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Sobre el ajuste del mercado cambiario

En lugar de buscar la mera existencia de un equilibrio, una tarea más productiva es evaluar los pro y los contra de todos los ajustes posibles, y sus transiciones

28 agosto de 2018

Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

Los llamados “mecanismos de mercado” que estudia la economía involucran típicamente tres tareas teóricas. La primera consiste en asumir un conjunto de individuos con ciertas preferencias que desean realizar transacciones mutuamente beneficiosas. La segunda es buscar o diseñar un dispositivo para alcanzar un equilibrio y así realizar intercambios, sin que nadie se vea obligado. Y la tercera es evaluar si, tras la acción de este mecanismo, la situación general ha mejorado o no. Los individuos dispuestos a intercambiar se dividen en oferentes y demandantes, y el mecanismo propuesto es el sistema de precios, que con sus fluctuaciones brinda la información adecuada a los agentes para comerciar a un precio conveniente para las partes. Normalmente, la nueva situación es mejor que la anterior, pues los intercambios fueron voluntarios y por lo tanto alguien está mejor sin que nadie esté peor.

No debemos soslayar el poder de este argumento, que guía buena parte de la defensa de las virtudes del mercado. Pero cuando se trata de algunos mercados en particular, conviene ser cuidadosos. En particular, en Argentina surgen a menudo inquietudes con los movimientos cambiarios, que parecen ofuscar a buena parte de la sociedad. Y sin embargo, dado que el tipo de cambio es libre, sus fluctuaciones deberían estar reflejando los ajustes necesarios para asegurar un intercambio de dólares voluntario entre oferentes y demandantes, que mejora el bienestar.

El mercado de cambios en movimiento, según la teoría básica, simplemente está haciendo su trabajo. ¿Por qué entonces esta percepción negativa? ¿Qué está fallando? El mercado cambiario tiene muchas particularidades, pero nos concentraremos solo en su función para equilibrar oferta y demanda de dólares. Como todos sabemos, el mercado de cambios reúne los deseos de los oferentes (exportadores), con los de los demandantes (importadores y ahorristas en dólares). Cuando los segundos presionan por sobre los primeros, el dólar sube. El alza es del dólar a su vez presiona al alza a la oferta, y a la baja a la demanda, hasta que el mercado se equilibra. ¿Funciona bien este mecanismo? Más o menos, porque los oferentes no siempre pueden, aunque quieran, ofrecer más dólares. Por más caro que esté el dólar, una sequía limitará la aparición de billetes. Aun así, existe la posibilidad de que si el dólar sube mucho, como pasó en 2002 en Argentina, algunas exportaciones sí reaccionen (por ejemplo, por turismo o venta de servicios a empresas internacionales). Pero la historia muestra que en Argentina el ajuste típico opera por el lado de las importaciones (atadas al nivel de actividad).

Por lo tanto, no hay dudas de que el tipo de cambio libre termina, tarde o temprano, por equilibrar la cuenta corriente. No es ésta la discusión. Lo que falta en este análisis es la evaluación del resultado del ajuste. En economía, salvo casos muy particulares, “todo ajusta”, y por lo tanto importa el tipo de ajuste, y no tanto si existe o no. Para ilustrar esto, consideremos una situación extrema. Un grupo de náufragos (Robinsones Crusoes) se encuentra en una isla con una cantidad fija de alimento. Mientras la oferta de comida es suficiente, ésta se ajustará a la demanda sin mayores problemas. Pero cuando los cocos se acaben, se producirá un “exceso de demanda” transitorio, cuyo equilibrio se alcanzará cuando mueran de hambre algunos demandantes. Con el tiempo, la oferta y la demanda terminarán siendo iguales?a cero. El equilibrio se alcanza, pero de una manera no demasiado virtuosa.

En lugar de buscar la mera existencia de un equilibrio, una tarea más productiva de la ciencia económica consistiría en evaluar los pro y los contra de todos los ajustes posibles, y también de sus transiciones. Y luego sí, llevar adelante acciones para inducir a los agentes a decidir en la dirección del equilibrio cuya transición y resultado final sea el menos gravoso para la sociedad.

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