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Se acercan las elecciones en Estados Unidos

¿Qué hay en juego en la Cámara de Senadores?

15 agosto de 2018

Por Joaquín Harguindey 

El 6 de noviembre, Estados Unidos irá a las urnas para determinar la composición de su Senado y Cámara de Representantes, así como también para elegir a los que ocuparán múltiples cargos en los ejecutivos, legislativos y judiciales a nivel estatal.

Estas elecciones se realizará a dos años de la elección del republicano Donald Trump a la Presidencia y en gran medida tomarán la forma de un referéndum sobre su liderazgo. El clima político, al menos hasta la fecha, le provee por un lado los beneficios de una economía robusta y altos niveles de satisfacción entre la base de votantes republicana, pero por otro también dificulta su panorama debido a su mediocre aprobación entre el electorado general, el elevado grado de rechazo activo que su figura tiene entre la base demócrata y la tendencia histórica de buena performance opositora durante las elecciones de medio término.

Sea cual sea el desenlace de la contienda electoral, el rango de posibles resultados estará invariablemente condicionado por dos elementos clave; el calendario electoral y la geografía política del país. Estos dos elementos nos permiten, aún a varios meses de distancia, vislumbrar los contornos del Estados Unidos que se avecina, al tener en mente qué está en juego, qué no lo está y los motivos detrás de las afirmaciones y predicciones posibles.

Tablero y calendario

La Cámara Alta estadounidense se renueva por partes luego de mandatos de seis años, lo que hace que apenas un tercio de sus cien escaños deban renovarse en cada ciclo electoral.

El calendario marca que es el conjunto de escaños que estuvieron en juego por última vez en 2012 el que debe ser sometido a la voluntad electoral. Este grupo engloba 33 escaños de los estados de Arizona, California, Connecticut, Dakota del Norte, Delaware, Florida, Hawaii, Indiana, Maine, Maryland, Massachusetts, Michigan, Minnesota, Mississippi, Missouri, Montana, Nebraska, Nevada, Nueva Jersey, Nueva York, Nuevo México, Ohio, Pennsylvania, Rhode Island, Tennessee, Texas, Utah, Vermont, Virginia, Virginia Occidental, Washington, Wisconsin y Wyoming.

A su vez, debido a las renuncias de dos senadores, dos elecciones especiales también tendrán lugar, junto a las elecciones regulares del grup, en Minnesota y Mississippi. Quienes resulten vencedores en estas dos contiendas no tendrán mandatos de seis años, sino que completarán el resto del mandato asignado a los ocupantes originales.

Esto deja en juego a 35 escaños del total de 100.

La geografía política

En términos del panorama político en este conjunto de distritos, hay tres elementos importantes a tener en mente.

En primer lugar es importante considerar el balance político dentro del grupo. El mapa partidario de 2018 es el mapa menos parejo desde la posguerra: de los 35 escaños en juego los demócratas se encuentran defendiendo 26 (incluyendo a los independientes Bernie Sanders y Angus King), mientras que los republicanos sólo deben preocuparse por defender 9.

Este escenario desfavorable para los demócratas está acompañado por un segundo elemento aún más dispar: 10 de sus escaños pertenecen a estados en los que Trump ganó en 2016, mientras que en la columna republicana apenas uno, Nevada, optó por Hillary Clinton en la elección presidencial.

Como regla la combinación de estar sobreextendido y presente en distritos hostiles suele augurar grandes derrotas para los partidos políticos en Estados Unidos, tal como fue el caso de los demócratas en 2010 y 2014, pero este año no todo son malas noticias para su caucus en el Senado. Una última pieza del panorama político podría ir a su rescate.

Esta pieza refiere a la tendencia histórica que apunta a una buena performance opositora en las elecciones de medio término particularmente cuando cuentan con incumbents (miembros defendiendo un escaño que ya ocupan) y a una peor performance del partido de gobierno. En combinación con múltiples factores particulares a cada competencia, esto bien podría ser indispensable para que los demócratas puedan disminuir el daño a su caucus en el Senado y compensar posibles pérdidas con la captura de al menos un escaño actualmente controlado por los republicanos.

El panorama político

Habiendo enumerado las características fundamentales de la contienda, es posible también arriesgar lo que se cree más probable como cuerpo de potenciales resultados en base a un consenso general. Es útil para ello dividir los 35 escaños en niveles de competitividad e interés.

Una primera subdivisión puede incluir todos los escaños de los cuales no se espera más que la continuidad de su color político ante desafíos poco más que simbólicos. Este es el caso de las elecciones en California, Connecticut, Delaware, Hawaii, Maine, Maryland, Massachusetts, el escaño Clase I de Mississippi, Nebraska, Nueva York, Nueva Jersey, Rhode Island, Utah, Vermont, Washington y Wyoming. Para modificar el panorama de estos 15 escaños, 11 bajo control Demócrata y 4 bajo control Republicano, sería preciso un terremoto político de grandes proporciones, los cuales ocurren pero no muy a menudo. En el caso californiano no habrá ni siquiera candidato republicano.

Por encima de esta categoría de nula competitividad, podemos encontrar otro grupo de competitividad baja o limitada, que incluye las elecciones regulares en Minnesota, Nuevo México, Texas y Virginia, así como las elecciones especiales en Mississippi y Minnesota. En cada una de ellas uno de los partidos es el claro favorito, pero debido a varias características especiales (escándalos, terceras fuerzas, historial político) algunos indicadores apuntan a un potencial escenario competitivo si el viento electoral sopla fuertemente en la dirección del partido que de forma habitual cuenta con menos chances. Los demócratas controlan 4 de estos 6 escaños y los republicanos, los otros 2.

El último nivel es aquel que concentrará el grueso de la atención debido a su elevada competitividad. Aquí encontramos todos los escaños ocupados por senadores demócratas cuyos estados votaron por Trump en 2016: Dakota del Norte, Florida, Indiana, Michigan, Missouri, Montana, Ohio, Pennsylvania, Virginia Occidental y Wisconsin. Trump continúa siendo relativamente popular en la mayor parte de estos Estados (y muy popular en algunos de ellos), por lo que es de esperarse que ambos partidos inviertan mucho tiempo y recursos en sus competencias a lo largo de los siguientes meses.

Junto a ese puñado de diez escaños demócratas, también podemos incluir a un más pequeño grupo de escaños republicanos: Nevada, Arizona y Tennessee. Como fue mencionado antes, Nevada posee el único escaño republicano en juego que pertenece a un estado que optó por Clinton, lo cual lo hace un objetivo obvio para los estrategas demócratas. A su caso se agregan los escaños Republicanos sin incumbents en Arizona y Tennessee debido a que sus actuales titulares (Jeff Flake y Bob Corker, respectivamente) no buscarán la reelección, aunque las circunstancias que hacen competitiva a cada contienda no podrían ser más distintas.

Arizona se movió a la izquierda entre las elecciones presidenciales 2012 y 2016, demostrando cierto grado de descontento con Trump y la dirección del partido republicano tanto en encuestas como en elecciones locales. Ello tal vez le permita a la demócrata Kyrsten Sinema (que técnicamente aún debe enfrentar una primaria, pero no se esperan sorpresas) imponerse en noviembre ante un/a rival del Grand Old Party (GOP) aún por determinar.

Tennessee, por otro lado, es un estado conservador claramente posicionado en la columna de Estados amigables a Trump y a los republicanos, pero tanto la desjubilación del exgobernador Phil Bredesen, el demócrata más popular del Estado, como el triunfo de una candidata problemática en la primaria republicana se han combinado para poner escaño inesperadamente en juego. Bredesen se esfuerza por mostrarse moderado, mantener el foco en asuntos locales y no nacionalizar la competencia, algo que por ahora desempeña con éxito.

Posibles escenarios

La renovación de estos 35 escaños determinará el balance partidario en el Senado, en el que los republicanos hoy mantienen una diminuta mayoría de 51 a 49 (funcionalmente 50 a 49 debido a los problemas de salud de John McCain).

A grandes rasgos esta situación le permite al GOP determinar qué legislación llega al recinto, modificar algunas políticas impositivas y de gasto mediante un proceso llamado reconciliación presupuestaria y nombrar nuevos nuevos miembros del poder judicial. Buena parte de la legislación conservadora más ambiciosa se ve impedida tanto por el margen de votos pequeño como por el requisito de una mayoría especial de 60 votos para evitar la táctica de obstrucción parlamentaria conocida como el filibuster.

Paralelamente, la mayoría republicana también lleva a cabo dos acciones más informales: Limita el daño político al Presidente causado por las investigaciones de la cámara y vuelve muy difícil un hipotético juicio político contra él.

De los escenarios posibles, dos modificarían esta situación y un tercero lo dejaría tal como está. El primero incluye una expansión de la mayoría republicana hasta los 60 escaños o más que les permita a los conservadores empezar a introducir legislación de peso e ignorar por completo a la minoría demócrata. Este escenario se ve más cada vez más improbable y ningún estratega republicano serio lo contempla como una posibilidad.

Un segundo, mucho más probable, es que ambos partidos intercambien escaños dejando a los Republicanos con una mayoría similar a la actual o al menos contando con el voto de desempate del vicepresidente Mike Pence. No mucho cambiaría en este caso y los republicanos podrían continuar de la misma forma mencionada anteriormente aunque su capacidad legislativa sí podría verse afectada si la Cámara de Representantes cambia de control político.

El tercer y último escenario es menos probable que el anterior, pero más probable que el primero y vería una pequeña mayoría demócrata tomar el control del Senado. Esta mayoría significaría un obstáculo a prácticamente cualquier iniciativa presidencial durante su duración, probablemente iniciaría varias investigaciones sobre el Ejecutivo (conflictos de interés, corrupción, interferencia rusa, entre otros) y optaría entre impedir el nombramiento de jueces demasiado conservadores o directamente detener el nombramiento de nuevos jueces por completo, como los republicanos hicieron con muy pocas excepciones entre 2014 y 2016.

La capacidad legislativa de este Senado demócrata sería muy limitada o nula debido al veto presidencial y al filibuster republicano, pero su existencia sería un primer paso esencial para un hipotético juicio político a Trump. Ello no sería fácil para los demócratas aún en este caso, dado que aún se precisaría tanto de la voluntad de la Cámara de Representantes como de suficientes votos republicanos para llegar a los dos tercios que el umbral de destitución establece en el Senado, pero una pieza fundamental se encontraría en posición si la oportunidad política de un impeachment surge en los siguientes dos años.

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