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La nueva etapa del conflicto entre Washington y Teherán

Si bien ahora todo induce a mirar los pesados vericuetos de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, o la dramática evolución del sangriento conflicto en Venezuela, sería un desatino perder de vista los escalonamientos bélicos y estratégicos que se observan en Irán.

Atilio Molteni 13 mayo de 2019

Por Atilio Molteni Embajador

Si bien en estas horas los procesos más graves y destacados del planeta inducen a mirar los pesados vericuetos de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, o la dramática e incierta evolución del sangriento conflicto venezolano, sería un desatino perder de vista los escalonamientos bélicos y estratégicos que se observan en Irán y las manifestaciones de ansiedad táctica originadas en el Gobierno norcoreano, las que parecen contar con el oído atento y el consejo de Pekín y Moscú. Desde el pasado 6 de mayo hubo un salto cualitativo en la clase de datos provenientes de la inteligencia estadounidense, cuyos equipos acusaron a Teherán de amenazar con sus milicias a las tropas destacadas en Irak y Siria, en tanto sus mayores portavoces anunciaban el plan de retomar la producción de material nuclear peligroso.

Washington tampoco se conformó con apoltronarse en las oficinas de comando. En línea con los gestos ya en curso, aumentó la presión sobre el Gobierno y los militares iraníes anticipando el envío al Golfo Pérsico del portaaviones USS Abraham Lincoln y sus buques de apoyo desde el Mediterráneo, medida que incluye la presencia de un grupo adicional de bombarderos B-25 a las bases regionales norteamericanas, con el obvio deseo de reforzar el ya existente “mensaje claro e inconfundible a Irán”.

Estos hechos son bastante sintomáticos, ante la realidad de que no es posible descartar que los ejercicios de disuasión se conviertan en un enfrentamiento militar a partir de la utilización de los medios aéreos contra efectivos iraníes o, teniendo en cuenta los enfoques de quienes mandan, contra el territorio mismo de Irán. Y si efectivamente ello sucede, los acontecimientos no tardarán en originar derivaciones sobre el mercado petrolero mundial.

Estos acontecimientos también coinciden con el cumplimiento del primer año desde que el presidente Donald Trump decidió retirarse unilateralmente del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) suscripto con Irán, por considerarlo un mal acuerdo que debía ser renegociado. El lector recordará que, en julio de 2015, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, China, Rusia, Alemania y la Unión Europea habían acordado con Irán, como fruto de una acción diplomática liderada por el ex presidente Barack Obama, el establecimiento de un conjunto de parámetros con límites acordados sobre el plan nuclear de Teherán, en el que se incluyeron las actividades de enriquecimiento y de investigación y desarrollo. Sugestivamente, tanto Irán como la UE no se asociaron al criterio rupturista de los Estados Unidos y continuaron aplicando el referido consenso. Los gobiernos de los países europeos adoptaron una posición crítica acerca de la decisión del presidente Trump en la materia, la que se abstuvieron de endosar. Tras el retiro de Washington del PAIC sobrevino la reimposición de sanciones a Irán incluyendo en ello a sus exportaciones de petróleo y gas, de la que fueron exceptuados sólo ocho países, cinco de ese grupo compradores de casi un millón de barriles diarios (China, Japón Turquía, India y Corea del Sur). Sin embargo, desde el 2 de mayo quedaron incluidos en la medida, lo que lesiona a las compañías e instituciones financieras que participaban en tales operaciones, a pesar de que el ingreso económico de lo producido sólo pudo destinarse a la compra de alimentos y medicinas.

El mes pasado, y dentro de la campaña de “máxima presión” sobre Teherán, se designó a la Guardia Revolucionaria como una organización terrorista extranjera debido a que la misma participa, financia y promueve esta clase de actividades. La Guardia Revolucionaria iraní fue establecida al producirse la Revolución iraní de 1979, con el objetivo de defender al país de las amenazas internas e internacionales, asignando a sus integrantes un papel fundamental en la aplicación de la política externa de Teherán, como lo demuestran tanto sus vínculos con el Hezbolá en el Líbano como su presencia directa en Siria e Irak. Además, esa fracción controla varios sectores de la economía, dependiendo directamente del Líder Supremo, Ayatolá Khomeini. Es una estructura paralela a las Fuerzas Armadas con más de 100.000 soldados, un grupo paramilitar que puede convocar más de 600.000 voluntarios (los Basij), y goza por ello de acceso, bajo ciertas reglas, a los equipos aéreos y misilísticos y de una fuerza naval que, entre otros espacios marítimos, controla el Estrecho de Ormuz, que es la vía principal de paso de las exportaciones energéticas de los países del Golfo Pérsico. El presidente Barack Obama consideró, en su momento, que existían límites al proclamado “excepcionalidad estadounidense” y que no podía intentar solucionar todos los problemas, ni su país era el responsable del mantenimiento del orden mundial. En lo relativo al Medio Oriente, el Jefe de la Casa Blanca buscó retirar sus tropas de Iraq y Afganistán, al tiempo que evitó participar en los nuevos conflictos regionales, como sucedió en el caso de Siria. Además intentó colaborar en lo que entendió era un nuevo comienzo representado por la “Primavera Árabe”, motivo por el que negoció y dialogó con Irán, buscando una solución al problema de sus desarrollos nucleares a través de un marco jurídico que le impidiera tener un arma de este tipo rápidamente o en forma clandestina, pero con plazos predeterminados. Para su gestión de gobierno ese fue el problema fundamental, mientras que el desarrollo misilístico y su expansión regional quedaron subordinados a tal objetivo. En cambio, ante las acciones regionales que consideró expansionistas de Irán en El Líbano, donde los chiitas del Hezbolá afianzaron su control político; en Siria donde ayudaron a que continuara el régimen alawita de Bashar al-Assad, y el papel preponderante de sus milicias en Irák, Trump optó por condicionar sus enfoques a la noción de ampliar sus relaciones con Arabia Saudita y otros países sunitas y, sobre todo, reforzando la alianza estratégica con Israel y recurriendo al endoso de la continuidad de “Bibi” Netanyahu en el Gobierno. Este enfoque explica los factores que lo llevaron a la denuncia del PAIC, la intensificación de las sanciones contra otros sectores de las exportaciones iraníes y la presencia militar reforzada de Estados Unidos en el Golfo Pérsico. El 8 de mayo, se produjo la reacción de Irán a este encadenamiento de hechos y la acción psicológica del aludido régimen. Entonces se informó que, para salvaguardar su seguridad nacional e intereses, de acuerdo con los artículos 26 y 36 del PAIC, Teherán no se sentía obligado a respetar los límites que condicionan su producción y tenencias de uranio enriquecido y de agua pesada. En la misma oportunidad dio un ultimátum de sesenta días a las demás potencias que suscribieron el PAIC para que sus gobiernos cumplan con el respectivo programa de normalización económica y comercial. Tal mención se refiere a la expectativa de que se mantengan sus compras de petróleo y las relaciones bancarias, sin tener en cuenta las sanciones de Washington.

Al informar al pueblo iraní de este desarrollo, el presidente Hassan Rouhani aclaró que la reducción de sus obligaciones respondía a un nuevo lenguaje y a una nueva lógica, pero que el nuevo enfoque no suponía retirarse del acuerdo. En esa instancia, Moscú dio a entender que la crisis se debía a una irresponsable actitud de la Casa Blanca, mientras Beijing declaró que se habían agravado las tensiones y los europeos que no se impondrían sanciones debido a que, hasta el momento, Teherán venía cumpliendo sus obligaciones. A esta altura es posible suponer que esta crisis internacional va a tener una dimensión muy grave cuando se cumpla el plazo anunciado, ya que si las partes del PAIC no acuerdan una política común y los iraníes recomienzan sus trabajos en el reactor de agua pesada de Arak y aumentan el grado de enriquecimiento del uranio, que en este ciclo producen al 3,67%, estarían dejando de lado las cláusulas más importantes del instrumento suscripto, al continuar las acciones que permiten tener un arma nuclear. Para evitar este desenlace sería necesaria una nueva negociación del PAIC, pero esta posibilidad podría no coincidir con el pensamiento de los “halcones” de Washington, que desean lograr el inalcanzable objetivo de un cambio del régimen político en Irán.

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