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Apuntes para el manejo de la crisis cambiaria

El problema de fondo es que nadie percibe que las medidas del Gobierno se estén decidiendo en el marco de un plan consensuado

31 agosto de 2018

Por Agustin Kozak Grassini Economista

Normalmente las corridas cambiarias pueden tener tres causas alternativas.

El atraso cambiario. Las importaciones superan a las exportaciones generando déficit comerciales persistentes.

Problemas de solvencia. Se percibe que el Gobierno no podrá hacer frente a los vencimientos de deuda.

Expectativas devaluatorias. El dólar simplemente sube porque la gente cree que va a subir.

Cada causa tiene su propia lógica de intervención y, por ese motivo, es muy importante acertar en el diagnóstico. En este escenario no parece que haya un atraso cambiario. Comenzamos el año con un dólar de $19 y ayer llegó a $40. Una devaluación superior al 100% en lo que va del año. A principio de año era común los tours de compras a países vecinos, vacacionar en el exterior, comprar artículos importados. Hoy eso no existe. Se acabó el atraso. El desafío ahora es evitar el pasaje a precio de la devaluación, es decir, minimizar el impacto inflacionario del reacomodamiento cambiario. Con mayor incertibumbre, menor es la capacidad para evitar el pass-through.

La segunda causal de corridas tampoco parece la acertada. Más allá del vertiginoso ritmo al que esta gestión de Gobierno ha tomado deuda, tampoco los problemas de solvencia son muy graves. Expertos toman como un parámetro crítico el ratio deuda externa/PIB al 80%, y hoy ese cociente sería de 50%.

A fines de abril se vivió otro episodio similar. A diferencia de aquel momento había un atraso cambiario y muchos capitales especulativos en la economía: unos US$ 4.000 millones de dólares en Lebac. Error del Gobierno, que utilizó un instrumento de regulación monetaria para fortalecer reservas. De esta manera se sometió al riesgo de sufrir una eventual corrida. Finalmente, ocurrió no bien las condiciones internacionales se pusieron un poco adversas. Hoy esos capitales golondrina se fueron. En la actualidad la mayoría de la demanda por dólares parece venir de residentes que quieren refugiar su patrimonio de la devaluación. Todo indica que el problema es de pánico. Es de expectativas. Nadie quiere vender dólares sencillamente porque no creen que vaya a bajar.

Todos sospechan que el valor de la divisa va a subir, por eso todos quieren comprar. Esta es la razón por la cual es tan difícil predecir esta crisis. ¿Cómo saber hasta qué punto los argentinos están dispuestos a sacrificar sus pesos para adquirir dólares? ¿Cómo lidiar con las expectativas devaluatorias? Hay que ponerle techo. ¿Cómo se hace?

Hay tres instrumentos que el BCRA debe usar para contener la zozobra de este momento.

El aumento de la tasa de interés. La idea es que la gente deje de pensar en dólares y prefiera quedarse en pesos. ¿Cómo hacerlo? Dándole incentivos, pagándole más por quedarse en pesos.

Fuerte intervención en el mercado de cambios. Se tiene que salir con una gran venta de dólares. Este mecanismo surtió buen efecto para contener la corrida iniciada en abril, en la que el TC saltó 25% en dos semanas. Actualmente se están haciendo microintervenciones de US$ 200-US$ 300 millones que convalidan las alzas. Hay que poner sobre la mesa US$ 5.000 millones. Dejar en claro que ese es el valor del dólar que la autoridad monetaria va a defender.

Marcar un sendero de expectativas negociando dólar a futuro. Así, de esa manera, se despejarán las dudas respecto que la divisa tendrán en los meses venideros.

Esta devaluación no le conviene a nadie. Ni al Gobierno. El 80% de la deuda tomada está en dólares, y sus vencimientos están en dólares. El Gobierno recauda pesos y la recaudación está determinada por el nivel de actividad, que, a su vez, la volatilidad frena. Tampoco los subsidios se licúan con la devaluación, puesto que el Gobierno decidió dolarizar las tarifas.

El problema de fondo es que nadie percibe que las medidas del Gobierno se estén decidiendo en el marco de un plan consensuado con actores políticos y económicos relevantes. Sin plan y sin consenso, está difícil reconstruir la confianza. La caída en la imagen pública del Presidente achica el margen de acción del Gobierno. En debilidad, a lo sumo, se puede negociar gobernabilidad, pero nunca desarrollo. Quizás para el jefe de Gabinete, Marcos Peña, esto no signifique un “fracaso económico”, pero para los millones de votantes que se esperanzaron con Cambiemos (no solo como un slogan de campaña), el Gobierno ya fracasó en materia de desarrollo.

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