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Días de odio

Alentar el odio, aunque sea rendidor electoralmente, es un camino suicida

Carlos Leyba 26 octubre de 2018

Por Carlos Leyba

“Días de odio” es una película de Leopoldo Torre Nilson (1954) basada en un cuento de Jorge Luis Borges (Emma Zunz) que describe el insólito periplo de una venganza.

El odio es el deseo de producir, o de que se produzca, un daño. La venganza es odio y daño. Una enfermedad del alma.

Si el odio se convierte en una materia cotidiana de la vida social, la crisis deja de ser un accidente y pasa a ser un estado permanente del alma colectiva.

Nada se estabiliza, todo está en tensión y se elimina el valor de la palabra.

La primera pérdida es el fin de la palabra, que es la condición necesaria de la vida social. La palabra se define por el diálogo.

No hay tal cosa como palabra sin diálogo, lo que implica la conversación con intercambios alternativos destinados a lograr un acuerdo.

El acuerdo supone corazones armonizados. Lo contrario del odio es el mérito de la palabra.

Con el odio se pierde la razón y se desvanece la verdad.

La Plaza de los Dos Congresos del miércoles fue uno de los escenarios del odio que hoy asuela a la política en nuestro país. Asolar es destruir de modo que no quede nada en pie.

Más allá de la irrelevancia numérica de quienes , destruyendo bienes colectivos, provocaron la legítima represión, y que a pesar de ser pocos, lograron instalar el odio en la calle y, más grave, activaron la irracionalidad en el Congreso.

Fue una secuencia. Programada o espontánea. Lo mismo da.

Para que la mecha encendida provoque el estallido hace falta la existencia previa de la pólvora.

Ese material explosivo, la pólvora crispante, está repartido y distribuido por todas partes.

Los días de odio se siembran. Y toda siembra se realiza a la expectativa de una cosecha.

Por ejemplo, durante toda la semana, la totalidad de los medios y comunicadores afines al Gobierno, periodismo militante K a la menos uno, se dedicaron a gestar el odio hacia el papa Francisco, obispos y a la Iglesia, esta vez, con motivo de una misa, de concurrencia multitudinaria, ofrecida en la Plaza de la Basílica de Lujan. ¿Que persiguen?

La justificación es otra cosa. La primera fue la presencia de Hugo y Pablo Moyano y dirigentes sindicales y políticos, alineados al kirchnerismo al que, el oficialismo, se desvela por hacerlo “la oposición” excluyente. Tratando de cegar cualquier alternativa.

La segunda justificación es la crítica que, a las consecuencias de la actual política económica, realizan obispos y las voces de la Iglesia.

La suma de justificaciones, en los medios de mayor audiencia, asociaban a la Iglesia ?y al Papa Francisco en particular? a lo peor de la política y del sindicalismo, a la corrupción, la patota y la mafia. Fake news.

Esas calificaciones (corrupción, patota, mafia) de modo sutil o brutal, según el grado de cultura o inteligencia de los comunicadores, fueron usadas para sembrar odio. ¿Qué persiguen?

En la estrategia preelectoral del oficialismo, el Papa, como objeto de odio, es utilizado cuando los centímetros dedicados a Cristina se saturan.

Elegir la personificación del enemigo es una estrategia electoral rendidora cuando esa personalidad es importante, fácil de identificar.

No se crece en política con adversarios chicos. Pero cuando se reemplazan los adversarios por los enemigos, ya no estamos en política, que implica encaminarse al acuerdo: estamos construyendo el odio que la impide.

El argumento de condena a la misa fue: “Estaba Moyano corrupto, mafioso, patota”. Lo que es penal lo debe determinar la Justicia.

La Justicia que tenemos está muy, pero muy, lejos de garantizar que la inocencia o la culpabilidad, tengan fundamento jurídico o moral.

Pero no hay duda de que la exhibición de riqueza (con título de propiedad a nombre propio o de la organización que se controla) de muchos dirigentes sindicales es, lisa y llanamente, obscena. Aunque pudieran legalmente justificarla.

No le van en zaga políticos y empresarios.

Los cuadernos son “historias de vida” de partícipes necesarios de cohecho, cuyas vidas privadas son obscenas e incluyen empresarios y políticos.

Obsceno es que un empresario argentino, en un país en el que hay 30% de pobreza, haya invitado a su fiesta de cumpleaños a todo lujo en Marruecos, a cientos de empresarios multimillonarios.

Claramente la abundancia de dinero no ennoblece, sean empresarios, sindicalistas, políticos.

¿Qué son, sino, los US$ 400.000 millones de argentinos que están fuera del sistema?

La Iglesia, y el papa Francisco en particular, representan un compromiso moral, con todas las fallas humanas, para denunciar y advertir, de los riesgos de daño social de la política.

«Paz, pan y trabajo» es una consigna histórica que la Iglesia ha canalizado desde siempre. Siempre significa a la altura y en el modo de cada época.

La cuestión social es mucho más grave que la que describen las estadísticas. Décadas de pobreza joven. La mayor parte de los adolescentes han nacido en la pobreza o en su periferia.

¿Qué futuro imaginamos? ¿Cómo no tratar de llamar la atención, pacíficamente, con una misa en la que muchos recibieron la comunión?

Alentar el odio, aunque sea rendidor electoralmente, es un camino suicida.

Lo es para los estrategas del Gobierno, los alineados a Jaime Durán Barba y a Marcos Peña y lo es para la oposición kirchnerista y la izquierda que la acompaña y la supera y que en los hechos la gobierna.

Las piedras de la plaza se convirtieron en el escándalo lamentable que los K provocaron en el Congreso. El cristinismo ha perdido, si alguna vez la tuvo, la razón de la política. Por eso es elegido por el Gobierno para constituirlo en “la oposición”. Estos hechos la exponen como peligro.

Es deber de quienes gobiernan, siempre mayoría relativa y transitoria, dar lugar a la mejor alternativa sucesoria, y no edificar “la peor” para perpetuarse en el poder.

Esa es una imprescindible contribución a la construcción de una sociedad democrática que no existe sin disponibilidad de alternativa.

Los “días de odio” nos alejan de esa construcción. Sea que se alienten a piedrazos en la calle o a “noticias falsas “o interpretaciones capciosas de las verdaderas, ametralladas en los medios.

La Cámara Baja, a pesar de todo, y con los votos de algunos opositores, dio paso al Presupuesto 2019.

Un Presupuesto poco trabajado y que contiene notables groserías.

Como casi todos los presupuestos está ahíto de partidas inútiles heredadas y no contó con la dedicación profesional para liquidarlas.

Los intereses de la deuda, un capítulo espantoso, son la consecuencia de la herencia K y de una mala política M. Veamos.

¿Por qué eliminaron las retenciones, por qué pagaron el abuso del dólar futuro, porque sancionaron la Reparación Histórica, porque continúan con el subsidio energético cuando los costos están a nivel de EE.UU.? ¿Por qué no revirtieron la locura de los pagos indebidos por incapacidad o por qué no buscaron un atajo para dejar de pagar jubilaciones sin aportes a personas de altos niveles de ingreso o patrimonio?

Y lo más grave, ¿por qué dilapidaron las reservas, para permitir la fuga del carry trade a $20 por dólar? Ese horror político y técnico, inocente o culpable, nos obligó a recurrir al FMI y hacer de este

Presupuesto uno inevitable. Presupuesto que es consecuencia de todos esos errores PRO como errores K. Errores que todos deberemos pagar con el recorte, muchas veces de partidas imprescindibles, hijos de tijeretazos de urgencia.

Este, como los anteriores, no tiene la impronta de las prioridades.

Basta ver la obscenidad de las obras que se realizan en la Ciudad de Buenos Aires, una ciudad cuyos habitantes tienen un ingreso que, frente al promedio de ingresos de las provincias del Norte, equivale a uno “del primer mundo”.

Resulta ridículo que se viva una fiesta del derrumbe y modernización en la Capital, cuando una parte sustantiva de la sociedad y el territorio atraviesa por las condiciones materiales de vida del Siglo XIX.

Un Presupuesto debe ser la consecuencia de la reflexión de la política acerca de cómo utilizar los recursos para la construcción de una Nación mejor. Este, como los anteriores, no cumple con esa misión.

No habrá manera de que la política contribuya a esa misión sin la cultura del diálogo y del acuerdo.

El kirchnerismo residual no contribuye a ello porque está obnubilado por una estrategia de defensa que le impide siquiera repensar su pasado y sus ideas.

Está acorralado porque muchos de sus miembros han sido cómplices o partícipes, de la escandalosa corrupción que ha quedado demostrada en las declaraciones provocadas por los cuadernos. Y, por ejemplo, por la insólita fortuna acumulada por un personaje menor del elenco. Si Daniel Muñoz, un modesto y simpe secretario al que dicen que Néstor K “le pegaba”, pudo acumular propiedades o bienes, por US$ 70 millones es fácil imaginar la que habrán acumulado los que lo permitían.

Obsceno aunque esta Justicia se niegue a mirarlo. El velo era para otra cosa.

Pero el oficialismo, que se niega al diálogo y al acuerdo genuinos, destinados a encontrar un rumbo posible y sólido para todos los argentinos, está obnubilado por la conservación del poder; y se ha convertido en una fuente de la pólvora que hace peligrosos estos días de odio.

La misa fue por paz, pan y trabajo. Hubiera sido maravilloso un debate acerca de cómo lograr esos tres modestos e imprescindibles objetivos. En el lugar del debate se instaló el odio.

Los bienes de la naturaleza están. La cuestión es transformarlos en paz, pan y trabajo. Sin acuerdo es imposible.

Evangélicos, musulmanes, metodistas, judíos y católicos rezaron por eso. El odio los silenció. ¿Qué persiguen?

Hace 60 años, el Congreso reestableció la libertad de enseñanza. Hoy se impulsa la obligatoriedad de la enseñanza de la “ideología de género”. La libertad está en riesgo.

La campaña contra la Iglesia y el Papa está detrás de este propósito. La estrategia oficial es descalificar las voces que denuncian este atropello y “sumar” la acción y el voto de minorías activas.

Odio como construcción de poder. Triste.

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