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La elección de Bolsonaro marca un verdadero fin de ciclo en la política brasileña

29 octubre de 2018

Por Ignacio Labaqui Analista político y profesor en la UCA y UCEMA

Tal como se preveía, Jair Bolsonaro resultó electo presidente en el balotaje. La contundente performance del candidato del Partido Social Liberal (PSL) en las urnas en la primera vuelta, junto a la amplia ventaja sobre el candidato petista, hacían muy improbable un triunfo de Fernando Haddad.

La elección de Bolsonaro marca un verdadero fin de ciclo en la política brasileña. Desde 1994 hasta 2016, Brasil fue gobernado por una coalición de centroderecha con eje en el PSDB (1995-2003) y por otra de centroizquierda basada en el PT (2003-2016). El éxito del Plan Real diseñado por Fernando Henrique Cardoso como ministro de Hacienda de Itamar Franco en 1993 puso fin a 14 años de estancamiento económico, alta inflación y problemas de gobernabilidad cuyo momento de mayor algidez fue la destitución de Fernando Collor de Melo en 1992. A pesar de la elevada fragmentación que históricamente ha mostrado el sistema de partidos brasileño, la competencia electoral a nivel presidencial mostró una destacable estabilidad. Entre 1994 y 2014 el PT y el PSDB, ora como oficialismo ora como oposición, fueron los principales contendientes de la elección presidencial.

Tanto tucanos como petistas apelaron a la misma fórmula de gobernabilidad: el presidencialismo de coalición. A primera vista, la configuración institucional de Brasil plantea serios obstáculos para la gobernabilidad. La combinación

de un sistema presidencialista, un federalismo fuerte, un sistema de partidos altamente fragmentado y con partidos sumamente débiles (siendo el PT, y en menor medida el PSDB, las excepciones) y desnacionalizados, llevó a no pocos analistas a plantear que Brasil era lisa y llanamente ingobernable debido a la dispersión del poder decisorio en una multiplicidad de actores, incluso a pesar de las poderosas herramientas institucionales que la Constitución de 1988 depositó en el Poder Ejecutivo.

Los 24 años del duopolio petista-tucano, e incluso los dos años de un presidente muy impopular como Michel Temer desmintieron la tesis de la ingobernabilidad. El presidencialismo de coalición fue la fórmula que hizo posible que Brasil fuera gobernable. Con la elección de Jair Bolsonaro entramos en terra incógnita y ello vuelve a poner sobre la mesa la cuestión de la gobernabilidad.

¿Optará Bolsonaro por el presidencialismo de coalición tal como hicieron los últimos cuatro presidentes de Brasil? El PSL de Bolsonaro cuenta con 10% de las bancas de la Cámara Baja y solo 4 de las 81 bancas del Senado. El Congreso que enfrenta el nuevo presidente es incluso más fragmentado que el del período 2014-2018. La lógica indica que el presidente electo debería formar una gran coalición para avanzar con su agenda legislativa. Ahora bien, la moneda de cambio en el presidencialismo de coalición son las carteras ministeriales, que Bolsonaro ha prometido reducir. Amén de ello, tomando en consideración lo que el nuevo presidente señaló durante la campaña, los militares ocuparán al menos cinco de los cargos ministeriales que Bolsonaro quiere reducir a quince, lo que deja menos piezas de cambio para cimentar la coalición. Si bien el Congreso brasileño se ha corrido algo más hacia la derecha en la elección, aunque no sea grato admitirlo, las coaliciones legislativas y de gobierno no se construyen en base a la afinidad ideológica, sino en base a las efectividades conducentes.

Si Bolsonaro no opta por formar una gran coalición, ¿optará por repetir la experiencia de Collor e intentar gobernar de manera delegativa, respaldándose en el apoyo de la calle ?que como sabemos suele ser fluido y volátil?, haciendo uso de las poderosas herramientas institucionales del Poder Ejecutivo y aprovechando la elevada fragmentación legislativa? La elección de Bolsonaro plantea otros interrogantes.

La elección de un líder populista no suele ser saludada por el mercado financiero ni por el establishment. Sin embargo, el antipetismo, que indudablemente desempeñó un factor clave en esta elección, es más fuerte. La derrota del PT y la presencia del economista ortodoxo Paulo Guedes en el equipo de Bolsonaro son un bálsamo para el establishment económico. Guedes aparece a priori como la garantía de compromiso con la ortodoxia y la continuidad y profundización de las reformas iniciadas por Temer. Sin embargo, ya durante la campaña se hicieron patentes algunas contradicciones entre los mentores militares del presidente electo, los que parecen tener una visión más bien desarrollista antes que ultraliberal, y el referente económico de Bolsonaro. La asociación entre populismo y liberalismo económico dista de ser novedosa. Collor de Melo y Fujimori dan cuenta de ello. Las tensiones entre militares de mentalidad desarrollista y economistas ultraliberales, tampoco.

Unas semanas atrás, luego de la primera vuelta del 7 de octubre, Facundo Cruz, en una columna publicada en Perfil, escribió acerca de la posible elección de Jair Bolsonaro: “Hay olor a Collor”. Hay algo de cierto en ello. Pero hay una diferencia. Cuando Collor alcanzó la Presidencia, las Fuerzas Armadas, a diferencia de ahora, ocupaban un segundo plano. Y eso nos lleva a un elemento novedoso ?o tal vez no tanto?: el rol de las Fuerzas Armadas. Desde que el General Eduardo Vilas Boas condicionara a través de un tuit la decisión del Tribunal Supremo Federal sobre el hábeas corpus de Lula, pocas dudas caben de que Brasil se ha convertido en una democracia tutelada, en la que como antaño, las Fuerzas Armadas se comportaban como “guardianes de la democracia”. La presencia de militares retirados de alto rango,

tanto en la fórmula presidencial como en el equipo del candidato vencedor, no deja lugar a dudas acerca del papel que las Fuerzas Armadas desempeñarán en el gobierno de Bolsonaro. Ello no equivale a decir ?como sostienen algunos? que Brasil ya no es una democracia. Pero sí vuelve a poner sobre la mesa la cuestión del control civil sobre la Fuerzas Armadas, cuestión que al menos en los papeles, parecía haber sido resuelta.

El PT ha sido derrotado, tal vez no por el que fuera la primera elección del establishment económico. Pero ello es secundario. No se ha producido “el infierno tan temido”. Pasada la euforia (o en el caso de los derrotados la depresión) que sigue a cualquier victoria electoral, aparecen las preguntas cuya respuesta hoy no es clara: ¿cómo gobernará Bolsonaro? ¿Cómo impulsará las reformas que promueve Paulo Guedes? ¿Cuán compatible es la agenda de Guedes con la de los parceiros militares de Bolsonaro? ¿Qué rol tendrán las Fuerzas Armadas en este novedoso e inédito ciclo político que se inicia en Brasil? A este lado de la frontera, la respuesta a estos interrogantes no es menor. Brasil es nuestro principal socio comercial y para Argentina un Brasil estable y en crecimiento es siempre buena noticia mientras que un Brasil inestable y en recesión, un problema.

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