.

Si se dejan a un lado los decimales, se observa que la situación no cambió en el período examinado. El porcentaje de personas que reside en viviendas construidas con materiales adecuados sigue siendo del 76%. De la misma manera, las cifras de los que viven sin hacinamiento (95%), con saneamiento adecuado (83%), con descarga de agua (92%) y con agua dentro de la vivienda (96%) tampoco se modificaron.

Ciertamente alguien podrá decir que se mejoraron ciertos aspectos cualitativos, o que las obras que se están haciendo no logran aún impactar en las condiciones de vida de la población, porque se trata de transformaciones estructurales cuya materialización lleva tiempo y mucho esfuerzo. Es probable que las dos razones respondan a la realidad, pero lo cierto es que las condiciones de vida no mejoraron a pesar de todo, y una reducción del gasto en obras de infraestructura en estas condiciones sólo empeoraría la realidad que no es del todo promisoria.

¿Quiénes se benefician de estas inversiones? Una pregunta no menor en este contexto es quienes se benefician y quiénes se verían eventualmente perjudicados por una reducción en esta partida de gasto. La respuesta más obvia es la correcta: las personas que residen en las viviendas más precarias son las más vulnerables y las que menos posibilidades tienen de revertir esta situación.

Si tomamos sólo uno de los indicadores del cuadro B, el primero, la cantidad de personas que viven en viviendas construidas con materiales adecuados, el porcentaje es del 76% de la población. Si ese mismo indicador se computa para niñas y niños (población menor de 18 años), la cifra cae a 68%, es decir 8 puntos porcentuales menos que la población en general, donde ya están incluidos estos menores de 18 años. Y lo que es más grave aún es que aumenta mucho más el porcentaje de población que habita en viviendas construida con materiales insuficientes: pasa del 9% en la población general (Cuadro B) a 13% en niñas y niños Esto significa que al menos cuatro millones de niñas y niños en el país residen en viviendas que no están preparadas para proteger de las inclemencias del clima, para garantizar seguridad y protección, para facilitar el descanso y permitir que se cumplan otras funciones consideradas esenciales, y que la mayoría duerme, come y juega en viviendas con techo de paja y piso de tierra.

Pero todo esto se agrava si la información se cruza con la disponibilidad de ingresos de las familias en la que viven esas niñas y niños. En el muestra lo que arroja este mismo indicador para niñas y niño que viven en familias con tramos de ingresos diferentes.

Queda muy claro que las necesidades se verifican ahí en los sectores más vulnerables de la población. Así, mientras que sólo 2% de niñas y niños de los hogares con mayores ingresos de Argentina vive en viviendas construidas con materiales inadecuados (y es probable que sea cero, por el error muestral), 27% del tramo de ingresos más bajo reside en esas condiciones. Retirar al Estado de esta situación es, cuanto menos, necedad. La imagen remite a la que mencionan Banerjee y Duflo en su libro “Repensar la pobreza”. Una niña ahogándose en un lago, yo paso por el lugar y está en mis manos salvarla. Es decir, no puedo pensar si me tiro al lago o no porque el traje que llevo puesto es demasiado caro.

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