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Los aprietes de Washington para rebalancear el Nafta

Trump acaba de emplear sus dotes de “negociador estrella” al asociarse con México para modernizar el Nafta y dejar en la sala de espera a Canadá

04 septiembre de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

El presidente Donald Trump acaba de emplear sus dotes de “negociador estrella” al asociarse de hecho con México para modernizar el Nafta y dejar en la sala de espera a Canadá. Washington no tuvo que escarbar mucho para entender que las visibles urgencias y debilidades del saliente Gobierno de Enrique Peña Nieto, le podían servir para un inmediato rebalanceo de tono mercantilista, aplicando disposiciones correctivas al comercio y la inversión, que hicieran posible manipular las corrientes y el saldo de intercambio originados por las distintas capacidades de competir que exhibe el trío de naciones que integran el Nafta.

Ello indujo a los dos secretarios del Gabinete actual y al negociador designado por el presidente electo de México, a encarar la negociación tratando de contemporizar con las ideas que fue aportando la Oficina del Representante Comercial (el USTR). Tal enfoque llevó, paso por paso, a relativizar la palabra empeñada con Canadá respecto a permitir que aflore un nuevo acuerdo sin dejar en el camino la condición trilateral del proyecto. En Ottawa se detectó con gran rapidez ese riesgo y la posibilidad de que nadie deje la vida en la trinchera por preservar ese enfoque, a pesar de que varios expertos legales del Congreso estadounidense consideran ilegal un Acuerdo sin la presencia de Canadá.

En Washington también se sabía que, al ser Estados Unidos el destino del 80% de las exportaciones totales mexicanas, el Gobierno saliente del PRI, como cualquier otro gobierno de allende la frontera sur, no podía hacer otra cosa que taparse la boca e inicialar de apuro el proyecto de “modernización” del tratado ante la provocación de un jefe de la Casa Blanca que desea colocar entre la espada y la pared al Gobierno de Canadá, lo que está lejos de ser nada más que una presunción educada para ser una clara certeza. Algo de esto le debe haber dicho el Canciller de ese país a la ministro Chrystia Freeland, quien no se inmutó por la “sorpresa”.

A su vez Trump le hizo saber por vías heterodoxas a Justin Trudeau (uno de sus tantos trascendidos o metidas de pata oficiales) que a su país sólo le quedaba aceptar o rechazar el texto del nuevo Nafta, el que iría al Capitolio tal como está. Así las cosas, se hace muy difícil saber si los legisladores republicanos se van a comportar con decencia u obsecuencia ante el disparate político que acaba de gestar el jefe de la Casa Blanca. La mayoría dice querer un acuerdo trilateral con Canadá, pero México ya demostró conocer la letra del viejo tango “Amores de estudiante”.

Lo cierto es que, mientras el próximo miércoles se volverá a presentar la canciller de Canadá en Washington para seguir las negociaciones del acuerdo, está claro que:

El presidente de Estados Unidos no cumplió su palabra cuando dijo que el aumento unilateral de aranceles dispuesto por Washington bajo la Sección 232 de la Ley de Comercio de 1962 a la importación del acero y el aluminio bajo las normas de Seguridad Nacional se resolvería dentro de la negociación vinculada con el acuerdo que fuese adoptado sobre la modernización del Nafta. El acuerdo ya se logró pero la medida unilateral de Washington subsiste. Según los industriales mexicanos, en julio pasado las exportaciones de acero de ese origen con destino al Norte cayeron en 37 %.

Nadie sabe si el Congreso de Estados Unidos aprobará un acuerdo bilateral como el suscripto por los gobiernos de México y los Estados Unidos, ya que la Ley sobre Promoción del Comercio (fast-track), sólo prevé considerar un acuerdo trilateral; es cierto que Canadá puede acoplarse en cualquier momento al nuevo texto, pero eso no resuelve el problema y el enfoque que genera la conducta del Jefe de la Casa Blanca, quien no despierta confianza alguna cuando formula una de sus habituales promesas. En vista de esas asignaturas pendientes, suena a prematuro decir “habemus acuerdo”.

Trump insiste en que piensa aplicar el criterio de Seguridad Nacional, ampliamente objetado en el Senado de los Estados Unidos ante el uso que le da el Presidente, en represalia al tradicional régimen de administración de la oferta (supply management) que el Gobierno canadiense aplica en los sectores lácteo, avícola y de producción de huevos. Alguien deberá explicarle a este columnista cómo surge la posibilidad de penalizar esa maña canadiense bajo la Sección 232 o la Sección 301 de sendas leyes de comercio.

La antedicha noción de buscar foros donde Estados Unidos pueda ejercer con el estilo antes descripto el papel de poder hegemónico (o patotero, el lector elige), no es accidental. Trump insiste hasta el tedio en que abandonará la OMC a menos que la organización cambie el supuesto mal trato que le dispensa a su país, ya que en caso contrario terminará su membresía (como lo hizo con el Acuerdo de París sobre Cambio Climático y con otras medidas o agencias de naturaleza equivalente).

La verdad de las verdades, es que todos estos episodios estaban dentro de los pálpitos o cálculos que existían y existen en Washington. Prueba de ello es el Informe actualizado que distribuyera el pasado 30 de agosto el Instituto Canadiense del Wilson Center a sus suscriptores. A la pregunta de si la renegociación del Nafta estaba en el tramo final, los consultados respondieron que la posibilidad de una conclusión favorable se reduce al 50% porque Canadá debería sentirse cómodo con lo aprobado por la antedicha parejita México-Estados Unidos y ver si el saldo de esas negociaciones permite generar beneficios parejos para todos los sectores involucrados en las negociaciones. El mayor avance del proyecto indicado, es que sus autores acordaron mandar al cesto de basura la cláusula de terminación automática (sunset clause), al ser reemplazada por un mecanismo de revisión y al admitirse un plazo que se extiende a 16 en lugar de los cinco años originalmente previstos. Los canadienses no están descontentos con lo pactado en el ámbito automotriz debido,

entre otras cosas, a que gran parte de la propuesta vino de Ottawa. Va de suyo, estiman, que la presente onda mercantilista supondrá que el costo y el precio de los automóviles en América del Norte será mayor, de manera que lo que ganen los productores lo perderán los consumidores.

El Informe anticipa que el Gobierno de Estados Unidos tiene su propia y feroz interna, donde la Casa Blanca y la Oficina del Representante Comercial (USTR) promueven sus propias ideas, las que tampoco coinciden con las del Congreso. Los legisladores demócratas estiman que los estándares laborales pactados son flojitos y que lo acordado en materia de protección intelectual resulta insuficiente, siendo éste último un tema en el que se apuntan los cañones contra Canadá. La pregunta que nadie se hizo seriamente es qué pasa si Canadá no entra al Nafta 2.0. ¿Desaparece el Nafta original? No se sabe.

El apuro por firmar ahora, sólo tendría la ventaja del hecho consumado ante la llegada del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ya que cualquier cosa que se notifique al Congreso en estas horas no sería operable hasta dentro de 105 días.

El instituto también señala que, contra lo que sucede en México (cambio de Presidente el 1° de diciembre) y en Estados Unidos (elecciones legislativas en alrededor de 90 días), Canadá no tiene presiones políticas pero sí un estado general de incertidumbre entre inversores, plantas industriales y operadores del sector comercial.

En una próxima nota se complementarán estos comentarios con una síntesis del contenido que incluye el acuerdo bilateral consensuado por la dupla del Sur, que para Trump son Miembros del Acuerdo de Libre Comercio entre México y Estados Unidos, por cuanto la palabra Nafta él la asocia con una decisión desastrosa de gobiernos anteriores. O más bien con el más grave de los desastres que promoviera el Gobierno de su país.

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