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¿Cuánto populismo puede resistir la economía que viene?

12 julio de 2019

Por José Dapena Director del Departamento de Finanzas UCEMA (*)

Un populista es un oportunista que cambia reglas de juego a su conveniencia cuando su incompetencia lo expone, y que privilegia el corto plazo, a través de soluciones simplistas, facilistas y arbitrarias. Busca ser el “líder” con los brazos en alto aclamado por el “pueblo”. En el caso de jefes de Estado, transforman el cargo administrativo de mayor poder y responsabilidad en una cuestión mística.

El populismo no se lleva demasiado bien con la apertura comercial al mundo, porque esta última exige productividad, eficiencia y competencia. Tampoco se lleva bien con el concepto de restricción presupuestaria (que en opinión de muchos es un concepto económico que se debería enseñar en las escuelas primarias, y que indica que no se puede gastar más de lo que se produce continuamente, generado sino crisis de deuda).

Finalmente, el populismo no se lleva bien con un Estado pequeño, ya que el populista necesita dar prebendas y beneficios de corto plazo que la miopía impide evaluar en sus efectos de más largo plazo, para ganar voluntades, lo que requiere de financiamiento. En ese afán de ser aclamado por el pueblo, el populista tiende a gastar los recursos que no tiene, evitando las decisiones impopulares pero necesarias, hasta que eventualmente su incompetencia lo expone (o quizá tiene suerte y le toca a su sucesor). Esta conducta indisciplinada y desaprensiva, originada usualmente en épocas de bonanzas, ha derivado en las sucesivas crisis que han afectado a Argentina, crisis que han tenido otros países pero que aprendieron la lección.

En los últimos años atravesamos la crisis de 2001/02, y luego otra crisis en 2018. La secuencia simplificada de eventos fue aproximadamente la siguiente: luego de la crisis de 2001/2002, causada principalmente por el déficit fiscal, el tipo de cambio fijo y el multiplicador bancario en dólares, hasta 2007 la impresión de dinero fue dirigida a sostener la monetización de la economía como consecuencia del rebote en el crecimiento, de la licuación de los salarios y del superávit fiscal. A partir de 2008 la impresión de dinero comenzó a causar inflación, que se tradujo en atraso tarifario generando desincentivos a la inversión, lo que provocó un déficit en la balanza comercial por importaciones de energía y déficit fiscal por los subsidios que, al no respetar un mecanismo de mercado, dificultaban consolidar inversiones. La escasez de dólares y la inflación resultaron en desconfianza en el peso, siendo la respuesta el cepo de 2011. A partir de entonces la economía dejó de crecer y la inflación se transformó en un fenómeno recurrente.

La segunda crisis se evidenció en 2018, que muestran que el déficit fiscal, la falta de apertura comercial y el exceso de gasto y la presión impositiva no son sustentables en el tiempo. Cercanos a la sucesión de elecciones, la respuesta no es económica sino política: es la propia población la que debe convencerse acerca de cuales son los anticuerpos frente al populismo.

(*) Las opiniones expresadas son personales y no necesariamente representan la opinión de la UCEMA 

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