El Economista - 70 años
Versión digital

jue 28 Mar

BUE 21°C

No te vimos venir, Jair

Reflexiones tras la victoria de Bolsonaro en el balotaje de Brasil

05 noviembre de 2018

Por Daniel Montoya Analista y consultor político @DanielMontoya_

Titularía en primera persona pero me resulta imposible no sumar, al menos, a la diputada paulista Janaina Paschoal al reducido grupo de los que no le dábamos crédito electoral al flamante presidente Jair Bolsonaro. Por supuesto, para ella el castigo de no ser la vicepresidenta electa, supera con creces el error de pronóstico de un analista político que, en el extremo, no pasa de sufrir el bardeo de algunos colegas que, con el diario del lunes, parecería que le prestaban atención a este capitán del ejército desde los tiempos de Cemento. En tal sentido, la diputada que desestimó en su oportunidad la oferta de Bolsonaro, tampoco tiene por qué sentirse mortificada, ya que se suma al selecto club integrado por dirigentes como Ernesto Sanz, que desechó en 2015 la posibilidad de acompañar a Mauricio Macri en la fórmula presidencial, basado en un cálculo, nada descabellado, que le adjudicaba mayores chances presidenciales a Daniel Scioli y, a continuación, un sillón seguro en la futura Corte Suprema de Justicia.

El tiro por la culata. La serie de largo plazo de Datafolha muestra con claridad el efecto que tuvo el proceso de destitución de Dilma sobre la competitividad del principal espacio político de centroderecha de Brasil que promovió esa iniciativa, el PSDB. A la fecha del impeachment, mediados de 2016, su principal referente (Geraldo Alckmin) rondaba una intención de voto que, aún en baja, se ubicaba casi 5% por encima de aquella de Bolsonaro. Sin embargo, en pocos meses tal cuadro se invertiría. A fines de 2017, la brecha a favor del hoy extrañamente bautizado outsider, alcanzaría 10%, sin parar de ampliarse a partir de ese momento. En ese aspecto, muchos analistas subestimamos el suicidio político del PSDB que significó el impeachment de Dilma.

Dique de contención. Brasil es un país con grandes referencias culturales ampliamente conocidas en el ámbito internacional, sea en el terreno de la música, el arte, el cine, la literatura, la arquitectura. Vinicius, Tom

Jobim, Baden Powell, Cãndido Portinari, Di Cavalcanti, Pereira dos Santos, Fernando Meirelles, Jorge Amado, Rachel de Queiroz, Oscar Niemeyer, Mendes da Rocha, entre tantos otros. En tal sentido, el profundo grado de identificación con esos íconos culturales, nos hizo sobreestimar el poder de la cultura como dique de contención de discursos políticos extremos, con fuerte tinte moralista y aristas de violencia como los expuestos por Bolsonaro durante la campaña. En tal aspecto, vale recordar, una vez más, que cultura y política van por carril separado en muchas ocasiones y con una relación ambigua entre ambas.

Fatiga del material. Felipe González decía que, en un cierto momento, el electorado se cansa de verte la cara. Si bien no está claro a que altura de la velada ocurre el fenómeno, podría aventurarse que la década es el patrón de medida. Los que tuvimos la oportunidad de presenciar la fallida final del Mundial 2014, llevamos en nuestros oídos el atronador silbido que enfrentó Dilma en el Maracaná como anfitriona de su par alemana Angela Merkel. Nota al margen, resulta interesante preguntarse cuál hubiera sido la reacción de la masiva tribuna argentina respecto a una Cristina que prefirió no correr riesgos y esperar el resultado de la final en Buenos Aires. No obstante, Dilma reeligió a los pocos meses de aquel evento deportivo, aunque en un balotaje muy cerrado, casi 10% por debajo de aquel 60% logrado por Lula en 2002 y 2006. Maracaná, Río de Janeiro. Agrégale hoy Minas Gerais. En cualquier caso, está claro que subestimamos la visible fatiga del material de los que no vimos venir a Bolsonaro.

Baño de sangre. Soy de los analistas políticos refractarios a asignarle importancia a la inseguridad como factor gravitante en el terreno electoral. Sin ir más lejos, en Argentina la inseguridad estuvo durante muchos años al tope de las encuestas, sin que ello signifique que un comisario, un general o un líder político con discurso de mano de dura, logre imponerse en las urnas. Más aún, en algunos estados de Brasil, Río de Janeiro en particular, no hay evidencia de índices de criminalidad que fluctúen muy por encima de los valores vigentes durante las dos últimas décadas, como sí ocurrió en algunos estados del nordeste como Río Grande do Norte, Bahía o Pernambuco. En tal sentido, si la inseguridad metió la cola en el terreno político y electoral, lo hizo más por la recesión económica y la ruptura del sistema político que por la inseguridad en sí misma.

El voto útil. No había encuesta que no atestiguara un debilitamiento de las referencias políticas de la centroderecha, caso Alckmin o Marina Silva. Sin embargo, ninguna de ellas preveía una gravitación combinada inferior a 10%, lo cual impediría que Bolsonaro sacara en primera vuelta una diferencia tan decisiva como la que obtuvo respecto de Fernando Haddad y lo dejara al borde de un histórico triunfo en primer turno como el que obtuvo Fernando H. Cardoso en 1998. En ese aspecto, muchos analistas subestimamos la gravitación del voto útil, es decir, la decisión del elector de jugar a ganador y no desperdiciar su voto en una opción con pocas posibilidades de ganar. Vale en tal sentido una gran advertencia respecto a las encuestas que miden la performance de varias opciones políticas en presencia de dos polos con factibilidad cierta.

Lula o el antisistema. A principios de setiembre, o sea, a 45 días de la primera vuelta, Lula duplicaba en intención de voto a Bolsonaro: 40% a 20%, según Datafolha. Semejante escenario nos hizo subestimar el hecho de que, en ausencia de Lula, esa identificación tan fuerte podía diluirse frente a una opción igualmente definida que dejara a la primera en un pie de debilidad. En tal sentido, queda claro que la política opera dentro de un marco de decisión como el que alcanza a los pasajeros de un avión cuando les preguntan “¿pasta o pollo?”. No hay una gama de elecciones, es una u otra. Sin Lula en la cancha, la opción alternativa era Bolsonaro. Puede sonar ridículo, pero tiene total sentido político.

El fondo del tarro. Sin perjuicio de lo ocurrido en la reciente elección, no es conveniente sacar conclusiones apresuradas con relación a la presencia de los militares en la política brasileña. En particular, hay que decir que el general Hamilton Mourão hoy es vicepresidente de Brasil porque Bolsonaro tuvo que “rascar el fondo del tarro”, Alberto Almeida dixit, para conseguir alguien que lo acompañara en su aventura electoral. En tal sentido, si Bolsonaro fuera plomero, seguramente su compañero de fórmula sería plomero, porque es lo más lógico que, en ausencia de interesados, el candidato recurra a sus viejos compañeros de ruta. Quien espere más profundización en esta línea, se podría llevar otra gran sorpresa como las que nos llevamos Janaina Paschoal y yo. Ahora hay que esperar más movimientos. Wait & See.

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés