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Pobreza en Argentina más allá de la línea

Es tiempo de pensar en otra metodología para medir adecuadamente lo que ocurre en las sociedad

27 julio de 2015

(Columna de Silvana Melitsko) La discusión sobre pobreza merece un cambio de enfoque. De un tiempo a esta parte, gracias a la destrucción de nuestro sistema de estadísticas, el eje del debate pasó por determinar cuántos argentinos están por debajo de la línea de pobreza. Esto es, no cuentan con ingresos suficientes para adquirir una canasta básica de bienes. De esa manera venimos midiendo la pobreza desde hace décadas en Argentina, al igual que en muchos otros países latinoamericanos. Pero para un país de ingresos medios, la metodología es a todas luces insuficiente para evaluar su progreso en materia de igualdad de oportunidades. Especialmente cuando grietas consolidadas y profundas que exceden el poder adquisitivo dividen a los ciudadanos. La pobreza por ingresos es útil para monitorear en el corto y mediano plazos el impacto de variables macroeconómicas sobre el poder adquisitivo de la población más vulnerable, y a largo plazo para ver cuán lejos estamos de asegurar un ingreso básico que garantice un nivel de vida digno a toda nuestra población. Pero no nos deja ver mucho más allá. Por eso países de ingresos más altos que el nuestro, con una macro ordenada y un sistema de seguridad social de cobertura universal, no priorizan los indicadores de pobreza sino de desigualdad: con alto ingreso per capita y baja desigualdad la mayoría de las personas deberían contar con recursos suficientes para gozar de un nivel de vida aceptable. Es lamentable, entonces, que cuando hablamos de pobreza nos limitemos a discutir cuál es el verdadero número de pobres. En el fondo, tiene parte de razón el ministro Kicillof al afirmar que hablando de pobres como un colectivo indiferenciado los estamos estigmatizando, y que el procedimiento de medición que veníamos usando es cuestionable desde lo conceptual. La hiperinflación de Alfonsín hizo pobres a muchos argentinos de clase media que poco tiempo después, con la llegada del menemismo, se subieron al tren de la modernidad. Muchas de esas personas no se consideraban pobres en los caóticos '80. Asimismo, cualquier devaluación abrupta produce un salto en los niveles de pobreza por ingresos, que luego del reacomodamiento de precios y salarios regresa a su nivel tendencial. Algunos cambios entre estados de pobreza provocados por una devaluación son temporarios, mientras que otros, en la medida que el nuevo régimen cambiario afecte de manera persistente variables como el empleo, los salarios reales y la estructura productiva, tendrán efectos de mediano y largo plazos. Guiarse por la capacidad de adquirir una misma canasta de bienes durante décadas no es acertado. La pobreza es una construcción social cuyo único aspecto objetivo consiste en respetar la metodología de medición. A medida que las sociedades avanzan, es lógico que cambien también los estándares mínimos de bienes tangibles e intangibles que necesita un individuo para desarrollar plenamente su proyecto de vida. Al imponer estándares más exigentes para que alguien deje de ser pobre, en Chile la pobreza saltó de 7,8% a 14,4%. La comparación en el tiempo de las series empalmadas muestra, de todos modos,, que la pobreza en ese país disminuyó notablemente cualquiera sea la canasta elegida: de 29,1% a 14,4% entre 2006 y 2013 según la nueva, y de 13,7% a 7,8% con la antigua. Esa es la comparación que no podemos hacer los argentinos con estadísticas oficiales desde la intervención al Indec. De ahí el interés que despiertan estimaciones alternativas. La última medición oficial confiable de pobreza por ingresos mostraba que en el último semestre de 2006 afectaba al 26,9% de las personas y al 19,2% de los hogares. Siguiendo los cálculos alternativos que reproducen la metodología original observamos que la pobreza siguió disminuyendo alrededor de 6 puntos porcentuales hasta mediados de 2011, fecha desde la cual fluctúa entre el 20% y el 22%, con tendencia a la suba. Esto contrasta con la reducción de los niveles de pobreza que lograron países vecinos durante el mismo período. Particularmente Uruguay, donde la pobreza se ubica por primera vez en mucho tiempo por debajo del 10%. Y pone en duda la perspectiva de que podamos mejorar la condición de los sectores más vulnerables con la continuidad del actual modelo económico y social. Todas estas cuestiones pueden parecer tecnicismos, pero es importante que en vísperas de las elecciones nos tomemos el trabajo de evaluar correctamente los progresos y las asignaturas pendientes en materia de desarrollo social e igualdad de oportunidades. Lamentablemente, a menudo se confunde al público general debatiendo si el número de pobres es el que muestra la UCA, el Congreso, la CGT oficialista o la opositora. Sabemos que al menos dos de cada diez argentinos no acceden, con sus ingresos actuales, a una canasta básica de bienes similar a la que habíamos definido como umbral de pobreza a mediados de los '80. En mi opinión, es suficiente para que quienes creemos en la justicia social nos preguntemos en qué hemos fallado, teniendo en cuenta que en una democracia el progreso es en buena medida un fruto de las acciones individuales y colectivas. Por otra parte, me parece necesario, como decía al principio, que quienes estamos del otro lado de la grieta de pobreza dejemos de pensar en los pobres como un colectivo indiferenciado, un grupo que nos inspira lástima, compasión, desprecio o indiferencia, según cuáles sean nuestras convicciones sobre las razones por las que se encuentran en esa situación. Un debate sobre esos determinantes es, tal vez, una asignatura pendiente tan necesaria como el restablecimiento de un sistema de estadísticas confiable para apreciar adecuadamente la coyuntura social. Ya sea a partir de la línea de pobreza, o con indicadores económicos y sociales alternativos.

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