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El Gobierno debería repensar la inserción en el mundo

Resulta difícil entender como sigue la película sobre la reinserción de Argentina en el mundo que hace más de un trienio enarbola el Gobierno de Macri, apelando a un libreto que huele a naftalina, carece de sesgo profesional y suena a guión de comedia.

26 febrero de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

En estos días el mundo es escenario de una inusual reforma de facto de las reglas del comercio e inversión, donde Estados Unidos intenta equilibrar su gigantesco déficit de intercambio ninguneando la ingeniería legal que su propio Gobierno contribuyó a crear en los últimos setenta años. El patrimonio jurídico que se propone enterrar, sirvió para que el planeta tuviera el más largo período de crecimiento integral de la economía y el intercambio, una reforma que muchos podríamos apoyar si se manejara con ideas claras, en el contexto de la OMC, y no como un burdo tómelo o déjelo privado entre dos colosales compadritos. La impopularidad del enfoque reside en sus balbuceos mercantilistas, los brotes de populismo derechoso y las guerras comerciales de dudoso fundamento legal que hasta ahora trajeron consigo Donald Trump y sus apóstoles, un proceso que está originando un pequeño ejército de imitadores de la política en Europa y otras regiones, pelotón en el que asoma con prominencia el nuevo gobierno de Brasil, una oleada que tiende a renegar de las virtudes de la buena convivencia en el marco de la ley. Al ver semejante ensalada, resulta difícil entender como sigue la película sobre la reinserción de Argentina en el mundo que hace más de un trienio enarbola el Gobierno del presidente Mauricio Macri, apelando a un libreto que huele a naftalina, carece de sesgo profesional y suena a guión de comedia.

El nuevo proceso global se concentra en estas horas en arrancarle concesiones al gobierno de Pekín con la finalidad de manipular la corrección del déficit del comercio bilateral y dar por superada la actual etapa del conflicto. Como ya dije con anterioridad, el problema que puede surgir con una solución de esta índole, es que sus protagonistas e imitadores supongan que el camino elegido para ganar mercados y corregir las deformidades del intercambio puede sustraerse a las reglas de la OMC. O sea que hay un alto riesgo de que China genere una solución para contener a Trump a costa de crear una tácita desventaja para los restantes actores del comercio global.

Ello no supone simpatizar con los diagnósticos o recetas delirantes que suelen empollarse en Buenos Aires y reciben inexplicable generosidad de espacio en la prensa local. Como sucede, por ejemplo, con la genialidad que acaba de presentar por segunda vez el economista Javier Milei, cuando propone el cierre inmediato de nuestro BCRA para purificar y fortalecer el valor de la moneda. Quizás si su profética receta viniese acompañada de la nómina de países que adoptaron con éxito y ventaja semejante propuesta, y se explayara sobre los motivos que indujeron a los economistas de la Escuela de Chicago (los patriarcas del monetarismo moderno) a defender la existencia de esa clase de instituciones, esa prédica a lo Robinson Crusoe sería vista con mayor fraternidad (por mi parte le ofrezco la lista de naciones con Banco Central para no desperdiciar su tiempo ni su valiosa energía creativa, en la que se pueden detectar pocas ausencias o francotiradores).

Después de su reciente excursión asiática, es urgente que el chip adoptado por el Gobierno de Macri vaya al taller. Este no resiste un minuto más sin explicar qué acciones específicas nos permitirán aumentar el tamaño de nuestros mercados de exportación. Hasta donde alcanzan mis limitadas informaciones, la mayoría de los intentos de acuerdos de comercio que están en cartera, son borradores inconclusos que fueron negociados sin entender los modelos que actualmente son referenciales y donde se advierte reducida claridad acerca de cuáles son nuestros diversos intereses ofensivos y defensivos. Por ejemplo, nadie parece haber cuantificado la incidencia de los capítulos vinculados con los nuevos derechos sobre propiedad intelectual o el gran paquete sobre proteccionismo regulatorio (medidas sanitarias y fitosanitarias, ambientales, climáticas y las vinculadas con los efectos de las regulaciones conocidas como obstáculos técnicos y de calidad al comercio exterior; para entender lo anterior, sería recomendable una detallada lectura colectiva de los 31 capítulos del Usmca (el nuevo Nafta), del actual Acuerdo de Asociación Transpacífica y otras disciplinas en las que Argentina o el Mercosur son tomadores pasivos de propuestas originadas en nuestros interlocutores).

La dirigencia nacional tampoco parece entender que el poder de decisión hoy no está monopolizado por los negociadores directos de la Comisión de la Unión Europea, los que dependen de la aprobación o rechazo del Europarlamento, quienes ya le dijeron al Mercosur que ese acuerdo no supone una prioridad de la Unión Europea si éste ambiciona conseguir una versión decente y sustantiva de acuerdo birregional (o sea si los dirigentes sudamericanos no dejan de lado la agricultura o aceptan un inofensivo paquete en este sector).

Uno puede apostar a que la sociedad civil se sentiría más aliviada si pudiera conocer qué materias tiene el país por delante para graduarse de “parte del mundo” y cuáles son los proyectos que tienen alguna viabilidad para ver la luz del día. La Casa Rosada debería saber que sus enfoques no son seriamente respetados por el Jefe de la Casa Blanca, ya que éstos no provienen de los Chicago Boys ni de los profesionales de la Fundación Cato, sino del grupo de choque mercantilista que rodea a la Oficina Oval (el cuarteto que forman Peter Navarro, Wilbur Ross, Robert Lighthizer y Larry Kudlow, casi todos con oficina en la Casa Blanca y con pergaminos populistas que harían palidecer de envidia a Guillermo Moreno).

Lo que resulta paradójico, es que en medio de este berenjenal ideológico sean los centros de estudio como Brookings Institution los que se ocupen del “futuro del capitalismo en los mercados emergentes”. Según una breve columna de Geoffrey Gertz, en Estados Unidos y Europa Occidental existe un vibrante debate sobre la redistribución de ingresos y la protección social y del desarrollo sostenible (éste último tema asoma en la gestión de Trump con un enfoque sólo relacionado tardíamente con el cambio climático). La nota sostiene que la consulta sobre el Brexit y la elección de Trump en 2016, surgió una oleada de nacionalismo y populismo de derecha, de variantes como las que hace años predica la familia Le Pen (padre e hija que ahora se llevan a las patadas) o Ciudadanos en España, por sólo dar dos ejemplos de los muchos que hay en ambos lados del Atlántico (Italia es otro caso, pero este viene con tono de indefinible tragi-comedia). Según una reciente y muy amplia encuesta entre jóvenes de 18 y 29 años realizada en los Estados Unidos, éstos tienen, en forma mayoritaria, una visión más favorable del socialismo estilo europeo que del capitalismo.

De ahí que la columna de Brookings enlaza con la noción de que es indispensable observar en la naciones emergentes, las que tras una oleada proliberalización de comercio en la década de los '90, que permitió establecer la OMC, comenzaron a generar enfoques alternativos para atenuar la magnitud y profundidad de los cambios, un proceso que se reflejó, por períodos relativamente cortos, en la “marea rosa” que apareció en América Latina (Ecuador, Bolivia, Chile, Brasil, Nicaragua, Argentina, Venezuela, Uruguay y, ahora, fuera de temporada, México) y la Primavera Arabe de la que sólo quedan recuerdos. Un seminario de 45 economistas seleccionados por Brookings para discutir el tema sólo reeditó lo sabido: mientras una parte aseguró que el neoliberalismo contempla opciones para resolver las fallas de mercado (algunas de ellas muy tramposas en mi opinión), una buena redistribución de ingresos y la creación de bienes públicos (como los necesarios para proteger el medio ambiente y el equilibro climático), otros profesionales sostuvieron la necesidad de crear una política contracíclica radical, la que no sólo debería atender las diferencias de ingreso y de movilidad social, sino la desocupación inherente al cambio tecnológico, más los desplazamientos del comercio que se advierten en tales escenarios. Curiosamente, el primero de estos ejercicios fue lanzado y financiado por el Banco Mundial.

Tampoco tiene asidero el hacerse grandes ilusiones con el futuro de proyectos como la negociación bilateral entre la Argentina y México, conducida hasta hace pocos meses por el exsecretario de Comercio. Miguel Braun. La nueva Subsecretaria de Comercio Exterior de ese país, Luz María de la Mora, indicó, al serle preguntado en el Centro Wilson cuales son las prioridades y posibilidades de negociación de nuevos acuerdos de liberalización comercial, que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador tiene el prioritario objetivo de ratificar y aplicar el nuevo Nafta (o sea el Usmca en inglés o T-MEC en castellano) con Estados Unidos y Canadá; instrumentar la nueva Asociación Transpacífica con diez de los once países que suscribieron el texto original y la revisión y aplicación del Acuerdo suscripto con la Unión Europea. A renglón seguido sugirió que, dados su menor alcance e incidencia, se intentará dar seguimiento a las respectivas negociaciones existentes con la Efta, Brasil, Argentina y Ecuador. Aclaró que en el actual ciclo político México desea reactivar, ampliar y fortalecer su propio sector energético, dándole un papel protagónicoa Pemex, y crear las mejores condiciones posibles para alcanzar la autosuficiencia agrícola y agroalimentaria.

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