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Las lecciones que dejó 2018

18 diciembre de 2018

Por Gabriel Caamaño Gómez Consultora Ledesma

Que la economía argentina experimentó una crisis por balanza de pagos en 2018, con su característica brusca reversión de flujos de capitales y generalizado desarme de posiciones en activos argentinos, es ya una cuestión indiscutible.

En este punto y dados estos tiempos donde las lecturas rápidas que dan pie a malas interpretaciones, vale la pena aclarar que eso no quita responsabilidad a la gestión económica. Si no, más bien, lo contrario pues, la condición necesaria para que el Gobierno de Mauricio Macri pudiera alcanzar sus objetivos más concretos y promocionados era y es un proceso de estabilización macroeconómica sustentable. Cuestión que esta crisis por balanza de pagos vino a descartar de cuajo y dimensión (la sustentabilidad) que, justamente, dicha gestión no priorizó.

Ahora bien, así como a algunos les costó asumir la crisis mientras la misma se iba produciendo, ahora pareciera que a otros les cuesta asumir sus consecuencias. O, al menos, los tiempos asociados a cualquier proceso de estabilización que marque una salida sustentable de la misma, por un lado y el impacto negativo más o menos duradero, dependiendo de cada caso, que la propia ocurrencia crisis tuvo y tendrá sobre las variables macroeconómicas, por el otro.

Justamente, en la actualidad los valores que registran la mayor parte de las variables locales reflejan eso: el inicio de un intento de estabilización postcrisis por balanza de pagos. Por eso mismo las tasas reales aún son altas, los precios de los activos locales siguen muy golpeados, la actividad todavía no logra dar signos convincentes de recuperación y, por el lado de la inflación, sólo se asoma una leve desaceleración desde valores muy altos. En lo que se refiere a los datos oficiales sobre los indicadores sociales y el mercado de trabajo, por ejemplo, y dado su atraso, lo peor está por llegar.

La cuestión de riesgo país (EMBI+) merece un párrafo aparte. El riesgo país es por definición el diferencial de rendimiento entre los bonos emitidos en dólares por un país emergente en particular y Estados Unidos. Bonos que deben ser comparables en el resto de sus condiciones de emisión y en sus niveles de liquidez. Busca cuantificar, argumento de preferencia revelada mediante, el nivel de riesgo que el mercado le asigna a que una economía enfrente dificultades para honrar en tiempo y forma los servicios de su deuda soberana emitida en moneda extranjera.

Una vez que se entiende lo que es el riesgo país queda claro que es, por definición, una variable endógena y que la ocurrencia de una crisis por balanza de pagos lejos está de mejorar en el corto plazo la percepción de riesgo por parte del mercado pues, por un lado, se trata de la antítesis de la sustentabilidad macroeconómica deseada por cualquier inversor, la que suele alimentar además la inestabilidad política y, por el otro lado, implica un deterioro de la capacidad de honrar los vencimientos de deuda en moneda extranjera, dado el ajuste abrupto del Tipo de Cambio Real (TCR) y la recesión que la propia crisis supone.

Ergo, por más que la crisis por balanza de pagos sea el ajuste, por las malas, de buena parte de los desequilibrios macroeconómicos que la explican en última instancia, a su calor (en la previa, en el durante y en el inmediato después) lo lógico es que el riesgo país suba fuerte, en línea con los niveles de incertidumbre. Y que, empiece a bajar en la medida en que el proceso de estabilización de expectativas poscrisis se vaya asentando y profundizando.

Por eso es tan importante que mejore. No porque deba anticiparse la estabilización de expectativas. Al contario, es consecuencia de esta. Sino porque, al hacerlo, estaríamos ante otra muestra de reducción de los niveles de incertidumbre, que primero empieza por los de corto plazo, para luego ir a las de mediano y largo plazos.

Cerrando la idea. Si por distintas razones hay factores de mediano plazo que suman incertidumbre a nivel externo o local que resultan en buena medida exógenos al proceso de estabilización, entonces el mismo proceso será más lento y el riesgo país tardará mucho más en reaccionar.

Volviendo. Queda claro que los que quieren que los valores de las variables reflejen rápidamente una situación normal están, en el mejor de los casos, solicitando una estabilización muy rápida. Cuando, justamente, ya deberíamos haber aprendido, no sólo por esta última crisis, que lo que hay que reclamar es que la estabilización sea sustentable y que la velocidad de esta, en todo caso, este condicionada a la primera.

Confundir consecuencias, con causas; síntomas, con enfermedad y/o condiciones necesarias, con suficientes, implica identificar erróneamente secuencia y lleva a poner la carreta delante del caballo.

Un ejemplo habitual tiene que ver con identificar al nivel actual de tasas reales ex ante como un impedimento para la estabilización y posterior reactivación de la actividad económica. Como si dichos valores y la propia recesión no fueran consecuencia de la propia crisis. Es justamente al revés. La reactivación y la reducción de las tasas reales van a ser producto de la estabilización de expectativas y a partir de ahí retroalimentaran el proceso. Lo mismo pasa con el riesgo país. Cuanto más dificultosa y lenta sea la realineación de expectativas, más lento será todo el proceso.

Llegados a este punto, alguien podría preguntar, ¿pero no hay una mejora de las expectativas macroeconómicas en últimos dos meses y pico? Sí, la hay. Pero no alcanza para relajarse. Es muy pronto, muy incipiente y venimos de niveles de incertidumbre demasiado altos durante demasiado tiempo. ¿Pero este proceso de estabilización no mejoró, crisis mediante y ex ante, inconsistencias que determinaron el fracaso del anterior? Sí, es correcto. Pero también sumó nuevas vulnerabilidades por el lado político y el lado de la deuda.

Ergo, si bien el desempeño reciente es un buen indicio, al menos, para ilusionarse con un cierre de 2018 mejor al que perfilaba hasta hace poco, no hay nada que festejar y 2019 se presenta como toda una prueba de “resiliencia”.

Dicho de otra manera, en lo que queda de 2018 y el primer trimestre de 2019 y luego de haber fracasado en su primer intento, el Gobierno debe logra “cuajar” un proceso de estabilización que sea capaz de soportar el ruido asociado a un año de elecciones ejecutivas a nivel nacional y provincial.

Y en ese contexto, más que nunca, debemos pecar de prudentes. Esa es, además, la principal lección de 2016-2018. No existen los procesos de estabilización rápidos, pero insustentables. Esos son procesos fallidos. Hay que priorizar la sustentabilidad, aunque implique avanzar más lento en el corto plazo. Aunque las variables tarden más en reflejar valores asociados a la “normalidad”. Las crisis producen daños económicos, sociales e institucionales que requieren, sólo para ser revertidos en forma parcial, de muchos años de esfuerzo sostenido.

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