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¿Por qué Argentina necesita a José Luis Espert?

12 febrero de 2019

Por Jorge Bertolino Economista

Quienes somos librepensadores y amantes de la libertad somos poco propensos a adorar a líderes, profetas  o mesías,  y  preferimos adherir a ideas y proyectos antes que a personas.

Desde esta perspectiva debiera resultar ingrata la tarea de justificar la adhesión a una candidatura, y más aún a intentar brindar un mensaje elocuente que contribuya a incrementar la valoración de la opinión pública sobre la misma.

Sin embargo, luego de haber escrito más de veinte notas en esta columna en la que hemos reclamado y propuesto insistentemente en los dos últimos años que se efectuaran cambios en la selección de políticas económicas que permitieran salir del estancamiento secular de las últimas décadas e ingresar a un sendero del crecimiento sostenido con mejora social, finalmente hemos resuelto participar activamente en una alternativa que propone aplicar las mismas ideas sobre las  cuales hemos pregonado largamente, hasta ahora, sin éxito.

Luego de predicar largamente en el desierto, fortalece encontrar personas que no buscan el rédito personal sino contribuir al engrandecimiento de la Nación y al bienestar de sus habitantes.  Es así que ha aparecido una frondosa lista  de  prestigiosos colegas que apoyan esta candidatura.  Se trata de  personas exitosas en su vida profesional, que no necesitan ni buscan un cargo público sino aportar con sus ideas al fortalecimiento de una alternativa racional y de sentido común, en medio de tanto  populismo irreflexivo.

Necesariamente, desde nuestra óptica, el liderazgo necesario para cambiar de cuajo la decadencia de Argentina debe reunir tres características, las cuales, creemos,  reúne largamente, y en exclusividad, el candidato al cual estamos apoyando. Por  definición, ningún otro podría hacerse acreedor a estos  atributos.

Veamos a continuación el porqué de esta aseveración al listar y explicar lo expuesto anteriormente.

Debe provenir de alguien ajeno a la corporación política

No es  odio o desprecio a los políticos lo que guía nuestro pensamiento. Se trata simplemente de una sencilla cuestión de incentivos.

El político, para poder cristalizar exitosamente sus ideas, debe ocuparse de mejorar en el muy corto plazo la situación económica de la población, ya que a los dos años de asumir tiene que convalidar su poderío electoral en los siguientes comicios.

Las soluciones de corto plazo son necesariamente populistas.  Permiten mejoras transitorias a costa de comprometer el logro de metas genuinas de más larga duración.

Otro incentivo muy poderoso para el político que alcanza el poder es el de colocar en puestos de la administración pública a familiares, amigos y correligionarios.

La lógica del tablón tildaría de tonto a quien no usufructúe esta venial prerrogativa.  Y, sabemos muy bien, que en esta Argentina nuestra, los tontos están en vías de extinción.

Un último incentivo importante, aunque la lista podría extenderse mucho más aún, es el de otorgar dádivas para generar clientelismo a sectores crecientes de la población, lo cual es racional para el otorgante y también para el destinatario, pero suicida para la sociedad. Con este mecanismo empobrecedor se hiere mortalmente la cultura del trabajo y se torna ilusoria la posibilidad de crecer porque el déficit fiscal y la inflación son los acompañantes habituales de este modo de hacer política.

Debe ser o proponerse ser un estadista

Aunque suene perogrullesco, pensar en las próximas generaciones en lugar de las próximas elecciones, es una condición imprescindible para la epopeya de recuperar el tiempo perdido, sacudir la modorra y avanzar a paso firme hacia el lugar que nunca debimos abandonar:  los primero lugares en el ranking mundial de riqueza per cápita.  No olvidemos que hemos descendido muchos escalones. Nuestros modelos ya no son EEUU, Canadá, Australia o Nueva Zelanda. Los bólidos que nos superaron como postes, y a quienes ahora debemos alcanzar, son Chile o Perú, en nuestro continente, y Etiopía, India, Irlanda y Lituania, entre otros, en el resto del mundo, quienes crecen aceleradamente, mientras nosotros vamos  camino a completar dos "décadas  perdidas".

José Luis no necesita aprender sobre esta importante cuestión una vez llegado a la Presidencia, pues en sus dos libros desgrana sutiles comentarios sobre éstos y otros importantes elementos que traban el crecimiento y el desarrollo de la economía de Argentina.

Quienes lo conocemos sabemos que su propuesta no es testimonial, sino que tiene verdadera vocación de poder. No jugará a salir segundo o tercero. La apuesta es a todo o nada. Y si resulta electo Presidente, quemará las naves sin importarle los costos políticos que deba pagar, ya que su  idea no es incorporarse a la corporación política sino cambiar el país de una vez y para siempre, y luego irse a su  casa a disfrutar la tarea realizada.

Debe decir la verdad en la campaña

No solo es cuestión de ganar elecciones. Luego de ello es necesario gobernar, conseguir la aprobación de leyes, aplicarlas férreamente y no claudicar ante las presiones de los interesados en mantener las reglas de juego actuales, que benefician a sectores minoritarios pero muy poderosos. Los cambios a realizar son tan relevantes, que la resistencia será mayúscula. Ha quedado demostrado, tras la poco exitosa gestión del gobierno actual, que si no se dice claramente en la campaña lo que se hará en el gobierno, no existe luego legitimidad política para avanzar, y las trabas de los opositores al cambio triunfan sin mucho esfuerzo.

La opinión pública está demostrando ser permeable al incansable trajín de importantes divulgadores que repiten sin cesar la conveniencia del equilibrio presupuestario, la apertura económica y el desmantelamiento de la irracional legislación laboral que tanto perjudica a nuestros trabajadores.

Anunciar estos cambios, y que estos sean votados por la ciudadanía, lo cual seguramente no hará ningún otro candidato a la Presidencia, asegura la ausencia de  sorpresa y oposición al momento de instrumentarlos.

Espert Presidente

Una vez en el poder, un lanzamiento contundente de todo un conjunto de medidas,  tendientes a instrumentar las tres ideas principales de nuestro espacio provocará un "shock de confianza" pocas veces visto en la historia de Argentina. A modo de recordatorio, ellas son: apertura irrestricta al comercio internacional, disminución contundente del gasto público y los impuestos y cambios en la legislación laboral a favor de los trabajadores y en contra de las corruptas cúpulas  sindicales. Hay más  ideas, pero dejemos que nuestro candidato hable por sí mismo en los próximos meses de dura campaña electoral.

Por si algo falla

Muchos argentinos creíamos que el Gobierno de Mauricio Macri encarnaba el deseo de cambio de vastos sectores de la población. Sin embargo, aunque el Gobierno es infinitamente más decente que el anterior, la calidad institucional a aumentado significativamente y se han solucionado algunos de los temas más urgentes y potencialmente explosivos, como el cepo cambiario y el default de la deuda externa, también existe la sospecha de que el interés prioritario de algunos de los integrantes de Cambiemos es mejorar su propia situación personal y la de sus familiares, seguidores y amigos. No parece existir mucha convicción, en el poder, para intentar ser algo más que una poderosa maquinaria electoral.

Ahora, sospechosamente, muchos encumbrados periodistas y comunicadores están saliendo a vender la idea de que el presidente aprendió la lección y hará en su segundo gobierno, rápidamente y desde su inicio, todos los cambios que no hizo en el primero.

Si la gente opta por la reelección, deseamos, por el bien del país que estas promesas se cumplan. Pero si, otra vez, la inacción y el inmovilismo resultan imponerse, los votos que haya obtenido nuestro candidato serán cruciales a la hora de reclamar con insistencia los cambios que el país necesita. Será un reaseguro, una manera de saber que las ideas del cambio en serio, como le gusta decir a José Luis, no estarán carentes de representación política.

Forzando un poco el lenguaje, cuatro años más de Cambiemos sin cambiar, serían infumables. Con la legitimidad del voto de todos los ciudadanos que decidan confiar en nosotros, estaremos en la trinchera reclamando sin cesar los cambios para un país mejor. Si así no lo hiciéramos, que Dios y la Patria nos lo reclame.

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