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El enorme daño colateral de las guerras comerciales

Es posible que Donald Trump haya comenzado a entender, paso a paso, que las guerras comerciales no suponen un rentable e inesperado negocio fiscal, o un deseable juego de muletas para las economías que perdieron la capacidad de competir.

24 mayo de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Es posible que Donald Trump haya comenzado a entender, paso a paso, que las guerras comerciales no suponen un rentable e inesperado negocio fiscal, o un deseable juego de muletas para las economías que perdieron la capacidad de competir. Semejante realidad no le quita razón al Gobierno de Estados Unidos cuando objeta las restricciones, arbitrariedades y mañas originadas en el complejo proteccionismo chino, cuyas reglas y mecanismos de mercado socavan sin remedio la competencia del capitalismo occidental. Se trata de un problema que debería resolverse en los foros apropiados, no en una pelea callejera sin reglas, sin cuartel y sin ganadores.

Washington no tuvo su mejor momento al responder a las ilegalidades de la Pekín con una artillería de equivalente o mayor ilegalidad. Los enfoques de ambos países se apartan drásticamente de las reglas y procedimientos de la OMC. Ellos no son ajenos al frenazo del comercio global del planeta, cuya expansión será inferior a 2,4% o 1,6%, un nivel que confirma las crecientes expectativas de recesión o semirrecesión.

Por esos y otros motivos, no sorprende que en una sencilla pero no por eso menos emotiva ceremonia, el viernes 17 el Jefe de la Casa Blanca decidiera poner abrupto fin a sus actos teatrales y levantar, sin condición alguna, el aumento de aranceles que su país le venía aplicando, desde el año pasado, a las importaciones de aluminio y acero provenientes de Canadá y México. Tal anomalía, el aumento de los aranceles, seguirá en vigor, “por razones de seguridad nacional”, para un considerable grupo de países que están cuestionando la medida en la OMC, como sucede con la Unión Europea, Turquía, Rusia y otros territorios involucrados en el conflicto.

A pesar de los planteos previos, el repliegue de Washington llegó sin pedir nada a cambio, ni imponer un techo o cuota de importación al comercio de esos productos, como antes lo consiguiera con éxito en beneficio exclusivo para su industria automotriz al renegociar las reglas y concesiones del viejo NAFTA (el futuro NAFTA se identificará con la sigla USMCA o T-MEC, fue suscripto en Buenos Aires a fines del pasado mes de noviembre y aún no fue ratificado por las legislaturas de sus tres Miembros).

El que a estas horas pasó a movilizarse para poner en marcha tal acuerdo, es el impredecible habitante de la Oficina Oval. Semanas antes, los gobiernos y la sociedad civil de toda América del Norte le habían dado inequívocas señales de que la paciencia y las excusas habían superado el límite de lo tolerable ante su remolona marcha de activación. México ya cumplió con el prerrequisito ad hoc de aprobar en su parlamento una reforma en materia de estándares laborales, lo que deja en claro la voluntad de cumplir sus relevantes compromisos (si la norma aprobada satisface o no las expectativas de Washington, hoy agigantadas por los enfoques de la nueva mayoría demócrata que se instaló en la Cámara de Representantes, o de los sindicalistas de la AFL-CIO, es una incógnita que habrá que despejar). Otro fundamento de este repliegue táctico, es el hecho de que Trump decidiera abuenarse y dejar en suspenso por seis meses, el brutal aumento de los aranceles propuestos para la importación de autos extranjeros (el que por ahora sigue en 2%; las nuevas tasas podrían ser del 10% o el 25%), tema igualmente cubierto por las normas sobre Seguridad Nacional.

Los primeros que deberían tomar nota acerca de esta movida, son los gobiernos y la sociedad civil de las tres naciones que se zambulleron a aceptar de entrada una cuota tarifaria restrictiva e ilegal a las importaciones estadounidenses de acero y aluminio (basada en la performance pasada) para conservar sus flujos de comercio. Esas titubeantes reacciones nacieron de los gobiernos de Corea del Sur, Brasil y Argentina.

Pero la guerra de comercio entre China y los Estados Unidos sigue con inusitado brío y empieza a mostrar nuevos golpes bajos. En las últimas horas, y con el total beneplácito de Steve Bannon (un petardista de la derecha estadounidense y ex asesor estrella en la Casa Blanca de Trump), las radicales medida adoptadas contra los celulares marca Huawei que compiten en forma directa con los iPhones de Apple y los de Samsung. La Casa Blanca dictó prohibiciones y sanciones ejemplarizantes contra el suministro de materias primas, insumos o software a esa firma multinacional de origen chino. Acciones similares ya habían sido aplicadas al grupo ZTE (la gigantesca firma china que produce módems para computadoras) y, en las últimas horas, a Hikvision (cámaras de vigilancia), una onda que previamente afectó con otras modalidades al comercio de lavarropas y placas fotovoltaicas.

Según Bannon, las sanciones a estas empresas son más efectivas que la renegociación comercial que estallara días pasados y provocó la generalizada elevación de aranceles de importación, hoy, y por ahora, aplicada a un paquete de US$ 250.000 (200.000 más 50.000) millones de importaciones originadas en China. Lo que Bannon no entiende, o no sabe, es que así como la falta de acceso a los insumos y el software puede hacerle un daño terminal a la gigantesca Huawei, los iPhone de Apple corren el riesgo de ser agarrados por la misma y sensible zona de la anatomía masculina.

Los aludidos aparatos dependen de los insumos chinos o de otros países y, en represalia, las operaciones aduaneras del país asiático ya le crean problemas al 47% de las operaciones de los inversores de Estados Unidos radicados en ese país (encuesta realizada por la eficiente Cámara de Comercio radicada en Pekín). Además, los inversores estadounidenses que producen en China también sufren la restricción arancelaria y las sanciones económicas al comercio que aplica la Casa Blanca, por cuanto sus productos deben pagar, al ingresar en el mercado estadounidense, los mismos aranceles que afectan a las restantes importaciones provenientes de China y las limitaciones a la compra de insumos y servicios. Para que sea totalmente claro, el trato que recibe Huawei es el mismo que reciben los productos de Apple al llegar a la Aduana de los Estados Unidos cuando ellos provienen del país castigado.

Según una columna firmada por Tom Holland (del 19/5/2019), que difundiera la agencia Abacus, China no tiene una defensa eficaz ante los empellones de la estrategia Trump. Las exportaciones estadounidenses que puede castigar el gobierno de Xi Jinping oscilan en unos US$ 155.000 millones (US$ 180.000 millones si se incluye a Hong Kong) y están en abrupta caída por el aumento de Segranceles dispuestos en el marco de la guerra comercial. En cambio Washington puede elevar, a costa de pegarse un tiro en los pies en materia de inflación de costos, y castigo a sus consumidores, de US$ 250.000 a unos 540/575.000 millones según la cifra que se compute. O sea que Estados Unidos parece tener mayor capacidad de látigo que China.

Por otra parte, Trump se jacta de que puede usar una parte de lo que recaude fiscalmente con el aumento de los aranceles de importación, para derivar unos US$ 15.000 millones a los exportadores agrícolas (soja, maíz, trigo y arroz), que viven en estado de lamento y grito. Eso supone, que Estados Unidos podría incumplir sus compromisos en materia de ayuda interna (subsidios) adquiridos en la Ronda Uruguay del GATT. Algunos miembros de la OMC se pueden hacer un festival con este asunto ya que, dependiendo de la caja en que se catalogue tal subsidio, Washington estaría en off-side. Todos deberíamos saber que la fuente de los subsidios oficiales es menos relevante que los programas cubiertos con tales fondos.

La otra opción que contemplan los estrategias y analistas, es que Pekín rife los títulos de la deuda pública de Estados Unidos que tiene en cartera, unos US$ 1.100.000 millones (en castellano; en inglés serían US$ 1,1 trillones). El cálculo que se hace suena lógico. Si el Gobierno chino vende los títulos gradualmente, las colocaciones pueden ser absorbidas por entidades privadas por ahora sin gran dificultad. Si sale al mercado con un camión volquete, el Tesoro de Estados Unidos los puede recomprar como hizo oportunamente al cuerpear la quiebra de Lehman Brothers, cuyas actividades se asocian con la crisis financiera del año 2008. En teoría, ese camino parece inocuo.

Otra opción sería dejar que la moneda china se devalúe. Eso podría generar un impulso adicional a las exportaciones de ese país asiático a costa de hacer puré el ya complicado y tóxico mercado interno. La única ventaja de esta idea para el gobierno chino, es que pondría furioso a Trump y contento a Xi, pero eso reduciría la actividad económica interna de la nación asiática.

En lo que Trump y sus apóstoles no se han abuenado es en el rescate y reactivación de la OMC. El cuello de botella del sistema reside en el sabotaje de Washington a la reactivación del Organo de Apelación de la OMC, el que está a punto de disolverse si no se designan en los próximos meses cuando menos dos miembros titulares. Hubo varias propuestas, una de ellas de Brasil, aliado incondicional del mandatario estadounidense, pero el Jefe de Misión estadounidense simplemente se negó a considerar iniciativa alguna. Washington quiere volver a los viejos y gloriosos tiempos en que le bastaba poner bolilla negra a la constitución de un panel para frenar el caso. Es lo que sucedería si se emplea el mecanismo de arbitraje previsto en el Artículo 25 del Entendimiento sobre Solución de Diferencias. No puede haber arbitraje si las partes involucradas no aprueban la propuesta. El mundo ideal.

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