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Si Trump y Xi sólo hablan de guerra, ¿quién negocia la paz?

Los protagonistas no parecen entender que tan temible lucha de provocaciones puede ser un callejón sin salida. En especial, cuando también cayeron en el hábito de las amenazas y roces navales en los mares de China. Hoy, nadie sabe dónde está la luz al final del túnel.

Atilio Molteni 26 noviembre de 2018

Por Atilio Molteni Embajador

Tanto el lenguaje que emplearon en las últimas ocho semanas el Presidente y el vicepresidente de Estados Unidos para definir las relaciones con China, como las respuestas del presidente Xi Jinping, suenan en forma creciente al lenguaje de Guerra Fría que la humanidad creyó una etapa superada. Ya no se trata de inofensivas bravatas negociadoras.

Si bien las partes sostienen que enmendar la actual realidad justifica incorporar los avatares de la guerra comercial, apelando a los mismos argumentos utilizados para hacer añicos al mundo entre 1930 y 1945 (acotación nuestra), hoy nadie sabe dónde está la luz al final del túnel. Los protagonistas no parecen entender que tan temible lucha de provocaciones puede ser un callejón sin salida. En especial, cuando también cayeron en el hábito de las amenazas y roces navales en los mares de China. Se trata de una batalla de poder que pocos creen soluble en el marco del diálogo bilateral previsto en la Cumbre de Buenos Aires del G20. Sobre todo cuando hay sobre la mesa diez hipótesis de conflicto y ninguna tangible o conocida de paz.

A esta altura pactar una tregua no sería un mal resultado, si ello es parte de un plan de convivencia y estabilidad económica que no suponga el exasperante riesgo de la pronta vuelta al punto de partida. Después de las elecciones de medio término, el jefe de la Casa Blanca había dicho que quería llegar a un entendimiento con China porque deseaba tener una gran relación con el presidente Xi, un libreto que no genera gran optimismo al venir de la misma persona que patrocina el “América Primero”, exhibe un enorme desprecio por el orden liberal y le importan poco o no entiende las cambiantes necesidades del planeta.

Los últimos desarrollos son un testimonio del problema. Tras la visita del vicepresidente Mike Pence a Japón, donde siguió hablando sobre un futuro acuerdo de comercio bilateral y acerca de la seguridad de la región, éste se dirigió sin más a la conferencia anual de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), en cuyo contexto abogó por convertir el área en una liga de Gobiernos responsables, que respeten el imperio de la ley y los derechos individuales.

Afirmó que cada uno de esos países se inclina por establecer una relación cercana con los Estados Unidos y no desea vivir en un enclave dominado por China. En Tokio, Pence había dicho que en el Indo-Pacífico las naciones deberían ser libres de elegir su propio camino e intereses, que los mares y cielos tienen que resultar accesibles para todos aquellos que ejerzan actividades pacíficas y ser un espacio en el que las naciones soberanas pueden desarrollarse como grupo sin las perturbaciones del autoritarismo o la agresión.

Tras esa etapa, el vicepresidente aterrizó en la cumbre realizada en Papua Nueva Guinea de la APEC (Foro de Cooperación Económica del Asia Pacífico, compuesto por 21 países que representan el 60% de la economía mundial), donde se trenzó en un deliberado y duro enfrentamiento con Xi Jinping, episodio que bloqueó, por primera vez, en los últimos veintinueve años, la firma del Comunicado Conjunto de esa organización.

Estos chispazos fueron interpretados como una nueva faceta del conflicto bilateral, en el que Washington reiteró su shopping list sobre las prácticas comerciales chinas, a las que identificó como coercitivas. Además señaló que mantendría sus nuevas restricciones comerciales hasta tanto Pekín levante las que impiden el acceso a su mercado, cambie sus enfoques en materia de propiedad intelectual, incluidas aquellas que obligan a las empresas extranjeras a transferir valiosas tecnologías y otras prácticas restrictivas. Por su lado, China volvió a manifestarse contra del proteccionismo y unilateralismo de Trump, que impuso tarifas del 10% a productos que originan unos US$ 250.000 millones de importaciones provenientes de tal país (arancel que aumentará al 25 % en enero del 2019), con el objeto de inducirlo a cambiar dichas políticas. En semejante escenario, Washington hoy quedó empequeñecido por su inexplicable retiro del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), al que desea reemplazar por acuerdos comerciales bilaterales y hegemónicos con ciertos países de la región.

En lo referente a la seguridad, a diferencia de lo que ocurre en Europa con la OTAN, en Asia predomina un sistema de alianzas bilaterales, que para Estados Unidos supone un compromiso de cooperación militar y defensivo de sus aliados regionales (Australia, Japón, Corea del Sur, Filipinas, Taiwán, Tailandia y Singapur), una apertura diplomática hacia Myanmar y Laos y un mayor nivel de cooperación con la India. La Casa Blanca no tiene pudor alguno de mostrar que su

objetivo real es neutralizar el poder chino.

Desde el punto de vista geopolítico, la confusa preocupación estadounidense es lograr que en una región que considera vital para sus intereses, China no consolide su condición de polo de poder y le dispute esferas de influencia para concretar su propia seguridad. En otros términos, recién ahora parece haber caído en la cuenta de que el balance de poder ya no reside sólo en sus decisiones, sino en un sistema que tiende a establecer un mecanismo de copropiedad virtual en las esferas de influencia de la zona.

Pero este proceso se agudiza en forma extrema en el Mar Oriental y en el Mar del Sur de China. En el primero de ellos, se trata de una disputa con Japón sobre unas islas que éste llama Diaoyu y China Senkaku. El segundo, es una extensión de más de dos millones de kilómetros cuadrados (que equivale a la mitad de toda Argentina) con cientos de islas, atolones, rocas y bajos arenosos, en algunos de los cuales China construyó bases civiles y militares. Sus reclamos coinciden, según las áreas, con los de Vietnam y con pretensiones de Brunei, Malasia, Filipinas y Taiwán. Estas instalaciones buscan controlar los pasajes marítimos por donde circulan diariamente mercaderías por miles de millones de dólares.

Para contrarrestar estos mojones altamente tecnificados y militarizados, en los que hasta ahora fue la potencia indiscutida, Estados Unidos defiende una sensible estrategia de seguridad marítima basada en la libertad de navegación y sobrevuelo en las áreas permitidas por el Derecho Internacional y se apoya, básicamente, en conversaciones multilaterales en el marco de la ASEAN, las que hasta ahora no avanzaron significativamente.

En este forcejeo se advierten tres cuestiones centrales para China que pueden generar sendos conflictos.

Pekín no acepta la independencia de Taiwán y no escatimará recursos para impedirla, lo que incluye cualquier tipo de acciones contra cualquier Gobierno de la isla que trate de concretar tal objetivo. Hasta ahora optó por mantener el estatus de demandar el reconocimiento internacional de la unidad de China, con el objeto de llegar a la reunificación pacífica, y a largo plazo, de Taiwán.

Tampoco admite el colapso del Gobierno de Corea de Norte y apoya a Kim Jong-un a pesar del estancamiento del proceso de desnuclearización, porque le preocupa que cientos de miles de refugiados crucen la frontera y pueda producirse de hecho la unificación de una Corea aliada de los Estados Unidos. En una primera etapa, Trump advirtió reiteradamente que podría tratar de resolver el problema por sí mismo, lo que implica una escalada militar muy difícil, debido a que los objetivos están ocultos y protegidos y Kim podría infligir daños muy importantes a Seúl. Tras ello, comenzó un diálogo directo hasta ahora infructuoso.

No titubeará en enfrentar toda acción contra la hegemonía del Partido Comunista Chino y contra el “Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era de Xi” aprobado por su 19º Congreso, que suponga el cambio del régimen autocrático del país en materia de libertades individuales, pues los conceptos chinos de seguridad y su sistema de Gobierno sólo se basan en el crecimiento económico y la estabilidad. Por otro lado, Pekín busca demostrar su nacionalismo y su poder, a través de la proyección pacífica de éste, tratando de impedir que los Estados Unidos limite cualquiera de sus capacidades.

Aunque hasta ahora Washington mantiene una superioridad militar respecto de China (y Rusia), hay indicios de que este equilibrio no se va a mantener por mucho tiempo. Tal perspectiva tendría el efecto de modificar el pensamiento de los estrategas chinos y llevarlos a ser más asertivos en la región y en el mundo. Por el momento, ambas potencias integran una competencia de alta sensibilidad, en la que Estados Unidos trata de impedir, sin llegar a crisis militares o conflictos armados, que se concrete una zona de influencia china.

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