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Paradoja

Hace falta una “visión”: la idea de dónde queremos ir y la redefinición de dónde podemos llegar (y, además, acordarlo)

Carlos Leyba 09 noviembre de 2018

Por Carlos Leyba

Preguntas. La primera, ¿cómo estamos hoy? La segunda, ¿cómo estaremos en 2019? Finalmente, ¿y el futuro?

Comienzo con una aclaración. A lo largo de la vida nos encontramos con “analistas optimistas”. No me refiero a los hombres que están en acción porque ellos están adentro de los problemas. Me refiero a los que analizan. Los optimistas tienen un filtro para ver lo que llamamos el medio vaso lleno. Lo que genera “optimismo”. Pero oblitera el lado malo del vaso que no es sólo que está vacío sino que por estarlo tiene un potencial de vaciamiento.

El optimista firma el conforme y supone que el presente es fértil y lo que está genera “lo bueno”. El fundamento son los datos del presente.

Espera la cosecha de los “brotes verdes”?aunque aparezcan en el asfalto.

El analista pesimista se focaliza en el medio vaso vacío y no le asigna capacidad de generación, de llenado, a los datos positivos del presente: los considera hilos sueltos. Hilos que no forman una trama que pueda sostener algo. El pesimistas ve que hay más para evitar que para cosechar, sobre todo, si el terreno es infértil.

El optimista no puede, no quiere, no se anima a tocar aquello que causa los datos “buenos” y esencialmente es porque no tiene en cuenta, no ve, no considera los daños colaterales. Predica la continuidad sin tener en cuenta el vacío del vaso.

El pesimista procura el cambio, la discontinuidad, la ruptura.

En lugar de considerar que la causa de los datos buenos retiene el líquido del medio vaso lleno, el pesimista entiende que, aquello que causó los “datos buenos” es también la causa del vacío que -como todo vacío? angustia, y nos pone a merced de la “ley de gravedad”. Y dice, piensa, cree haber experimentado que, cuando hay vacío, la caída es probable.

Veamos lo que nos contestan analistas optimistas y pesimistas a las primeras preguntas con las que comenzamos. ¿Cómo estamos hoy? ¿Y en 2019 cómo viene?

Para los optimistas el presente nos dice que nos alejamos del default. Esa es una parte del vaso lleno. Dicen que ante el abismo al default, al que nos llevó la liquidación de reservas para contener la presión cambiaria, entre otros, producto del retorno del carry trade a sus posiciones de partida, el segundo acuerdo con el FMI nos ofrece, lo que parece bastante sólido, la garantía que en 2018 y, si no ocurre una profundización del miedo, también en 2019 no está en el horizonte un escenario de default.

Apuestan los optimistas a que la inflación, después del desastre de los últimos meses, comenzará a bajar y podrá avizorarse en unos meses una reducción notable de la tasa que, aunque importante como rebaja, no obstante mantendrá por un tiempo más a Argentina como una economía de altísima inflación en relación al resto del mundo.

Hasta aquí el optimismo es la consecuencia de la sensación que se han evitado, a futuro, males mayores. En este punto “los optimistas” lo son al amparo de que todo podría ser peor. Imagine la continuidad de la inflación en 5% o 6% mensual y la estampida de quienes imaginarían un default inmediato Difícil una espera peor.

Hay cosas positivas y no simplemente “no negativas” entre los optimistas. La primera es la promesa de cosecha record. En millones de toneladas se trata de muchos millones de dólares genuinos que son un aporte real a la calma de las finanzas externas del país. Es cierto todavía hay que pasar el examen climático. Pero se augura un resultado realmente extraordinario en materia agraria propio del país que produce más kilos de alimento por habitante en el mundo.

A la abundancia agraria, de la que se espera un impacto en la balanza comercial y en la actividad local, aquellos que ven con buenos ojos el futuro le suman un potencial de mejora de los salarios reales, resultado de la esperada reducción de la tasa de inflación y de las negociaciones salariales convenidas a las que la urgencia de las bases sindicales a generado un aumento de suma fija (bono) que tendrá un impacto importante en los niveles más bajos de la escala salarial. Si se realiza en dos tramos y se tiene en cuenta el medio aguinaldo los próximos meses pueden ser unos en los que el consumo, al menos, no se siga derrumbando a la velocidad que lo está haciendo.

Los optimistas apuestan, por lo dicho, al impulso agrario y exportador y al impulso de salario real (que evite una caída abrupta en los próximos meses) que ayude a que el consumo no siga derrapando.

Y si esas cosas ocurren, los optimistas imaginan, que la economía no se seguirá deteriorando y bien podrá ocurrir que 2019 termine con una economía con una tasa de crecimiento, mínima, pero que se note. Un escenario, al final del período macrista, de recuperación de la economía y de salida de la recesión, con un tipo de cambio estabilizado como lo señala la caída del último mes. La buena noticia disparada del optimismo es la del “dólar bajando”.

Los optimistas dicen estar viendo en el horizonte que “lo peor ya pasó” y que está comenzando el éxito: dólar calmo, inflación en baja, reactivación de la economía y finalmente el tan esperado “golpe de confianza”.

Ese golpe de confianza se conecta con la política y la situación social.

A pesar de las preocupaciones ya manifestadas por el equipo Pro de la provincia de Buenos Aires, que son los que están en el terreno, los “optimistas” entienden que la política de asistencia social es suficientemente profunda, en el sentido de la capacidad de llegada debida a la red de los agentes distribuidores, y razonablemente adecuada como para que el peso de “la cuestión social” no se convierta en un escenario conflictivo que pueda nublar la anterior mirada al horizonte. Hasta el Acuerdo con el FMI, dicen, garantiza los recursos para enfrentar esos problemas.

En segundo lugar, los optimistas, siguiendo un criterio de coherencia, imaginan la inviabilidad de una candidatura sólida de arrastre peronista, con llegada a los sectores medios, mientras se consolida la candidatura excluyente de Cristina Fernández que, según las encuestas que leen, no llega en primera vuelta y en la segunda no tiene manera de ganar.

En esas condiciones la economía habrá de constatar que lo peor ya pasó, que lo social no dispara una crisis y que la política anuncia el triunfo de Mauricio Macri por default de oposición con potencia ganadora.

En esas condiciones a “la confianza”, los optimistas, la ven surgir en el último tramo de 2019.

En síntesis tienen que aventarse los riesgos económicos y amanecer el crecimiento con beneficiarios populares y desarticularse cualquier propuesta opositora capaz de ganar en segunda vuelta.

“Nada es verdad ni es mentira/ todo es según el color/del cristal con que se mira”, se dice.

El cristal de los pesimistas brinda otra mirada.

Primero, los agobia el peso de la experiencia y por eso señalan que los instrumentos monetarios (restricción y tasas de interés homéricas) han generado y están generando grandes problemas en el presente (recesión con caída generalizada de la industria y derrumbes del 11%) que configuran (ya lo han vivido) una bomba de tiempo. El tic tac es publico y notorio. La medida es el tamaño de la deuda generada por esos instrumentos de absorción.

El riesgo es el retorno masivo de las posiciones colocadas en pesos a la compra de dólares. La la dolarización preventiva. La fuga, una práctica permitida y habitual, es el ruido de cadenas del retorno del fantasma del default. Toda la estrategia madre de los optimistas, en última instancia, depende de que no se produzca, por cálculo, por precaución, por hábito, un proceso de dolarización que pondría en jaque el primer pilar de la posición optimista que es “no hay riesgo de default”.

Pero además, como ya lo hemos experimentado reiteradamente, los procesos de fuga tienen una tendencia recesiva y amenazan el desplome de la actividad productiva urbana. En esas condiciones, si se dieran como imaginan los pesimistas, se pondría en duda la capacidad de derrame urbano de la cosecha. Sobre este derrame, la visión pesimista, entiende que el actual proceso agrario no es uno de alta rentabilidad habida cuenta del impacto de la devaluación en los costos rurales y bajas rentabilidades declinan el derrame urbano de la producción rural. Baja lo que reportarían rentabilidades suficientemente contundentes que se traducen en impactos de demanda en el sistema.

Claramente los pesimistas no entrevén un proceso de confianza derivado de la economía y como no identifican la existencia de una tendencia de recuperación perciben inquietud social que agiganta la desconfianza. La desconfianza es fundamento de la fuga. ¿Y la política en los pesimistas?

En lo político los diagnósticos se aproximan. Es difícil imaginar, con los datos del presente, una articulación de la oposición al oficialismo capaz de sumar la mayor parte del peronismo y es difícil, al menos por ahora, imaginar a Cristina Kirchner renunciando a su candidatura. Y todo parece indicar que Cristina es la oposición con más votos, parte de una segunda vuelta en la que muy difícilmente pueda ganar. Con realismo, los pesimistas, imaginan que ese panorama electoral no es una fuente de confianza.

Los pesimistas, dejando de lado los pronósticos políticos, reclaman un cambio de método y la incorporación de más objetivos y más herramientas. El cambio de método pasa por la construcción de consensos que desde el llano no se están tratando de construir y que desde el poder no gozan del más mínimo respeto. Este es un gran fundamento del pesimismo del presente.

¿Y el futuro? Existe un gran consenso entre optimistas y pesimistas: el futuro no está pensado, no está acordado, no está soñado.

Hace falta una “visión”. La idea de dónde queremos ir y la redefinición de dónde podemos llegar. Y además acordarlo. Acordarlo con una suficiente masa crítica de la política para garantizar continuidad.

El problema es que los optimistas lo consideran imposible y tal vez innecesario.

Los pesimistas creen en ello. La fuerza de la creencia.

La paradoja es que los pesimistas del presente mutan en optimistas del futuro y viceversa. Ahí estamos.

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