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México ante el desafío de un nuevo punto de partida

En estos días, las observaciones sobre AMLO se centran en las dificultades que tendrá para gobernar

Atilio Molteni 10 julio de 2018

Por Atilio Molteni Embajador

En un marco democrático y de corrección ejemplar, el pasado 1° de julio México acogió sus previstas y significativas elecciones sexenales. Como fuera previsto por la mayoría de las encuestas, el próximo presidente del país será Andrés Manuel López Obrador (conocido como AMLO), quien iniciará su mandato el 1° de diciembre de aquello la jerga política conoce irónicamente como el Sistema Métrico Sexenal. Si logra cumplir sus promesas de campaña, y lo hace respetando los valores institucionales, su programa de gobierno podría generar impensadas transformaciones en la segunda economía de América Latina.

Tan notable triunfo político surgió de una coalición integrada por Juntos Haremos Historia del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) de López Obrador y por dos partidos menores -Trabajadores y Encuentro Social-, que lograron consolidar la nueva democracia multipartidaria que se estableciera en los últimos años, un hecho que deja atrás la historia del Siglo XX. Mientras esa coalición obtuvo el 52,94% de los votos, la coalición liderada por Ricardo Anaya Cortés del Partido de Acción Nacional (PAN, de centro derecha) sólo consiguió 22,50 % y la de José Antonio Meade, del Partido Revolucionario Nacional (PRI, que por setenta años monopolizó la vida política mexicana) recibió 16,40%. Además, los candidatos de la coalición triunfante ganaron cinco de las nueve gobernaciones en juego, incluida la elección de la Ciudad de México, lo que le otorga al futuro Presidente grandes posibilidades de llevar adelante su programa político.

Es importante recordar que AMLO siempre se distinguió por su perseverancia y vocación social, e interpreta la política como un apostolado. Prueba de ello es que compitió sin éxito en dos elecciones presidenciales anteriores. Su cargo electivo más destacable fue el de intendente de la megalópolis que es la Ciudad de México o Distrito Federal en el período 2000-2005, en la que condicionó su pensamiento de izquierda y su acción en favor de la comunidad, con una fuerte dosis de pragmatismo con relación a las iniciativas empresariales y obtuvo resultados considerables.

Pero la contundente victoria que logró con su campaña presidencial se atribuye a los alegatos populistas en favor del cambio político ?incluyendo la noción de dejar atrás el neoliberalismo que instalara el Gobierno de Miguel de la Madrid en la década del '80-, eliminar la corrupción (que atribuye a las apetencias de las élites gobernantes y la mafia del poder), disminuir el nivel de pobreza de gran parte de la población y la inseguridad, que hoy alcanza niveles dramáticos. Estos temas fueron centrales para la mayoría de los votantes, que favorecen un cambio del estatus quo y descreen tanto del histórico PRI como del modernizado PAN. También tiene el propósito de vigorizar la participación del Estado en la vida económica (el leit-motiv del PRI hasta los '80), extender los programas sociales, el sistema de pensiones, llevar adelante grandes obras de infraestructura, apoyar a los pequeños agricultores del sur y facilitar el empleo y la instrucción de los jóvenes. Estos dos últimos temas tienen lógica, pues el norte del país es el que se ha beneficiado por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1993), por la radicación allí de múltiples empresas (hasta pocos tiempo atrás esencialmente maquiladoras, o sea firmas que agregaban muy poco valor con la transformación de los productos en base mano de obra y energía) mientras que, por otro lado, existe una gran proporción de jóvenes que buscan empleo y educación.

Como la mayoría de los grandes políticos mexicanos, algunos dirigentes como AMLO comenzaron su carrera política en el PRI en su Estado natal, Tabasco, pero en 1989 se unió a los disidentes encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas Solorzano, que fundaron el Partido Revolucionario Democrático de centro izquierda, como una reacción a la tendencia derechista y neoliberal representada por el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, persona a la que considera uno de los responsables máximos de la corrupción. Después de competir infructuosamente en las elecciones presidenciales de 2006 y 2012, organizó el Partido Morena en el año 2014.

Durante el sexenio en el que accedió al Gobierno el presidente saliente del PRI, Enrique Peña Nieto, se puso en marcha un ambicioso paquete de reformas con el que se logró mantener la estabilidad y crecimiento económico y el comienzo de reformas estructurales: en las telecomunicaciones, la energía (terminó con en el monopolio de Pemex y abrió el sector a la inversión privada), la educativa, la financiera y la fiscal. Además, el déficit fiscal se redujo del 2,4% al 1,1%, la inflación bajó al 3,9% anual y el PIB creció constantemente. Pero el índice de pobreza siguió duplicando el promedio de la OCDE (del que es miembro) y las desigualdades regionales se mantuvieron en niveles alarmantes, mientras el índice de productividad es mantuvo bajo y 30 millones de trabajadores, problema estructural, siguieron recibiendo ingresos de actividades informales. Sin embargo, lo más significativo es que la lucha contra la corrupción no tuvo relevancia y se mantuvieron vigentes las prácticas políticas cuestionables que siempre caracterizaron al PRI mientras los amigos del poder se beneficiaban, como siempre, del cambio económico y financiero y la inseguridad se expandió a niveles alarmantes, motorizada por un narcotráfico tangible y desbocado.

Históricamente, las relaciones de México con Estados Unidos siempre fueron difíciles pero se complicaron adicionalmente desde que asumió la presidencia Donald Trump, quien puso sobre la mesa la insólita propuesta de construir un muro en la frontera común, aduciendo que directa o indirectamente México debía pagar, hecho que se sumó a los problemas derivados de la inmigración y la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (conocido por su sigla inglesa NAFTA).

Quizás la vida del mencionado tratado se resuelva antes de la asunción de López Obrador, tanto por el interés de Washington de resolverlo antes de sus propias elecciones legislativas de noviembre de 2018, pues su resultado afecta a varios contendientes republicanos, pero la agenda bilateral es especialmente sensitiva y puede dar lugar a grandes tensiones. Las primeras manifestaciones de López Obrador al comenzar la transición apuntan a mantener relaciones amistosas basadas en el respeto mutuo mientras Trump ha dicho que está listo a trabajar con él en beneficio de los dos países.

En el pasado, los oponentes de AMLO lo calificaron como un émulo en potencia de Hugo Chávez, para luego calificarlo como un posible imitador de las ideas populistas del ex presidente Lula.

En estos días, las observaciones se centran más en las dificultades prácticas que tendrá para llevar adelante su mandato, por la heterogeneidad de sus apoyos políticos, y por los medios y los procedimientos institucionales que pueda llegar a utilizar mientras que a intelectuales mexicanos notables como Enrique Krauze, les preocupa el culto a la personalidad que lo caracteriza. Si bien todo eso se verá con el correr del tiempo, lo que hasta ahora se puede constatar es que el pueblo mexicano le otorgó un poder muy amplio para iniciar una etapa trascendente, que deja atrás las versiones más ortodoxas de las políticas pro-mercado de Gobiernos anteriores y que su presencia modifica el escenario de América Latina. Pero sería necio olvidar que AMLO ya dio señales de que no romperá con ciertas políticas de Estado, lo que incluye seguir un guión parecido al de Peña Nieto en la renegociación del NAFTA.

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