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El desafío exportador

Para ser un jugador clave a nivel global necesitamos un sector productivo que mire al mundo como una oportunidad y no como una amenaza pero, principalmente, un Estado que no sea un obstáculo para que cada vez más empresas vendan productos argentinos al exterior.

01 julio de 2019

Por Federico González Rouco Economista de la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación

Argentina tiene el potencial de ser un jugador clave en la discusión global e insertarse en las principales cadenas globales de valor. Para eso, necesitamos un sector productivo que mire al mundo como una oportunidad y no como una amenaza pero, principalmente, un Estado que no sea un obstáculo para que cada vez más empresas vendan productos argentinos al exterior.

Durante muchos años intentamos sustituir importaciones con producción local, con el objetivo de no depender de la economía global y de ser independientes. Esto puede tener sentido en algunos sectores muy específicos (y requiere políticas productivos muy por encima de lo arancelario), pero nunca es escalable a la economía en su conjunto.

El comercio internacional debe ser pensado como un todo, con todos los países de los dos lados del mostrador, comprando y vendiendo. Pero, más importante, con empresas de los dos lados del mostrador, aunque no necesariamente las mismas. Generalmente, en la discusión pública, las empresas quedan a un lado cuando se habla de exportaciones o importaciones.

En diciembre de 2015, la economía argentina exportaba el 9% del PIB, cerca de 12 puntos menos que en 2004. Más de la mitad de la caída estuvo explicada por las manufacturas, incluyendo las de origen industrial y manufacturero. Los combustibles explican otros 4 puntos de la caída y el resto es de bienes primarios.

Otra forma de ver el deterioro de la capacidad exportadora es comparando contra el máximo histórico de exportaciones, que fue en 2011, con US$ 80.000 millones en pleno auge del precio de las commodities. Entre 2011 y 2015, las empresas argentinas perdieron exportaciones por US$ 25.000 millones.

En paralelo, la cantidad de empresas exportadoras cayó un 25% entre 2011 y 2015. Más de 3.200 empresas dejaron de exportar. Sin embargo, el cepo cambiario no hizo más que continuar una política exportadora con efectos muy nocivos. Entre 1994 y 2006, con altibajos, la cantidad de empresas que le vendían bienes al exterior pasó de 9.600 a 15.000. De ahí en adelante, de la mano de un tipo de cambio que se atrasaba sostenidamente y sin inversiones estructurales que permitieran bajar los costos, la cantidad de empresas cayó hasta volver, en 2015, a 9.600 de vuelta.

En diciembre de 2015, la economía argentina acumulaba 30 meses consecutivos de caída en las exportaciones, una racha que no se había registrado no siquiera en 2009, cuando la economía cayó 6% (13 meses de caída de las exportaciones), ni en la crisis del 2001 (lo máximo fueron cinco meses) ni al comienzo de la recesión de 19981999 (13 meses).

Esta inercia destructiva de las exportaciones dejaba un claro desafío para rearmar la lógica exportadora de las empresas argentina. Con el cambio de gobierno se hizo un foco especial en este punto ya que se tomó a las exportaciones como uno de los motores del crecimiento económico federal y sustentable. Tener más empresas exportadoras obliga a la economía en su conjunto a estar al nivel de competir con todo el mundo porque el mercado al que se la va a vender no son 45 millones de personas sino más de 7.000 millones.

Los primeros pasos fueron eliminar las trabas obvias, como el cepo, el tipo de cambio desdoblado y la restricción de las empresas argentinas a acceder a financiamiento externo que imponía el default. Pero luego de eso empezaba lo que no era tan obvio, como la desburocratización del proceso exportador, la simplificación de la relación entre las empresas y los diferentes organismos habilitantes o la reducción de costos para exportar.

En paralelo, el stock de infraestructura de 2015 era consistente con una economía que no exportaba. No se había invertido en puertos, aeropuertos, rutas, caminos, hubs logísticos pero tampoco se había llevado adelante una política de inserción exitosa que pudiera abrir mercados. Todo esto se comenzó a hacer desde 2016 aunque recomponer la “marca Argentina” es algo de muchos años.

Ya se abrieron o recuperaron más de 170 mercados para productos argentinos y, tras 20 años de negociaciones, se firmó el Acuerdo de Asociación Estratégica entre el Mercosur y la Unión Europea, que abre oportunidades en un mercado de 500 millones de personas con condiciones muy beneficiosas para las empresas argentinas, que tendrán plazos de adaptación (algo que la UE no suele conceder).

En tres años y medio, las exportaciones crecieron 8% y, lo mejor, crecieron de manera continua. Salvo las manufacturas de origen agropecuario, que están en niveles similares a 2015 (principalmente por menores precios), todos los grupos de bienes exportados crecieron. Resaltan dos: las manufacturas industriales, donde se cortó una extensa racha de caída y acumulan una mejora de 12%, y las exportaciones de combustibles de energía, motorizadas por las inversiones en hidrocarburos, que están cerca de duplicarse en menos de cuatro años, con el impacto inmediato en la balanza comercial energética, que ya cayó 70% desde 2015.

Otro punto importante del desafío exportador es cómo generar que haya nuevos exportadores, más allá de que todos exporten más. En este sentido, simplificar y asesorar a las pymes se vuelve clave y, a la vez, todo un desafío. A través de Exporta Simple, una plataforma que facilita el camino de las empresas para vender al exterior, ya se realizaron casi 6.000 operaciones con un tercio hechas por nuevos exportadores.

El desafío exportador es dejar atrás la idea del “saldo exportador” para tener empresas que se creen pensando en ser exportadoras, que desde el comienzo produzcan mirando al mundo. Esto es complejo y lleva tiempo, pero es una condición necesaria para poder aumentar la productividad, tener mejores salarios y ser competitivos. Durante décadas buscamos mejorar la balanza cambiaria con devaluaciones que destruyen la estructura productiva y generan pobreza. La competitividad tiene que sistémica y sostenible en el largo plazo y solo se consigue a partir de mejoras regulatorias, el diseño de un marco impositivo que contemple las necesidades de las empresas que miran al mundo y un Estado que invierta y mejore la logística.

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