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Jaque Mate al Mercosur

Por casarnos con el Mercosur, nos divorciamos del mundo. El Mercosur, en los hechos, funcionó como “un cepo comercial” que limitó nuestro comercio exterior hacia el resto del mundo. Distrajo durante los últimos treinta años a nuestra dirigencia política y empresaria.

04 junio de 2019

Por Ramón Frediani Economista

Como bloque comercial, el Mercosur viene perdiendo dinamismo y trascendencia desde hace al menos una década y gran parte del Tratado de Asunción que le dio origen (marzo de 1991) es letra muerta por incumplimientos por parte de sus propios socios. Un balance global de sus resultados, muestra que sus costos superaron a sus beneficios, entre otras causas por no contemplar las grandes diferencias económicas entre sus miembros al imponer reglas comunes, como se graficó graciosamente, entre un elefante (Brasil), un ratón (Argentina) y dos hormigas (Paraguay y Uruguay).

El país ganador del Mercosur fue sin dudas Brasil, y a nivel sectorial la industria automotriz, que gracias a su tenaz y eficiente lobby, logró un tratamiento más que preferencial y economías de escala para operar dentro de un mercado semicautivo de 270 millones de habitantes, que de otra forma estaría languideciendo como sector fabril por falta de mercado y de competitividad internacional.

Quedaron atrás los propósitos de eliminar asimetrías fiscales, monetarias, arancelarias, cambiarias y de legislación laboral entre los cuatro países, que se habían propuesto y debatido durante los primeros años del Mercosur. Incluso a fines de los ´90, se llegó a pensar en una moneda común que reemplazara a las nacionales (idea de Roberto Lavagna y Fabio Giambiagi en 1998, sugiriendo para ella el nombre de gaucho y que comenzaría a regir desde el 2010) y un Banco Central común que se denominaría Banco del Mercosur, con sede en San Pablo, imitando así a la Unión Europea que a partir del Tratado de Maastrich de 1992 diera origen a su moneda común (el euro), un banco central común (el BCE), un pasaporte común, una legislación económica común y un espacio común de libre circulación de personas, bienes y capitales.

Los grandes perdedores del Mercosur fueron y aún son los socios menores, Paraguay y Uruguay, que sufrieron la destrucción de su pequeña e incipiente industria debido a las importaciones sin aranceles de productos argentinos y mayoritariamente brasileños. Hoy, ambos países mantienen un justificado resentimiento hacia el Mercosur, Uruguay intentando desde hace años y por todos los medios salir de este cepo comercial mediante un Tratado de Libre Comercio con China, que Argentina intenta desalentar, pues sería un Caballo de Troya para introducir sin aranceles al Mercosur el menú completa de productos chinos, decapitando a la industria local.

Y también Paraguay, que al haber reconocido ante Naciones Unidas a Taiwán como nación independiente de China, tiene un acuerdo preferencial hacia productos de ese origen, no sólo vía terrestre desde Chile por el Paso de Jama, marítima desde el Puerto de Santos de Brasil sino también vía un puente aéreo de carga que arriba al aeropuerto internacional de Ciudad del Este, habiendo logrado lo que Uruguay pretende desde hace años con China.

Excepto el intercambio e integración de la industria automotriz argentina-brasileña, esta unión comercial se la percibe cada vez con menor trascendencia económica para sus socios. Para sobrevivir, ahora se intenta un acercamiento con la Alianza del Pacífico (Chile, Perú, Colombia, México) por ser las economías del Pacífico más dinámicas, más abiertas y con más futuro, que las economías sobre el Atlántico.

Equivocadamente y sin éxito, también se busca desde 1998 un acuerdo interbloque con la UE, con escasas posibilidades de concretarse por desconocer miles de años de historia europea. Europa quiere vender sus manufacturas al Mercosur, pero no acepta a cambio importar alimentos desde el Mercosur, pues el pilar económico más importante de la Comunidad Europea desde su Tratado de Roma de 1957, siempre fue y es su política interna de subsidios agrícolas para asegurarse el autoabastecimiento de alimentos, luego de haber vivido incontables hambrunas desde antes de Cristo y hasta la Guerra de los Balcanes de 1991-2001.

Analizando los resultados alcanzados luego de casi tres décadas del Tratado de Asunción, Argentina equivocó su estrategia de largo plazo en materia de comercio exterior, pues en el contexto de la globalización que ya se había iniciado en 1989, el modelo a imitar era el chileno y no encerrarse en esta imitación imperfecta y deficiente del Mercado Común Europeo llamada Mercosur, que además fue un pésimo negocio para Argentina, pues en el 90% de estos 29 años de vigencia, el intercambio comercial fue deficitario para nuestro país, además de contribuir a aislarnos del mundo.

A modo de comparación, Chile exportará este año US$ 78.000 millones y Argentina US$ 62.000 millones. En términos por habitante, las exportaciones chilenas son de US$ 4.300 per cápita mientras que las argentinas apenas US$ 1.350. La diferencia la explican la ausencia en Chile de retenciones a las exportaciones, menores costos de transporte, logísticos y financieros, legislación laboral más flexible y moderna, amplia disponibilidad de puertos de aguas profundas, y por sobre todas las cosas, el haber adoptado desde hace décadas como estrategia general para su comercio exterior el sistema de acuerdos bilaterales de libre comercio en vez de encerrarse en rígidos bloques comerciales que atan de manos y restringen la libertad del comercio (aunque sí está dentro de la flexible Alianza del Pacífico junto a Perú, Colombia y México).

El modelo económico chileno, que a grandes rasgos se mantiene inalterado desde mediados de los años ´80, resultó exitoso y es un ejemplo a imitar: en los últimos treinta años, la pobreza bajó del 41% al actual 11%. Además Chile se ha convertido en la economía más fuerte, estable y consolidada de América Latina, con indicadores próximos a los países desarrollados. Pero lo más significativo es que Chile es una economía muy abierta pues posee 21 tratados de libre comercio con cincuenta países desde los cuales le ingremanufacturas sin aranceles aduaneros: China, Estados Unidos, Canadá, México, Japón, Noruega, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Panamá, Uruguay, Suiza y los 27 de la Unión Europea, entre los más relevantes, además de tratados de preferencias arancelarias con otros 81 países que representan el 90% del PIB mundial.

El Mercosur, tal como lo conocimos tiene sus días contados, lo cual es una buena noticia y en buena hora que el presidente de Brasil con firmeza desde su asunción el pasado 1º de enero, haya tomado conciencia de ello, y esperemos que Macri comparta esa visión. El tema es de gran actualidad pues Jair Bolsonaro llegará el jueves para reunirse con Mauricio Macri para analizar precisamente ? entre otros temas- la reforma del Mercosur, con énfasis en una reducción importante del arancel externo común y debatirla en la Cumbre de Presidentes que en julio se reunirá en la ciudad de Santa Fe, donde Argentina le traspasará a Brasil la presidencia del bloque.

Por casarnos con el Mercosur, nos divorciamos del mundo. El Mercosur, en los hechos, funcionó como “un cepo comercial” que limitó nuestro comercio exterior hacia el resto del mundo. Distrajo durante los últimos treinta años a nuestra dirigencia política y empresaria, llevándola a pensar en tres vecinos como mercado relevante para nuestras manufacturas, olvidándose de diversificar destinos y productos para vender preferentemente a las nuevas economías emergentes: los países del Pacífico y del sudeste asiático.

Ha llegado la hora de una reforma profunda del Mercosur mediante una reingeniería amplia que deje de lado la mirada miope de priorizar el intercambio comercial entre cuatro vecinos y en cambio poner el acento en promover las exportaciones hacia el resto del mundo, ver más allá de la primacía del intercambio automotriz para dar igual protagonismo al intercambio de otros productos y permitir más libertad en suscribir acuerdos bilaterales con otras naciones. Con el Mercosur, Argentina se latinoamericanizó pero no se globalizó. Como mercado, el mundo es mucho más grande que Brasil, Paraguay y Uruguay. Esta debe ser la idea central.

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