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Igor y el Frankenplan

El plan doble 0% es un compendio de los peores programas económicos de las últimas décadas

07 octubre de 2018

Por Jorge Bertolino Economista

Ya habrá tiempo para la aridez del análisis macroeconómico. Primero, un poco de fantasía, para justificar el título de esta nota.

Si este fuera un guión escrito por Mary Shelley, podría comenzar de la siguiente manera.

Lugar. Cementerio de los planes económicos.

Sector. Políticas Económicas de Argentina muertas y enterradas en las décadas de 1970, 1980 y 1990.

Acción. Amparados en la oscuridad de la noche, los audaces funcionarios fueron desenterrando uno a uno los planes económicos de Martínez de Hoz, el Plan Primavera del Gobierno de Alfonsín, la convertibilidad de Menem-Cavallo y algunos otros planes menores de sectores vecinos.

La idea original era elegir los mejores trozos de cada plan. Los mejor conservados. Aquellos que resistieron el paso del tiempo y de los cuales, la historia económica y la evidencia empírica daban cuenta de su validez y solvencia para resolver los graves problemas económicos de Argentina actual. El objetivo era ensamblar un nuevo plan económico para brindar certidumbre cambiaria, detener la corrida y llegar a las próximas elecciones con el tipo de cambio real en suave declinación, con las tasas de interés descendiendo rápidamente y con un ambiente macroeconómico promisorio, basado en el crecimiento del consumo, la producción y los salarios.

Una vez en el laboratorio, la torpeza de Igor, el fiel pero algo lento colaborador del encargado del proyecto, hizo que los cuerpos se mezclaran indebidamente. En su afán de evitar las consecuencias de su descuidada acción, tomó al azar trozos de cada uno de los planes, a fin de evitar el castigo, ya que no tenía manera de elegir con certeza los mejores elementos, como rezaba el encargo del Gobierno.

El engendro resultante fue un conjunto de medidas que conjugaban lo peor de los planes elegidos.

La cuenta de regulación monetaria (CRM) y la tablita cambiaria de Martínez de Hoz.

La fuerte restricción monetaria y las elevadas tasas de interés del Plan Primavera.

El crawling band, que fuera aplicado en forma poco exitosa en Costa Rica. Su fracaso hizo que no se utilizara nunca en ningún otro lugar del planeta.

La convertibilidad de los '90, pero solamente para la banda cambiaria inferior.

La flotación sucia de F. Sturzenegger y L. Caputo para la banda cambiaria superior, disminuida por el risible stock de intervención diario de U$S 150 millones. Una gota en el desierto. Manera piadosa de ocultar la flotación limpia que maximiza el cobro del impuesto inflacionario.

Un poco de historia

Un extenso e invalorable trabajo de nuestro colega y amigo Héctor Rubini (2010), que puede consultarse online, evalúa la experiencia argentina entre 1977 y 1989 con el uso de encajes fraccionarios remunerados por el BCRA como instrumento de control monetario. La evidencia histórica analizada revela que dicha experiencia no ha sido nada exitosa. Citamos algunos párrafos elegidos cuidadosamente para ilustrar lo ocurrido y la extraordinaria similitud con la situación actual.

A efectos monetarios, no hay diferencia entre remunerar encajes y la alternativa de forzar a las entidades a constituirlos en títulos de deuda pública. Ambas han sido aplicadas en Argentina entre 1977 y 1989, y terminaron reduciendo sustancialmente la capacidad del BCRA de controlar la oferta monetaria.

Inicialmente esta modalidad nació bajo la forma de un mecanismo contable (la CRM), vigente entre 1977 y 1985. Luego, entre 1986 y fin de 1989 se instrumentó bajo la forma de encajes remunerados y de su variante equivalente (la integración de los encajes en deuda pública) cuya remuneración debía pagarse con emisión monetaria.

La remuneración de encajes reduce la efectividad del control de los agregados monetarios por parte de la autoridad monetaria. Si se acelera la inflación, se torna más dificultoso controlar la oferta monetaria, especialmente si se generaliza y acelera la huida a moneda extranjera como reserva de valor.

Las altas tasas de interés incrementaron significativamente el endeudamiento de las empresas y la falta de solvencia del sistema financiero. En julio de 1982, asumió, como Presidente del BCRA, Domingo Cavallo. En los 52 días de su gestión, instrumentó un mecanismo de refinanciación de pasivos de empresas endeudadas, para evitar la caída de entidades financieras. En su gestión, el BCRA adquirió los préstamos irregulares de las entidades, en un contexto de alta inflación y resultado cuasi fiscal negativo, por el saldo negativo de la CRM y por las intervenciones del BCRA en el mercado cambiario.

En el primer año del Gobierno de Raúl Alfonsín, la mitad de la expansión de la base monetaria se explicaba por el saldo negativo de la CRM.

En 1988, Miguel A. Broda y R. Santángelo decían lo siguiente: “En este tipo de programas de estabilización el impacto del déficit de las operaciones del BCRA adquiere un carácter endógeno y explosivo”.

La demanda de dinero disminuye continuamente, espiralizando la inflación. La híper sobreviene cuando ésta demanda hace piso en el monto estrictamente necesario para financiar las transacciones económicas del día a día.

En abril de 1988, el Gobierno incurrió en la moratoria unilateral de los pagos de intereses de la deuda con los bancos acreedores.

Sobrevino, entonces, el Plan Primavera cuyo pilar ortodoxo consistía en inducir una suba de las tasas de interés, para enfriar la demanda agregada y, supuestamente, las expectativas de devaluación.

La inestabilidad de la demanda de moneda local, y la falta de control de los agregados monetarios, respondía a la pérdida de credibilidad en las autoridades. La falta de disciplina fiscal dio lugar a una creciente emisión de títulos de deuda interna, fenómeno llamado “festival de bonos” por el entonces Secretario de Industria, Roberto Lavagna, que abandonó el equipo económico en septiembre de 1988.

En 1989, el creciente stock de la deuda interna alcanzaba, según estimaciones privadas, el 10% del PIB. Un tercio de la misma eran títulos públicos, pero el resto era déficit cuasi fiscal devengado por remuneración de encajes. La pérdida de credibilidad ante el desequilibrio fiscal y la persistente acumulación de deuda interna seguía incentivando corridas hacia el dólar, las cuales generaron cierta alarma en noviembre de 1988.

Finalmente, en diciembre de 1989, sobrevino el Plan Bonex, que consistió en el canje compulsivo de los depósitos a plazo fijo por títulos públicos en dólares. Estos títulos recibidos por los ahorristas eran adquiridos por los bancos a menos del 20% de su valor nominal de modo que los depositantes sufrieron una pérdida de liquidez con deterioros patrimoniales de hasta el 80% en el corto plazo.

En definitiva, el costo de la eliminación del sistema de encajes remunerados lo pagaron los ahorristas y, en menor medida, las entidades financieras. Parte de esa pérdida significó una transferencia al Estado, que sirvió para postergar un ajuste fiscal en serio.

Ahora, un poco de teoría

Pese a la aparente solidez teórica de la idea de que siempre es posible encontrar una tasa de interés lo suficientemente alta como para desalentar las presiones inflacionarias, la evidencia empírica indica que este esquema lleva en su interior la semilla de su propio fracaso. En países como el nuestro, con una economía bimonetaria, de escasa importancia relativa en la esfera mundial, con agentes tomadores de precio en vastos sectores de la economía (los denominados transables), con una historia inflacionaria prolongada, con bajos índices de monetización y con mercados de capitales poco profundos, las excesivas tasas de interés provocan rápidamente efectos recesivos y la caída de la actividad disminuye la recaudación fiscal, incentivando una mayor emisión monetaria que realimenta el proceso inflacionario.

Durante las décadas del '70 y '80, los instrumentos monetarios con que tradicionalmente se ha atacado el problema inflacionario en toda América Latina han sido bajar artificialmente la tasa de incremento de la oferta monetaria y/o aumentar las tasas de interés.

Sin embargo, su utilización no ha sido efectiva. En el corto plazo, su respuesta suele ser insatisfactoria, sobre todo en países con una larga historia de inconducta fiscal como el nuestro. Esto se debe principalmente al carácter bimonetario de la economía, que citáramos anteriormente y a su falta de flexibilidad para responder a estos estímulos, debido a la memoria inflacionaria y la indexación de los contratos, que provocan lo que los economistas llamamos inercia inflacionaria. A mayor inercia, mayor deberá ser el remedio monetario para abatir la inflación y mayor el costo en términos de actividad y empleo. La imposibilidad de sostener políticamente esta utopía del ajuste permanente conduce a crisis que renuevan e incrementan el impulso inflacionario.

El reiterado fracaso de estas políticas dio lugar a la aparición de una opción superadora: la política de metas de inflación. Surge como consecuencia del fracaso de las anclas nominales mencionadas anteriormente y se aplica con resultados satisfactorios desde 1990. Fue Nueva Zelanda el primer país que lo implementó. Le siguieron Canadá y el Reino Unido. Actualmente varias decenas de países lo utilizan, algunos explícitamente y otros siguiendo sólo algunos de sus principios rectores.

En nuestro país fue utilizado incorrectamente y a destiempo, contrariando las recomendaciones de la amplia bibliografía existente en la materia. Pero el factor que queremos destacar aquí es el abandono de las anteriores políticas que la aparición de este esquema supuso. Utilizar nuevamente estas peligrosísimas herramientas constituye un caso de mala praxis que solo Igor, con su torpeza, puede permitirse.

Y, para finalizar, una trivia

En honor a la divinidad de las encrucijadas de la mitología griega, proponemos el tríptico adivinatorio siguiente

¿Cuál de las frases de Albert Einstein, que se exponen a continuación, describe mejor la situación de la economía argentina actual a la luz de la evidencia histórica de las últimas décadas?

Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.

Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo, y no estoy seguro de lo segundo.

Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados.

Su respuesta es sencilla. Hasta Igor pudo responder correctamente.

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