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El contexto demográfico de América Latina tiene buenas (y malas) noticias

El envejecimiento demográfico es un proceso contundente que implica innumerables desafíos, entre los que se encuentran los relacionados con las presiones que una población que ya no produce y que, sin embargo, consume (cada vez más), ejerce sobre el sistema de pensiones.

06 febrero de 2019

Por Jorge Paz 

Las poblaciones de todos los países son como el río de Heráclito: fluyen, cambian, se renuevan y siguen avanzando. Acerca de estos cambios tenemos ahora buenas y malas noticias que dar. Dos de las buenas noticias se relacionan con que hoy podemos vivir bastante más que hace cincuenta años y que tenemos menos niñas y niños que mantener. Las malas noticias son que las desigualdades en el acceso a la salud hacen difícil a muchas personas mayores disfrutar de un nivel de vida aceptable y adecuado y que cada vez tenemos más personas mayores que mantener.

El envejecimiento demográfico es un proceso contundente que implica numerosos desafíos, entre los que se encuentran aquellos relacionados con las presiones que una población que ya no produce y que, sin embargo, consume (y cada vez más), ejerce sobre el sistema de pensiones. Las características que son distintivas en la región son la velocidad en la que se ha consolidado el proceso y la fuerte heterogeneidad, tanto entre países como dentro de ellos.

La región ha envejecido más rápidamente de lo que lo hizo Europa y, por lo tanto, tiene menos tiempo que ésta para realizar e implementar reformas que permitan resolver los problemas que traen aparejadas las “buenas noticias” de la prolongación de la esperanza de vida y de la reducción de la fecundidad. Además, también a diferencia de lo que se dio en Europa, la región deberá incorporar en el debate de las reformas en la heterogeneidad del proceso de envejecimiento, tanto entre los países de la región como al interior de cada uno de ellos. Esto hace que cada país y que cada unidad geográfica menor (provincia, unidad federativa, etcétera) deba evaluar las posibilidades de financiamiento de sus personas mayores.

El gráfico da cuenta de ambas cosas: la divergencia en la velocidad del envejecimiento y su heterogeneidad “entre”. Además, se incluyeron en el gráfico países que, como Bolivia y Paraguay, manifiestan transiciones demográficas que se parecen más a las de ciertas regiones del país, como el nordeste y el noroeste, que a las envejecidas regiones centro y Ciudad de Buenos Aires, que se asemejan al nivel alcanzado por varios países de Europa. Dicho de otra manera, conviven en nuestro país regímenes demográficos dispares, todos regidos por un sistema de pensiones único, que no reconoce diferencias debidas a estos temas.

  

También peculiar es el contexto en el que se produce esta transformación demográfica. La tasa de informalidad de los países de América Latina es de las más altas del planeta y, como se sabe, a pesar de los ingentes esfuerzos que hicieron los gobiernos para atacar la informalidad y la precariedad laborales, aún en épocas de bonanza económica y fiscal, no pudieron romper el registro del 33% de la fuerza laboral en los países que más éxito tuvieron en la gestión de ese objetivo. Esto implica que llegan a viejos personas que vivirán más y que no contribuyeron al sistema (o que lo hicieron de manera intermitente) durante su vida activa.

También aparece aquí una fuerte disparidad de género. Buena parte de esa fuerza laboral precaria e informal está conformada por mujeres que no ingresaron al mercado laboral, o que lo hicieron de manera precaria o informal, muchas veces como fuerza de trabajo secundaria o de reserva para superar situaciones de crisis y/o de alta desocupación de los jefes de hogar, mayoritariamente hombres (el archiconocido “efecto del trabajador adicional”).

El envejecimiento viene acompañado de un fuerte cambio de la estructura por edad y sexo de la población de personas mayores. La prolongación de la esperanza de vida de la población femenina es mayor que la de la masculina, y la mayor esperanza de vida aumenta el porcentaje de superlongevos; esto es, de la población que vive más allá de los 100 o 110 años, edades en las que el deterioro de la salud es verdaderamente muy marcado.

Deben preverse también entonces grandes cambios en la estructura de la demanda de bienes y servicios, con aumentos exponenciales de los gastos relacionados con la salud y fuertes reducciones de aquéllos vinculados a la educación, por ejemplo. La pregunta de fondo en este caso es que con qué recursos enfrentar esa situación en un contexto de fuerte reducción de la base imposible sobre ingresos laborales.

Una última buena noticia es que hasta esto se produzca, está en pleno desarrollo el dividendo demográfico: todavía no son tantas las personas mayores de las que ocuparse, y las niñas y niños son cada vez menos, lo que hace que la capacidad de ahorro de las economías aumente de manera importante. Si el lector cree que esto es pura fantasía, basta repasar las experiencias de los países del Sudeste de Asia. La mala noticia que acompaña a la buena es que el dividendo demográfico se termina pronto. Se calcula que aproximadamente entre 2060 y 2075, los países de la región estarán finalizando y consolidando ese nuevo régimen demográfico con el que deberán convivir las generaciones del próximo siglo, cisnes negros mediante.

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