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Los evitables moretones de un Gobierno sin brújula

Exportar no es un ejercicio subordinado al voluntarismo político sino una actividad con reglas

16 octubre de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

El pasado 11 de octubre comenzó otro incierto proceso. Aunque el Gobierno habilitó el amplio escenario del Centro Cultural Kirchner (CCK) con el objetivo de explicar, a los referentes de la sociedad civil, su futura estrategia de exportación con acento en las pymes, ninguno de los cuatro oradores (la diputada Elisa Carrió; el canciller Jorge Marcelo Faurie; el ministro de Producción y Trabajo, Dante Sica o el presidente Mauricio Macri), asoció su palabra con la noción de brindar un metódico y orientador perfil de las nuevas ideas.

Siquiera hubo un reconocible esfuerzo por aclarar el motivo que indujo a efectuar esta ceremonia antes de contar con la relevante munición informativa, cuyo punto de cocción está previsto para dentro de algunas semanas. En el barrio se solía afirmar que “algo es algo”, lo que, a esta altura, y a punto de finalizar el tercero de los cuatro años de gestión, no es un indicio de razonabilidad ni de adecuada prioridad política.

La exportación es un asunto de Estado que no puede dirigirse con prácticas domésticas o con la levedad que sirviera para forjar los distintos capítulos de la ya voluminosa antología oficial del ensayo y error. Es una actividad en la cual tener válida y aplicable experiencia profesional es un requisito, no una opción voluntaria. También es un terreno donde el propio gobierno, y los actores de la sociedad civil, deben olvidar el “masomenómetro” argentino si realmente desean ganar y preservar mercados extranjeros.

El evento en el CCK no logró conciliar las alocuciones con las expectativas de los asistentes. Prevalecieron las abultadas menciones a la política interna, a los servicios preexistentes al exportador que se imaginan bien prestados y generalidades sobre el papel del Estado en la actividad económica. El único paréntesis que encendió una lucecita de buen criterio surgió de la presentación del didáctico Power Point que agrupó la presentación de hechos conocidos (y el anuncio de mesas negociadoras y otros datos que caben en la categoría de lugares comunes), los que no siempre se basan en escenarios

bien entendidos por sus autores o por los habituales usuarios (los que tienden a desconocer la esencialidad de dominar las reglas no escritas de cada mercado internacional, una sabiduría que carece de validez cuando se origina en burdos cruces estadísticos despojados de la inteligencia in situ y de una descripción de los estímulos y costumbres que mueven las decisiones de cada demanda nacional, regional, sectorial o individual de los operadores).

Los encumbrados expositores no intentaron aclarar por qué el conjunto mecanismos de asistencia al exportador hoy funciona mal debido al estrafalario organigrama armado desde el vamos por el propio Gobierno (lo que hace pocos días originó un payasesco debate virtual en la Cancillería, que hizo evocar a Jorge L. Borges cuando aludía a “dos calvos peleando por un peine”), no aludieron al futuro de la competitividad como política de fondo y autocontenida. Si se modificará su condición de subproducto y hasta erróneo saldo de los distintos reflejos antiinflacionarios que se probaron desde fines de 2015 a la fecha. El plano subalterno que se asigna a la competitividad, es una rémora siempre enganchada a casi todos los planes de estabilización, como el Plan de Convertibilidad, La Tablita, la inflación cero y otros que cayeron de punta sobre la encallecida población del país. Al respecto hay algo curioso: dado que son pocos los países irresponsables con alta inflación, es posible determinar si ¿todos los países con estabilidad económica lograron transformar esa estabilidad en próspero crecimiento o la competitividad es un accesorio que se cobra y paga por separado, como los complementos de un auto o una moto? Sería importante pensar la respuesta antes de elevar el dedito al cielo.

Exportar es un gran esfuerzo cotidiano que exige años de trabajo y éste se destruye en segundos si uno deviene en proveedor no confiable o poco atractivo en función de la constante alteración de los precios expresados en dólares.

En el acto del CCK también se enfatizó mucho el papel de las pymes en las exportaciones, haciendo honor a la Leyes de Murphy. Aquella que dice que “todo es posible cuando usted no sabe de qué está hablando”. Exportar no es un ejercicio subordinado al voluntarismo político, sino una actividad con reglas propias y conocidas. No triunfa “el que se quiere salvar”, sino el que está dispuesto a invertir mucho tiempo, dinero, esfuerzo e ingenio para conquistar en forma estable determinado mercado. Las reglas normales de este juego casi siempre las fija el comprador, no un vendedor desesperado. Los países sedientos de divisas sólo deben dominar y emplear el entendimiento común llamado conocimiento.

La Historia Argentina demuestra que el precio político del tipo de cambio como anclaje de la economía (el amado billete verde), siempre fue una solemne burrada que mata la competitividad e hizo y hace tronar a ministros y gobiernos de todo pelaje (ver mi columna “Una Nueva Versión de la Plata Dulce”, suplemento iEco del 2/1/2011) y mis presentaciones en diversos foros (USAL, UB, BID y otros relevantes para este debate).

Federico Sturzenegger o Luis “Toto” Caputo, émulos de Rolf Lüders, el Chicago Boy (que hoy tiene 85 abriles) eyectado por el General Augusto Pinochet antes de que su Gobierno pudiera lanzar con éxito el verdadero y conocido “milagro económico” basado en apertura económica con promoción de exportaciones, pueden comparar notas con estas afirmaciones. Ninguno de los nombrados pareció entender seriamente el papel de los ingresos no retornables (la exportación o la sustitución de importaciones), como para hacerlos parámetros de los respectivos programas monetarios y fiscales. No es que sabían mucho, sino que denotaron saber demasiado poco.

Una parte de los apremios que ejercen presión sobre este debate, surge de los cálculos que hacen tóxico el clima de decisión, como la estimación del FMI, que lleva el PIB argentino de US$ 638.000 millones en 2017 a unos US$ 475.000 millones en 2018, un número en el que incide la sequía agropecuaria, los valores matemáticos que aporta la brutal devaluación del peso, el generalizado estancamiento que se produjo en los negocios por falta de competitividad y la previsible baja del precio que afecta al yuyito (la soja). El único punto que cabe recordar de todo ello, es el aumento del costo en pesos de nuestra deuda en dólares, contraída para financiar subsidios sociales en lugar de financiar fuentes de trabajo.

El Gobierno hizo muy mal en ningunear las opiniones de la gente que entiende estos temas en lugar de reservar su oído para lo que dicen sus consejeros habituales de dentro y fuera de la estructura. Le habría ahorrado mucho tiempo y disgustos tomar como punto de partida la estrategia que presentó hace un trienio la Cámara de Exportadores (CERA), o especialistas de la talla de Raúl Ochoa, quienes lanzaron sendas propuestas terrestres de Estrategia Nacional Exportadora y entienden estos asuntos en forma integral. Sus propuestas escritas están signadas por la angelical suposición de que promover la llegada de divisas no retornables, como exportar bienes y servicios, es una actividad de prioritario interés nacional.

No es el tema de la presente columna terciar en las conductas que llevan al Presidente a hacer lo que en el pasado, y ante crisis similares, resolvían muy bien (cualquiera sea mi acuerdo o fundamental desacuerdo con cada uno de sus enfoques), ministros de Economía como Adalbert Krieger Vasena, Domingo Cavallo o Roberto Lavagna (y sus respectivos colaboradores) por sólo citar tres referentes de una larga nómina, cuyas ideas tuve la oportunidad de conocer con cierto detalle. No incluyo en la opción a Axel Kiciloff porque él no se dedicó a resolver los problemas externos, sino a demostrar la impericia terminal de integrar el piquete de funcionarios que concibió y concretó el default. Hoy no veo a un “dream team” sino a un “dreary team” (consultar el diccionario). El Jefe de la Casa Rosada no sabe el daño que hace a su confiabilidad esta innecesaria y permanente exposición de la figura presidencial en asuntos que, por definición, tendrían que ser responsabilidad de su gabinete y del Banco Central.

La semana que viene me propongo evaluar ciertos errores de política exterior que hicieron borrar a Argentina de las cocinas relevantes de la comunidad económica internacional.

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