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¿Ante una nueva etapa de la Primavera Arabe?

Atilio Molteni 08 abril de 2019

Por Atilio Molteni Embajador

El pasado 2 de abril, el presidente de República Democrática y Popular de Argelia, Abdelaziz Bouteflika, se vio forzado a abandonar su cargo en el Consejo Constitucional tras convivir, por espacio de seis semanas, con masivas e incontrolables protestas populares. Este clima de público rechazo se originó al difundirse su intento de buscar  una quinta reelección en los comicios previstos para el 18 de abril. Esa fue la gota que rebasó el vaso tras una encadenada sucesión de graves problemas políticos, económicos y sociales que afectan a todo el país. Los desmanes comenzaron el 16 de febrero en la provincia de Bugía y con el paso de los días se extendieron sin remedio.

Aunque el 11 de marzo Bouteflika ya había puesto de lado su aspiración presidencial, postergado las elecciones, reemplazado al primer ministro y convocado a una conferencia nacional para reformar la Constitución del país, lo que incluyó la creación de un comité para administrar el proceso de transición, las protestas se intensificaron en lugar de amainar.

La opinión  pública no tomó a bien que el 31 de marzo, en la que el mandatario saliente estimó sería una segunda etapa de la crisis, él se empeñara en encabezar la formación de un nuevo Gobierno con ministros que en su mayoría no tenían cargos en el anterior. Por entonces la gente ya lo quería fuera del poder y su suerte estaba echada.

A ello se agregó el hecho de que el jefe de las fuerzas armadas, Ahmed Salah, tuvo la audacia de pedir la inhabilitación de Bouteflika conforme al artículo 102 de la Constitución, alegando su incapacidad para desempeñarse en el cargo (ya que éste arrastraba graves problemas de salud originados en un ataque cerebral que sufriera en abril de 2013, episodio que lo obligó a utilizar una silla de ruedas y evitar ser visto en público). Tal propuesta fue secundada por un sector del Frente de Liberación Nacional o FLN ?la agrupación política que derrotó al poder colonial francés- y por la Unión General de Trabajadores de Argelia, que es el órgano sindical del régimen.

Al respecto, es importante recordar que la guerra de liberación nacional protagonizada por las fuerzas argelinas contra la ocupación francesa a partir de 1954, no sólo fue extremadamente dura y sangrienta, sino que recién devino en la independencia del país en julio de 1962 y por entonces también provocó la caída del Gobierno de Georges Pompidou. Sin embargo, al romperse la mencionada unidad revolucionaria, quedó comprometida la evolución política del país,  pues nació un sistema de gobierno en donde compitieron el FLN, las fuerzas armadas y el aparato del Estado, al que se integraron muchos de los jóvenes que participaron en esa gesta patriótica. Tal fue el caso de Abdelaziz Bouteflika, que a los 20 años ya era un reconocido líder militar.

Con posterioridad ingresó a la política en calidad de diputado durante el mandato del primer presidente y líder histórico de la revolución, Ahmed Ben Bella, y, más tarde, como ministro de la Juventud, Turismo y Deporte. En 1965 asumió como ministro de Relaciones Exteriores durante la presidencia del coronel Houari Boumediene, quien reemplazó a Ben Bella en ese año por medio de un golpe militar.

Siendo canciller, Bouteflika proyectó al régimen argelino en el mundo. En primer término, estableció relaciones políticas y económicas con Francia y transformó a su país en un líder del mundo árabe y del Movimiento de Países No Alineados. Precisamente en 1973, al efectuarse la Conferencia Cumbre de Argel del Movimiento, la Argentina ingresó en el mismo hasta que, en la presidencia de Carlos S. Menem, dejó de ser un miembro activo. A lo largo de los años la antedicha membresía fue criticada por varios grupos de opinión de nuestro país, un sesgo que tuvo cierta racionalidad durante la Guerra Fría y fue un componente importante del apoyo que recibió la Argentina en el proceso de transitoria recuperación de las Islas Malvinas durante el conflicto del Atlántico Sur y en múltiples escenarios internacionales.

Tras la muerte del presidente Boumediene, en 1979, comenzó para Bouteflika un período de ostracismo político hasta que, en 1987, cuando volvió a ser miembro del comité central del FLN, lo que coincidió con otro período sangriento en Argelia motorizado por el fundamentalismo islámico y por una dinámica agresiva inspirada por el denominado FIS (Front Islamique du Salut), manipuló la desilusión popular con el régimen y la anulación de las elecciones que ganó en diciembre de 1991. Además, otros grupos más sanguinarios, como el GIA (Grupo Islámico Armado) emprendieron acciones terroristas de gran intensidad, luego reprimidas por las fuerzas armadas a sangre y fuego.

El interés nacional por superar este clima de confrontación sin límites, que afectó las condiciones políticas y económicas del país, con miles de muertos y una década de duración, le permitió a Bouteflika presentarse como un candidato independiente en las elecciones de abril de 1999, proclamando ser el heredero legítimo de la lucha por la independencia, con un programa de desarrollo económico y de reconciliación nacional con los islamistas para superar las posiciones más duras de las fuerzas armadas. Tal proceso contó con el apoyo del FLN y de otros partidos, obteniendo cerca del 75% de los votos. Luego el proceso se consolidó mediante otros tres mandatos consecutivos, en elecciones muy criticadas. Si bien con todo ello obtuvo la estabilidad de Argelia, no pudo liberarse de la intervención del poder militar, de los servicios de inteligencia y de otros sectores políticos y económicos de su país, que conforman una clase dirigente muy característica.

Argelia ocupa un lugar central en la región del Magreb, muy cercano a Europa y dispone de una situación estratégica especial debido a su vasto territorio, que es el segundo de Africa. En adición a ello, une a la reunión del Sahara con el Mar Mediterráneo, sobre el que tiene una costa de 1.200 kilómetros de longitud. También dispone de importantes reservas de gas y petróleo (95% de sus exportaciones y el 60% de sus ingresos presupuestarios).

Por otra parte, más del 75% de su población de 42 millones de personas, vive en ciudades y pueblos en el norte del país, y resto en oasis ubicados en el desierto. La población es joven y cerca del 44% no llega a los 24 años. Étnicamente los argelinos son verberes y árabes, que es el idioma oficial, mientras se habla frecuentemente el francés debido a que más de dos millones de argelinos se encuentran radicados en Francia.

Un dato no muy sabido fuera de la aludida región es que la Primavera Arabe, comenzada en el 2011 en la región del Medio Oriente, y en el norte de Africa, no tuvo efectos en Argelia. Ello puede imputarse a varias causas, en especial los traumas originados en la terrible experiencia del país durante diez años de confrontación y guerra civil.

De todos modos, las circunstancias fueron cambiando por la incidencia, en parte, de la falta de evolución del sistema político representado por Bouteflika y al deterioro de la situación económica (pues Argelia es muy dependiente de los precios de la energía), la falta de empleo para gran parte de la población y por la desorientación de los jóvenes, quienes son parte de un sistema de negocios muy concentrado y de prebendas en manos de grupos que se benefician de sus características poco competitivas. De esta manera, Argelia se ha unido a los países de la región que representan un problema geopolítico y de seguridad que, que en su caso, sólo se podría resolver por una transición pacífica que permita asegurar un gobierno estable y democrático.

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