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La difícil economía de las elecciones

25 abril de 2019

Por Juan Paolicchi Analista de Eco Go

Faltando dos meses para el cierre de las listas, las variables financieras vuelven a estresarse y a evidenciar la falta de certezas en un año electoral donde las elecciones, al menos por ahora, lucen muy polarizadas. A diferencia de diciembre, cuando el desplome en los precios de los bonos fue acelerado por el desarme de carteras para colocar bonos de las PPP, hoy la caída en el precio de los mismos obedece a la internalización de los resultados de las distintas encuestas que muestran una definición incierta (y en algunas hasta desfavorable desde la visión del mercado) si se da el escenario binario de balotaje entre el actual presidente y la ex mandataria.

Con las medidas anunciadas la semana pasada, el Gobierno busca tornar en expansivo un ajuste fiscal y monetario claramente contractivo. Desde el lado monetario, la inflación se desacelera a un ritmo menor que el esperado (y con cada salto del dólar vuelve a acelerarse); mientras que, desde el lado fiscal, el target acordado con el FMI empieza a alejarse en un contexto donde la recaudación cae 11,4% en términos reales y el Gobierno anuncia que subestimó el ingreso en concepto de retenciones. En este escenario, la política gana la pulseada y anuncia medidas que buscan estimular el consumo para compensar las consecuencias de las correcciones.

Sin embargo, el doble mensaje de la política genera contradicciones: por un lado, el BCRA le manda un mensaje a las empresas donde avisa que no va a convalidar una suba en los precios (ni va a dejar que el tipo de cambio supere el techo de la banda) y para ello elevará la tasa de interés lo que sea necesario y, por el otro, la política anuncia medidas que impulsan los ingresos en los sectores con mayor propensión al consumo. A esto se le suma la paritaria docente en la provincia de Buenos Aires que promete una indexación plena a la inflación mensual, actuando como paritaria testigo e incentivando a que otros gremios se sumen al pedido.

Aquí surge el problema: las empresas miran los costos (dólar, tarifas y salarios) en lugar de mirar al BCRA y trasladan esos aumentos a los precios, tornando todavía más contractivo el programa monetario y contrayendo la cantidad de dinero en términos reales.

Por otro lado, el congelamiento tarifario contiene un problema de inconsistencia temporal: con tarifas dolarizadas, y vinculadas en gran medida directamente con el tipo de cambio, una aceleración en la dinámica cambiaria (más aún teniendo en cuenta que se acerca el año electoral) podría derivar en un aumento en los subsidios que dificulten aún más el cumplimiento del objetivo del déficit fiscal primario pautado con el FMI.

En cuanto al nivel de actividad, los incipientes brotes verdes que se empezaron a notar durante enero y la primera mitad de febrero, en un contexto donde las tasas bajaban y el dólar se movía cerca de la zona de intervención correcta aprovechando el “veranito financiero” que disfrutaba el Gobierno, ciertamente empezaron a marchitarse una vez que el tipo de cambio volvió a pisar el acelerador y la política monetaria reaccionó elevando nuevamente la tasa de interés. Posiblemente la cosecha gruesa récord de este año impulse el nivel de actividad durante el segundo trimestre, que compara contra una baja base de comparación de un 2018 afectado por la sequía. Aunque difícilmente se puedan encontrar mecanismos que impulsen el crecimiento a medida que nos adentremos en el año electoral. Si bien todos los Gobiernos buscan que el salario real le gane a la inflación, en gran medida recurriendo al atraso en el tipo de cambio, difícilmente este año pueda darse ese escenario (puede estar un punto por encima, pero no lo suficiente como para impulsar el consumo), mientras que la contracción al crédito y el ajuste fiscal deterioran los niveles de inversión. Así, difícilmente haya una reactivación económica durante el segundo semestre.

De cara a lo que se viene, una opción en el medio que tome fuerza y un consenso político que brinde certidumbres en el mediano plazo, podría ayudar a una transición más ordenada, moderando la dinámica de las variables financieras y acotando la volatilidad cambiaria. Dependemos de la política.

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