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¿Podrá bajar la inflación?

28 mayo de 2019

Por Camilo E. Tiscornia  Economista y Director de C&T Asesores Económicos

El dato de inflación de abril, que resultó más bajo que el de marzo pero, sobre todo, menor a lo esperado; abrió la puerta (una vez más) a la expectativa de que la inflación entre en un sendero de reducción. Lamentablemente, la experiencia de los últimos años no fue positiva en este aspecto, de ahí que cada vez que se renueva esta expectativa, se da con mucho escepticismo. ¿Será distinto esta vez?

Hay un factor que juega a favor indudablemente: de acá a fin de año se reducen sensiblemente los aumentos de los servicios públicos, que fueron factor clave en el rebrote inflacionario en lo que va del año. Y en esto hay un doble efecto: los servicios públicos son un componente directo de la medida de inflación, por un lado, y por el otro, forman parte de los costos de las empresas, quienes trasladaron (parcialmente) los mayores costos a sus respectivos precios.

No ocurre lo mismo con los salarios, otro factor relevante que genera inflación de costos. Estamos atravesando un momento pico de renegociaciones salariales, con aumentos muy importantes en algunos casos, que buscan recomponer la pérdida de poder adquisitivo del año pasado, lo que contribuye a que la inflación tenga inercia. De todos modos, estimamos que este efecto va a estar acotado por la debilidad que muestran el mercado laboral y el consumo en general.

El tercer factor crítico es el tipo de cambio, responsable también, en gran medida, de la suba reciente de la inflación. En este caso, el dato más importante es la reciente capacidad que adquirió el BCRA para intervenir en forma directa en el mercado antes de que el tipo de cambio llegue al techo de la banda de flotación. Podrá discutirse cuánto poder de fuego tiene el BCRA en función de los cálculos que se hagan a partir de sus reservas, pero no hay duda de que no es menor y de que va a haber un mayor control de la evolución del dólar de aquí en más. Pero claramente lo que ocurra con el dólar es lo más incierto dentro de cualquier pronóstico debido a la incertidumbre política, de allí que cualquier estimación de la inflación debe ser tomada como muy provisoria.

A nuestro juicio, en torno de la estabilización del tipo de cambio gira la clave para lograr una baja sostenida de la inflación. Por ello, históricamente se ha intentado fijar el valor del dólar como medio para reducir la inflación (y no sólo en Argentina) pero la experiencia muestra que es inconveniente hacerlo en forma artificial. Más bien, debe entenderse que, si los factores de fondo que determinan la inflación se encuentran ordenados, eso debería verse reflejado en cierta estabilización del tipo de cambio. Es decir, el tipo de cambio debe tomarse como un barómetro de lo que está ocurriendo con las causas reales de la inflación.

Con esta perspectiva, Argentina cuenta con dos cosas a favor en este momento: el dólar no está atrasado y no hay una emisión monetaria descontrolada. Intentar defender un dólar muy debajo de un valor razonable, sólo puede producir una baja temporaria de la inflación en el mejor de los casos. Por otro lado, si el ritmo de emisión monetaria fuera muy elevado, tarde o temprano ello se manifestaría en un alza del tipo de cambio y derivaría en una suba de la inflación; actualmente, no hay perspectiva de que la emisión monetaria repunte en el corto plazo en virtud del programa monetario vigente pero hay dos cuestiones clave para que este panorama se extienda en el tiempo: la evolución de las Leliq y, sobre todo, que continúe la reducción del déficit fiscal, para que el BCRA no tenga que salir al rescate del Tesoro.

El aspecto más desafiante está relacionado con lo que los economistas denominamos la demanda de dinero. La incertidumbre política existente exacerba la natural desconfianza que tenemos los argentinos respecto de nuestra propia moneda por nuestro pasado inflacionario, lo que deriva en una tendencia a querer desprendernos de los pesos para pasarnos a dólares, de ahí la presión sostenida al alza que mostró el dólar desde febrero. Por ello, más allá de los aspectos favorables mencionados, no va a haber baja sostenible de la inflación si no se logra revertir esa desconfianza, que aparte produce otro efecto negativo de cara a la inflación: tomamos como parámetro de valorización al dólar y ajustamos nuestros precios en función de lo que pase con él, contribuyendo a la inercia inflacionaria mencionada y a un tema relacionado, la puja distributiva.

En este contexto, puede esperarse una baja de la inflación en el corto plazo. Más allá, dependerá crucialmente de las políticas que aplique el nuevo Gobierno. La reducción del déficit fiscal será una condición ineludible pero puede no ser suficiente para lidiar con la arraigada inercia que tiene la inflación. Será necesario revertir la desconfianza mencionada para poder coordinar mejor la expectativa de inflación y hacer que el proceso sea duradero. El régimen de metas de inflación buscó generar esa coordinación a partir de la credibilidad del BCRA pero lamentablemente no funcionó, lo que ocasionó un nuevo daño a la confianza. Por ello, seguramente haya que complementar las medidas fiscales y monetarias con algún mecanismo de acuerdo entre diversos actores para tratar de que los precios se fijen mirando al futuro (que sería más consistente macroeconómicamente si se aplican las medidas necesarias) en vez del pasado o el tipo de cambio.

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