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El trasfondo político del asesinato de un periodista

El asesinato del periodista Jamal Khashoggi está lejos de entrar en la categoría caso cerrado

Atilio Molteni 24 octubre de 2018

Por Atilio Molteni Embajador

Con la declaración que acaba de efectuar Recyp Erdogan, el presidente de Turquía, así como las reacciones de Alemania, que acaba de suspender la venta de armas a Arabia Saudita, está claro que el tema del asesinato del periodista del Washington Post de origen saudita Jamal Khashoggi está lejos de entrar en la categoría caso cerrado.

Como se sabe, el 2 de octubre el interés mundial se posó sobre la desaparición del referido columnista, quien después de ingresar al Consulado General de su país en Estambul, al que concurriera para realizar un trámite referido a su próximo matrimonio, desapareció sospechosamente. A las pocas horas, funcionarios turcos hicieron trascender que había indicios de que este peculiar miembro del Washington Post había sido torturado y asesinado por un grupo de individuos llegados desde Riad, quienes estaban sindicados por sus conocidos vínculos con la Casa Real de ese país, algunos de ellos con acceso directo al príncipe heredero Mohammed bin Salman, también conocido como MBS. Obviamente, el Gobierno de Arabia Saudita le tendió una trampa al periodista y nada de lo que ocurrió, según se supo después, fue accidental.

Especulaciones de supuesta confiabilidad permiten armar algo parecido a un cuadro de situación. No es un secreto que la mayor parte de los trascendidos que absorbieron la prensa y los servicios de inteligencia se alinean con la idea de que el presidente Recyp Erdogan siguió en detalle este asunto y en ningún momento ocultó su interés por poner límites a la influencia regional de Arabia Saudita, con el obvio propósito de consolidar el papel rector de Turquía en esta área dentro de los ententes con los Estados Unidos. Quizás no calculó la dimensión de lo que estaba sucediendo, ni el hecho de que el mundo tomaba conciencia, en forma directa, de que había un crimen político agraviante e intolerable, susceptible de generar una grave crisis internacional. Por espacio de dos semanas las autoridades sauditas negaron lo sucedido y pusieron distancia de los hechos. Ello no impidió que, a pesar de los constantes y torpes esfuerzos del presidente Donald Trump por hacer control de daño y esperar el resultado de las investigaciones, las relaciones de Arabia Saudita con los Estados Unidos se fueran deteriorando sin remedio, lo que demostró la futilidad de que Riad accediera a los mercados financieros internacionales para frenar el derrumbe de sus intereses, ya que la falta de confiabilidad saudita menoscabó el enfoque geopolítico que exhibe en el Medio Oriente.

Khashoggi aquilató una larga trayectoria como periodista desde los años 80 y estuvo ligado a acontecimientos históricos de su país, como el apoyo saudita a los mujahedeen de Afganistán. En varias ocasiones trabajó para el gobierno de su país, en especial para figuras centrales de la Corona y representó a varios medios de prensa. En su juventud parece haber tenido contacto con los Hermanos Musulmanes y con Osama Bin Laden, pero al lanzarse éste último al jihadismo sus caminos se bifurcaron. Fue un gran entusiasta de las posibilidades de democratización de la Primavera Arabe en 2011 y de la necesidad de lograr una prensa regional independiente y cultora de la libertad de expresión. En 2017, al consolidarse las tendencias internas represivas motorizadas por el príncipe heredero de su país, optó por autoexiliarse en los Estados Unidos, donde escribía en la sección de intereses globales del diario The Washington Post, desde una posición disidente o antagónica hacia el actual poder saudita.

A partir de 2015, fecha en que llegó al trono el rey Salman en Arabia Saudita, quien realizó nombramientos y cambios sustanciales en la estructura del gobierno, modificando las responsabilidades y la organización del poder de la nueva generación de la familia Al Saud, nietos del fundador del reino, Khassoghi mantuvo distancia prudencial con los acontecimientos. Por entonces, el hijo del Rey Salman, el príncipe heredero Mohamed bin Salman (33), se convirtió en la figura central del país. Además, al controlar éste las fuerzas de seguridad dejó a un lado a rivales potenciales y arrestó a figuras prominentes acusándolas de corrupción, mientras comenzaba a realizar cambios sociales y económicos importantes. En el pasado los sauditas siempre se caracterizaron por desarrollar acciones sumamente conservadoras, buscando el consenso de las distintas facciones de la familia real, de los hombres de negocio y de las figuras religiosas conservadoras. En cambio, el actual príncipe heredero comenzó a desarrollar una acción más asertiva y centralizada, creando serios interrogantes sobre el futuro del país.

El reinado de Salman implicó el comienzo de una nueva fase en la política exterior de Arabia Saudita, en la que MBS tuvo especial participación al profundizar el acercamiento a Washington tras la salida de Barack Obama y crear un antagonismo extremo con Irán, lanzar una intervención militar muy controvertida en Yemen y endurecer sin miramientos la relación con Catar sin atender a las complejas circunstancias internacionales. Además, esta nueva monarquía autocrática debió hacerse cargo de problemas internos muy significativos, pues debió domar la crisis del bajo precio relativo del petróleo, el factor que provee el 75% de los ingresos fiscales y el 90% de sus divisas de exportación, de modo que sus gobernantes tuvieron que adaptarse a la idea de pilotear un futuro menos próspero y estratégico, lo que implicó la necesidad de buscar otra clase de inversiones y modificar la estructura económica del reino.

Huelga recordar que Estados Unidos y Arabia Saudita tienen una larga relación estratégica. Prueba de ello es que el presidente Trump fue excepcionalmente recibido al desarrollar su primer viaje al exterior en mayo de 2017, ya que éste había decidido volcar sus esfuerzos a crear una posición virulentamente antagónica con Irán y nunca demostró interés en los temas referidos a la democracia y los derechos humanos. En virtud de esas percepciones, la Casa Blanca coincidió sin esfuerzo con los puntos de vista regionales sauditas al denunciar el Acuerdo Nuclear con Teherán y colocar al país como una pieza central de la política de Washington en Medio Oriente, borrando la apuesta de Obama, quien apostara a un equilibrio regional entre los dos países del área. Los Estados Unidos dependen mucho de la capacidad Saudita de mantener los precios del petróleo, en especial tras imponer nuevas sanciones a Irán, al tiempo que Riad sigue siendo un magnífico cliente para los armamentos estadounidenses, un fuerte colaborador en la búsqueda de avances pacíficos entre Israel y los palestinos y una fuerza inusualmente valiosa para domesticar la solución de otros conflictos regionales. Pero ello le supone brindar a Riad demanda una fuerte cooperación militar y financiera.

La posición del presidente Trump con relación a lo ocurrido con Khashoggi fue evolucionando muy gradualmente, ya que tras sostener la hipótesis de una operación clandestina reconoció, primero, que estaba muerto; derivó su confianza en los informes de inteligencia que desde el vamos fueron sugiriendo una importante participación saudita en el incidente y afirmó que los responsables podrían enfrentar graves consecuencias. Este lento destape resultó influido por sus propias conversaciones con los líderes sauditas y por la gestión que desarrolló en Riad el Secretario de Estado, Mike Pompeo. Trump no pudo amortiguar las numerosas críticas del Congreso a la pasividad norteamericana, ni la sugerencia de aplicar sanciones, ya que el activismo desarrollado por el Washington Post y otros órganos de prensa estadounidenses, así como la proximidad de las elecciones legislativas, lo fueron poniendo contra la pared. Los sauditas anticiparon que cualquier acción en contra del Reino sería respondida con un despliegue mayor (cualquiera sea el significado de semejante dislate), lo que evoca la idea de que estaban listos para utilizar el “arma petrolera” en un momento de seria crisis.

Sin embargo, el 19 de octubre las sauditas debieron rendirse ante los hechos. Por fin salieron a decir que Jamal Khashoggi había muerto durante una lucha en su consulado de Estambul, que como resultado de una investigación se había arrestado a 18 personas y se había despedido, entre otros, al subdirector de Inteligencia saudita, General al-Assiri, muy cercano al príncipe heredero.

Ese desarrollo difícilmente exonere a MBS de la responsabilidad que le adjudica la comunidad internacional, dado el absoluto control que ejerció en cada uno de los acontecimientos. Para Trump fue un primer paso positivo condicionado por ocultamientos y mentiras. Esta es una situación en la que los valores éticos y sociales parecen arrinconar la tendencial preferencia a conseguir favorables resultados económicos.

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