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Cinco historias detrás de la crisis de la ciencia

El Economista dialogó con cinco jóvenes investigadores sobre la crítica situación de la ciencia, que amenaza convertirse en una posible fuga de cerebros

04 julio de 2018

Por Juan Manuel Antonietta 

Cuando hay una crisis, siempre los más perjudicados son los más débiles. Y, en el caso de la ciencia, uno de los grupos más afectado son los becarios, los más precarizados.

En medio de discusiones salariales irrisorias (se les ofrecía 0% de aumento con una inflación que ya merodea 30%), todavía están esperando que se cumpla la cláusula gatillo arreglada en la paritaria anterior por 4,8% que deberían haber recibido en marzo.

Además, muchos de los insumos que utilizan los científicos se importan y fueron pedidos con presupuestos que utilizaban como parámetro un dólar a $17 y, obviamente, su capacidad de compra se ve limitada por la devaluación del peso.

Todo eso se inscribe en un contexto en el que se perdió la certidumbre sobre el rol del Estado como impulsor de la ciencia (variable clave, si las hay, en la esquiva búsqueda del desarrollo económico) y la fuerte caída del salario real de los becarios no es de extrañar que los jóvenes más calificados del país empiecen a pensar en irse en la medida en que se vean obligados a tener que elegir entre hacer ciencia o vivir en Argentina.

En un país que intenta desarrollarse, un ajuste del gasto estatal en I+D es muy contradictorio. Y ese es uno de los pocos puntos en los que hay consenso en la teoría económica. Acrecentar la producción de conocimiento y recuperar la inversión e implementación de políticas estratégicas en I+D son pilares fundamentales y, para eso, es imprescindible contar con recursos humanos formados y capacitados.

“Además de formar científicos e ingenieros es importante tener la demanda de ese capital humano”, explica el sociólogo Daniel Schteingart. Tener los recursos humanos no resuelve por si sólo los problemas del desarrollo, y también hace falta una demanda que lo contenga. “El Estado es un gran demandante de recursos humanos calificados que no es tan fácilmente empleable por empresas”, explica.

“Sin demanda, la mano de obra calificada termina yéndose del país o manejando taxis”, concluye Schteingart. ¿Qué lugar queda para los jóvenes más capacitados si el Estado se retira parcialmente como demandante y qué caminos del desarrollo quedan abiertos?

En estas cinco historias que recogió El Economista, y que son representativas de cientos o miles más, se pueden observar los problemas que atraviesan hoy en día los jóvenes que quieren dedicarse a la ciencia y apostar por el país.

Manuel Der

Un alivio efímero se entrevé en la mirada preocupada de Manuel Der. Después de una serie de reclamos masivos de los trabajadores de la ciencia, que culminó con el corte de la avenida Santa Fe del jueves 21 de junio y las tomas pacíficas en todos los centros científico tecnológicos del país el pasado jueves 28, finalmente a los becarios doctorales del Conicet se les otorgó 15% de aumento. La propuesta anterior del Ministerio de Ciencia y Tecnología (MinCyT) era de?0%.

Manu, como le dicen sus amigos, es licenciado en Física (con honores de la UBA) y hace más de 20 años que está en la educación pública: desde el jardín, hasta su paso por el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde fue el mejor promedio de su camada. Actualmente es becario doctoral del Conicet y, luego de su paso por la nanotecnología, realiza su doctorado en física de altas energías en el centro ICAS de la UNSAM, que reúne prestigiosos investigadores reconocidos a nivel internacional. El joven doctorando del Conicet cuenta con varios trabajos presentados y se encuentra actualmente, junto a Daniel de Florian e Ignacio Fabre, esperando la aprobación de su último artículo por la editorial de Physical Review Letters, una de las revistas de mayor impacto en el mundo de la física, en la que han publicado los más reconocidos científicos del mundo, entre ellos, Stephen W. Hawking y Albert Einstein.

Según Manu, “es lamentable que se tenga que llegar al punto de realizar medidas de fuerza para lograr un mínimo de consideración por parte de las autoridades”. La falta de aumentos adecuados y el salario de $18.890 (que para el MinCyT ni siquiera es salario sino un mero estipendio que no merece los más básicos derechos laborales como el aguinaldo o los aportes jubilatorios), genera que el becario se sienta excluido y con pocas posibilidades de continuar aportando a la sociedad desde la ciencia, en un marco que desalienta todo tipo de desarrollo y recorta hasta las opciones de llevar una vida digna.

Los estudios de temas como la física de altas energías y la nanotecnología han ayudado a sentar las bases para importantes avances en medicina, biología, y tecnología en general, esenciales para la sociedad de hoy. “Me parece un error garrafal esta política de exclusión y menosprecio hacia los trabajadores mejor calificados que tenemos, quienes además somos resultado de años de inversión estatal en educación. Hay gente pasándola muy mal por estas medidas”, concluye.

Nicolás Dvoskin

Nicolás Dvoskin está terminando su beca posdoctoral. Es economista y politólogo de la UBA y el año pasado se presentó al ingreso a carrera del Conicet: pese a tener la triple recomendación de comisión, de Junta y del informe externo, por el bajo cupo que hubo en la última entrada quedó afuera. Sólo entraron cinco economistas, entre ellos, Jorge Carrera, Eduardo Levy Yeyati y Martín Guzmán.

Entre el 2011 y el 2016 Nicolás hizo su doctorado en historia económica atravesando dos etapas de evaluación satisfactoriamente y actualmente está realizando el posdoctorado. En el último ingreso se presentó con un proyecto que buscaba realizar una comparación latinoamericana de políticas de desarrollo.

Ante la negativa del Conicet, el investigador comenzó a aplicar a becas en el exterior y, finalmente, el mismo proyecto que había presentado en Argentina fue aprobado para una beca alemana cofinanciada con el Ministerio de Educación de la Nación. De esta manera, el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL) pierde un investigador más ya que no es un hecho aislado: la mayoría de los becarios del centro atraviesan las mismas dificultades que Nicolás y el director del centro se encuentra pronto a jubilarse. “En la medida en que se corta la carrera, no hay recambio y los becarios se quedan sin quien los tutele”, dice Dvoskin.

El investigador es así parte de un equipo que se desintegra en un país que no le encuentra la vuelta al desarrollo económico. En paralelo a esto, el poder adquisitivo de los “estipendios” de los becarios viene en caída desde 2009 y se intensificó fuertemente a partir de 2015. “El Gobierno apuesta a descomprimir el sistema científico a partir de desincentivar la gente a presentarse a través de becas que pagan una miseria”, piensa Dvoskin, que en tres semanas se va a Alemania y dejará de dar clases e investigar en Argentina.

Vanesa Sánchez

Como becaria Conicet en biotecnología, Vanesa Sánchez investigó una vacuna contra la toxoplasmosis, una enfermedad que afecta a un tercio de la población mundial. En los grandes centros urbanos de Argentina se calcula que la mitad de los ciudadanos está infectado.

Por falta de presupuesto tampoco entró a la carrera de investigadora pese a la doble recomendación de ambas comisiones. “Mi panorama era terrible”, cuenta Sánhez, que solo después de las tomas del Conicet, logró junto con otros becarios el compromiso de que se la incorpore como docente e investigadora en la UNSAM. “En mi caso logré seguir en mi universidad, pero muchos fueron redireccionados a otras universidades distintas a las que se encontraban investigando, generando que se corten muchos proyectos de investigación”, explica.

Su nuevo cargo de docente genera que el 40% de su tiempo lo destine a eso, haciendo que los resultados para la enfermedad deban seguir esperando. De haber entrado al Conicet como investigadora de carrera podría investigar full-time permitiendo llegar a los resultados antes.

“Los laboratorios privados no investigan las vacunas porque hay mucho riesgo y solo compran las patentes una vez que las investigaciones estatales las desarrollan”, señala. “Pese a todos los problemas siempre uno intenta seguir, pero el ajuste hace que sea muy complicado contar con los medios y los insumos para conseguir los resultados”, concluyó.

Maximiliano Jozami

Maximiliano Jozami está en Alemania. “Con esta situación, uno evalúa mucho el tema de volverse o no”, dice. Jozami es becario doctoral del Conicet por la Universidad Nacional de Santiago del Estero y está realizando su doctorado en historia. Ganó una beca del Daad (el Servicio Alemán de Intercambio Académico, el organismo que más becas da del mundo a estudiantes extranjeros). En el país germánico continúa su investigación hasta que tenga que defender su tesis en Argentina. “Cuando salí el dólar estaba $19 y ahora está cerca de $30 y es difícil con el sueldo argentino vivir en Alemania”, dice y agrega que “ningún compañero me cree cuando le digo como cambió el precio del dólar”.

“Mientras que en Argentina se habla de que los científicos son todos vagos, acá en Alemania se financia a gente de todo el mundo para que venga de otros países y se nota mucho como mejora la calidad de la ciencia”, explica y señala el tremendo aporte que significa relacionarse con colegas de otra parte del mundo.

Jozami forma parte de una rama totalmente bastardeada (la ciencia social), incluso señalada como “inútil”. En el Conicet sólo el 25% de los científicos son de ciencias sociales, el mismo porcentaje que tiene Noruega y menos del 30% que tiene México del total de su planta. “Al Gobierno de (Mauricio) Macri, pese a lo que se dijo en campaña, no le importa en absoluto la política científica”, opina.

“El 15% de aumento con una devaluación de 50% genera que mis posibilidades de desarrollar mi investigación sobre la base de ese ingreso sean nulas, sin la beca del Estado alemán no sería posible”, explica y concluye que “parece que el país manda sus científicos al exterior y quiere que no vuelvan”.

Patricio Magliano

Patricio Magliano, según el Plan Argentina 2020 (al que la mayoría de los científicos levanta como bandera), debería haber entrado como investigador del Conicet en 2016. La reducción en términos reales del presupuesto y la discontinuación del plan dejó afuera a 500 investigadores que poseían la doble recomendación. Entre ellos, Magliano. Luego de un pedido de reconsideración el ingeniero agrónomo, que se doctoró en ciencias agropecuarias, fue finalmente aceptado por el Conicet (junto con otros 40 científicos en la misma situación).

El problema para él fue la falta de presupuesto, lo que generó que continúe sin ser nombrado. Mientras espera, sigue cobrando la beca posdoctoral, sin tener aportes jubilatorios, aguinaldo o poder tener cobertura para el jardín maternal de su nene de un año y medio.

Patricio investiga en San Luis cómo impacta en el ciclo del agua los desmontes que se realizan en la zona del Chaco árido (el norte San Luis y el sur de La Rioja) para poder acrecentar la cantidad de hectáreas disponibles para la ganadería. Su análisis permite mejorar las producciones de la zona y ver los posibles problemas ambientales.

“El presupuesto de inversión en ciencia en Argentina representó 0,8% del PIB en 2015. Algo marginal. Ajustar sobre esta partida es tirar por la borda un trabajo bien hecho durante mucho tiempo”, opina, preocupado

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