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Los desposeídos de Argentina

22 abril de 2019

Por Jorge Paz

Las últimas cifras de pobreza dadas a conocer por Indec muestran que 32% de la población en Argentina percibe ingresos insuficientes para cubrir los gastos que demanda una canasta básica de bienes. Usando la metodología desarrollada por la Cepal, la pobreza sería un tanto más baja, aproximadamente de 25% de la población, un número, a mi criterio, más cercano a la verdad que el 32% de Indec.

Dadas las polémicas en torno a las cifras de pobreza y los resultados diferentes que se obtienen aplicando metodologías diferentes, resulta atinado pensar indicadores alternativos que den cuenta de la situación de privaciones y carencias de la población en Argentina. Una opción es apelar a las privaciones no monetarias, que incluyen carencias en educación, en protección social, vivienda, saneamiento y acceso al agua potable, entre las que se pueden medir. Según nuestros cálculos, el 40% de la población urbana del país estaría experimentando al menos una privación no monetaria de las mencionadas.

En todos los casos, y sea cual fuere el indicador consultado, la situación general del bienestar de la población no es la mejor de las posibles y, lo más grave aún, no resulta fácil de atacar debido a la complejidad que plantea la coyuntura (inflación, inestabilidad cambiaria y endeudamiento, entre tantos otros problemas).

Cuando las políticas públicas orientadas a mejorar el bienestar no logran el efecto deseado, el Estado se enfrenta a un callejón sin salida. La presión que plantea el deterioro del bienestar impulsa a adoptar medidas prácticas y con impacto instantáneo, aunque con incierto resultado de mediano y largo plazo. Tal es el caso de la denominada “ayuda” o “asistencia social”. Esto suele pasar en situaciones de catástrofes naturales, guerras o crisis económicas profundas como las que ha vivido varias veces el mundo capitalista a lo largo de su Historia.

Ayudas y tipos

Plantearse cuantas personas dependen de esa ayuda conduce a estimar algún indicador adecuado para conocer la magnitud del fenómeno. En el gráfico 1 se muestra una aproximación a esta cuestión.

Los datos volcados en el gráfico permiten decir que uno de cada 4 argentinos vive actualmente de la ayuda, y que, además, la cifra vino creciendo en los últimos años. Quizás, además de lo preocupante que resulta el dato en sí, lo más inquietante es el valor que alcanzó en el último año, que superó en 3 puntos porcentuales al que se registró a la salida de la crisis de 2001-2002.

Llama la atención que el valor de este indicador concuerde estrictamente con el de la pobreza que se obtiene siguiendo la metodología Cepal. Esto invita a pensar que las personas pobres del país están dependiendo de la ayuda prestada por el Estado (principalmente), por familiares y por organizaciones diversas (ONG iglesias y demás).

Hay varias preguntas que aparecen al analizar estas cifras. ¿Se trata de personas que carecen de capacidad para generar ingresos (niñas, niños o personas mayores); qué sucedería si la economía comenzara a crecer y a ofrecer mejores oportunidades de trabajo e ingresos; se puede esperar que la cifra se reduzca con medidas tales como acuerdos de precios o similares? El gráfico 2 aporta elementos para contestar algunos de esos interrogantes.

La incidencia de la ayuda es mayor entre niñas y niños, y en hogares con las características siguientes: jefa mujer, bajo nivel educativo, joven, trabajador informal y desempleado. En algunos casos el porcentaje de personas ayudadas supera el 40%, como aquellas que viven en hogares comandados por personas jóvenes, que trabajan en el sector informal, y que tienen primaria incompleta.

Demanda y oferta

Es conveniente detenerse en esta cuestión que implica cierta causalidad. La oferta de ayuda es una respuesta a la demanda. No se cuestiona aquí que el Estado se haya hecho cargo de la situación muchas veces acuciante e insostenible de la población. Las cifras mencionadas pretenden mostrar un aspecto preocupante acerca de las razones que provocan el crecimiento de la demanda de ayuda. Si bien hay un problema de identificación (¿qué está primero, el huevo o la gallina?) esto no quita el dramatismo de una cifra que debiera ser cero bajo cualquier consideración posible.

Estos datos coinciden con un estudio reciente publicado por Unicef en el que se muestra un aumento en el número de asistentes a merenderos y una mayor apetencia de comida, producto de la ausencia de alimento en los hogares. Ese estudio detecta la correspondencia de este fenómeno con niñas y niños que manifestaron “sentir hambre” y que se expresa en trastornos del apetito, dolores de cabeza, entre otros síntomas de carácter recurrente. Los referentes de comedores y el personal de salud entrevistado en ese estudio mencionaron un incremento de los padecimientos vinculados al hambre producto de la nutrición insuficiente.

Si bien es importante pensar políticas para reducir el número de personas que viven por debajo del umbral de pobreza, es asimismo importante plantearse de qué manera están “saltando la línea” esas personas que probablemente no son pobres. Un mercado laboral debilitado y que se manifiesta en aumentos inquietantes del desempleo, del subempleo, de la informalidad y de la inestabilidad laborales, es uno de los eslabones que conecta la falta de crecimiento de la economía con el bienestar de la población. Si las perspectivas más probables acerca del futuro económico del país se cumplen, es de esperar aumentos en la demanda de ayuda en un plazo no muy lejano.

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