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Los relatos y creencias del Gabinete de Jair Bolsonaro

15 abril de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

 

La semana pasada se registró un sugestivo y deliberado esfuerzo por destapar las ideas, el relato y algunos de los reflejos políticos del Gobierno brasileño que encabeza Jair Messías Bolsonaro. Como es sabido, tras una experiencia que dejó perplejos a los asistentes del último Foro de Davos, el actual Presidente optó por pedirle a su vicepresidente, y a un par de miembros del Gabinete, que absorban la misión (ese es el término legislativo aplicable) de explicar al mundo los objetivos y fundamentos de la gestión oficial que comenzó en enero de 2019. Su canciller sostuvo, con un dejo de reducida ironía, que el mandatario introdujo por primera vez la palabra Dios en tan prosaico y crematístico escenario.

Sobre esto último, y con independencia de lo que con la mejor de las intenciones parece creer el ministro de Relaciones Exteriores, es sabido que los líderes nacionales y los referentes de la sociedad civil que acuden a esas reuniones, tienen buenos motivos para atender sus necesidades espirituales y su fe religiosa en lugares apropiados. Va de suyo que Dios está en todas partes con o sin permiso del Foro de Davos y seguramente entiende mejor que nadie las reglas escritas y no escritas creadas  para asegurar la convivencia y el diálogo en ámbitos donde están obligados a congeniar armónicamente individuos e instituciones que expresan la diversidad política, religiosa y racial del planeta. Algo similar sucede en los grandes foros multilaterales y regionales. Nadie ignora que el Vaticano está formalmente representado en foros como la ONU y la OMC, por lo que sería razonable confiar en el discernimiento  de quienes consagraron su vida a la obligación de servir en forma exclusiva la fe en Dios, el decidir cómo quieren manejar su presencia en los foros donde se discuten los problemas terrenales creados por el hombre.

Volvamos al planeta Tierra. A partir de la antedicha instrucción, tanto su compañero de fórmula, el vicepresidente de Brasil, el General Hamilton Mourao, como el ministro de Finanzas, Planificación e Industria, el doctor Paulo Guedes, llevaron su anatomía a Estados Unidos con el propósito de informar acerca de las nuevas alianzas, intereses nacionales y reformas económicas que impulsa la fuerza política que hoy comanda Planalto, la Casa Rosada de Brasil.

Por separado, el canciller Ernesto Fraga Araújo viajó a Buenos Aires para acordar la fecha y agenda de una segunda reunión bilateral entre los mandatarios de ambos países. Su visita incluyó una generosa, didáctica y espontánea parada académica en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), en la que elaboró una epifanía acerca del derecho a la soberanía nacional, incluida la soberanía cultural, como si existiese un tangible ataque de las instituciones multilaterales o regionales sobre las costumbres, actos de fe o el ideario característico de cada país. No existen reglas ni precedentes que avalen debidamente tal hipótesis.

El otro ángulo llamativo de su exposición académica, radicó en la nómina de las negociaciones comerciales que podrían conducirse desde el  futuro y aggiornado Merosur. En ese punto sólo citó los proyectos en curso con la Unión Europea, la EFTA (otros países del Viejo Continente que no son parte de la UE), Corea del Sur y Canadá. Por razones que uno sospecha, se le traspapeló el proyecto de acuerdo de libre comercio bilateral que Guedes anunció en la Cámara de Comercio de Estados Unidos en la ciudad de Washington, el que con posterioridad no encontró espacio dentro del texto de la Declaración Conjunta de los presidentes Donald Trump y Bolsonaro. Y esto sucedió hace poco menos de un mes, durante la visita oficial del mandatario brasileño a la Casa Blanca.

El otro protagonista de este focus group predicador fue Guedes, un personaje que tiene el don de exponer en forma muy clara y sintética asuntos que no son fáciles de simplificar o accesibles al entendimiento lineal de Doña Rosa. Ello le permite conectarse de inmediato con la audiencia, haciendo gala de un estilo similar al de Carlos Melconian, al que le suma un peculiar sentido de la ironía. Pero su estilo aventaja en mucho la riqueza de sus ideas. Intentaremos una síntesis.

El mensaje inicial, repetido un par de veces como mantra, fue “no sientan pena por nosotros”. A partir de ahí sostuvo que tras el prolongado Gobierno militar, que llenó el país de empresas y estructuras financiadas por el erario público, la economía brasileña experimentó una invasión de estatismo y una secular tendencia al descontrol del gasto público que esclerotizó (adjetivo o barbarismo mío) con obligaciones salariales e inherentes a la seguridad social el presupuesto del país y sus estados.

Como resultado de esa dinámica, que permaneció y se expandió sin cambio ni remedios en los posteriores gobiernos de la democracia, nació una economía deformada. Ese calificativo resulta aplicable, dijo, a la gestión social-demócrata de Fernando Henrique Cardozo y luego a las versiones de centro-izquierda de los tres gobiernos del Partido de los Trabajadores (los dos mandatos de Lula, el ciclo de Dilma Rousseff y el corto interinato de Michel Temer). Esa es la inercia que había, cuando llegó al poder, la fuerza de centroderecha que capitaneó Bolsonaro, la que no es una versión civil de la dictadura militar. Este Gobierno es la otra punta del arco político de la democracia conocida hasta el momento, y no su destrucción. Tampoco es un Gobierno que avala la depredación de la región amazónica de Brasil.

La República está fuerte, afirmó, no así su economía, cuyo estancamiento obedece a la alta incidencia o atrofia que deviene del inmanejable nivel del gasto público. Y si bien en la época de los militares ese gasto rondaba el 18% del PIB, hoy oscila sin dificultad alrededor del 45%. Según él, esto explica porque Brasil pasó de crecer a tasas chinas por un largo período de tiempo, a expandir su desarrollo a niveles parecidos a los que exhiben los países más atrasados de la Unión Europea. Su receta en todos los planos no es aplicar el hacha en forma salvaje, sino contrarrestar o revertir tendencias. Por ejemplo, en los próximos cinco años dejarán el Estado por inercia alrededor del 40% de su dotación, una porción de planta que no será respuesta. En ningún momento Guedes indicó de qué manera será posible preservar y acrecentar la excelencia profesional de la planta remanente, ante semejante rotación y reducción de mano de obra experimentada.

Con el plan de ajuste de la seguridad social, el Gobierno espera reducir en US$ 260.000 millones el gasto público a lo largo de un decenio, o sea unos US$ 26.000 millones anuales. Esa caída de las erogaciones será complementada con un enfoque destinado a reducir en forma global las cargas fiscales, las que serán agrupadas, simplificadas y digitalizadas. La otra gran reforma será federalizar el gasto, haciendo que el Presupuesto Nacional se desprenda de la mayor cantidad de funciones que resulte posible delegar en los estados (algo parecido a lo que se hizo con la educación en Argentina, Dios los libre y los guarde). Sostuvo que si Trump decidió gravar con 20% las ganancias de las empresas en Estados Unidos, Brasil sólo podrá captar inversiones si baja la tasa de ese impuesto a menos del 15%. Para variar, no dijo nada del colosal déficit que se acaba de chupar el Tesoro de Estados Unidos en febrero pasado a raíz del recorte auspiciado por el jefe de la Casa Blanca, desequilibrio que a nivel anual será de por lo menos US$ 1.000.000 millones (en castellano) al concluir el presente ejercicio fiscal. Ricardo Arriazu viene planteando hace tiempo ideas y reformas similares.

En materia de inversión, la expectativa del Gobierno brasileño es pasar de 129 y 126 en los respectivos ranking de presión fiscal y protección arancelaria (lo que incluye importantes subsidios directos y financieros a las actividades económicas como sucede con la agricultura, mi vieja prédica) y la facilidad de instalar negocios en Brasil, a estar entre los primeros 50 al concluir el primer mandato.

Guedes reconoció que su país es una de las economías más cerradas del mundo, pero aseguró con énfasis que no iba a usar el hacha de manera lineal sobre los aranceles de importación. Para una economía que está creciendo a 1,9% o menos, encajarle competencia subsidiada a la producción del país no sería un síntoma  de enorme lucidez económica y Guedes no parece militar en el bando de los poco lúcidos. Para estar convencidos de ello, sería bueno conocer en detalle sus medidas de mejora no cambiarias de la competitividad brasileña.

Guedes dice que, contra lo que él pensaba, sus reformas son populares y vivan su nombre en las calles, y estima que el plan de recortes a la seguridad social podría ser aprobado hacia la mitad de este año. El ministro debería volver al café con leche a la hora del desayuno.

El orador más profesional de ese trío es, por lejos, Guedes, quien comparte la virtud de Melconian a la hora de exponer. Como yo no me entretengo en decir quien encabeza el ranking del “me gusta” o “no me gusta”, sólo hablo del estilo, no de quien lo hace mejor.

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