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El “efecto raki”

Las crisis cambiarias siguen su indetenible marcha, y el contagio internacional en un mundo financiero riesgosamente globalizado sigue siendo moneda corriente

14 agosto de 2018

Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

Las crisis cambiarias siguen su indetenible marcha, y el contagio internacional en un mundo financiero riesgosamente globalizado sigue siendo moneda corriente. Los efectos de contagio comenzaron a recibir nombres identificatorios del país originador de la crisis allá por 1995, en ocasión del “efecto tequila”. El efecto tequila pretendía describir los coletazos de la crisis de México sobre otros países, en particular Argentina. Pero aquel evento no fue el primer caso de contagio. A principios de la década del '80, el mismo país había declarado la moratoria unilateral, el preludio de lo que terminaría arrastrando a Argentina a su primera década perdida (la segunda podría estar completándose dentro de un par de años).

Tras el tequila, el derrumbe de Rusia en 1998 se etiquetó como el “efecto vodka”, y la crisis de Brasil a principios de 1999 como el “efecto caipirinha”. La crisis de Argentina 2001, en ausencia de una bebida típica reconocible (el fernet nunca fue considerado suficientemente representativo), fue denominada por algunos “efecto tango”, aunque la expresión más utilizada para referirse a nuestras desgracias siguió siendo “no llores por mí, Argentina”.

La primera década de los 2000 trajo cierta tranquilidad a las naciones emergentes, pero en lugar de afirmar un proceso de desarrollo, esos años sirvieron para construir una ilusión puramente transitoria. La bonanza acabó tras los sucesos de 2007-2009, y a partir de entonces varios países ingresaron en un letargo difícil de reanimar. Algunos países semiindustrializados también sufrieron episodios traumáticos, aun sin que su moneda se haya devaluado. Por ejemplo, tras los años dorados del euro el mundo estalló por la Gran Recesión inducida por la burbuja inmobiliaria estadounidense, y la Europa periférica sufrió el contagio. Países como España, Portugal, Irlanda y Grecia todavía pelean contra las consecuencias de este estallido ajeno.

En estos días la noticia es Turquía, y por supuesto sus efectos sobre Argentina, que parece pescarse todo virus financiero que anda dando vueltas por el mundo. El viernes, la turca se devaluó en un día 15% frente al dólar, y en los últimos cuatro meses se ha desplomado 38%. Ayer lunes fue otro día de enorme volatilidad cambiaria. Un riesgo directo de lo ocurrido allí es el impacto potencial que la caída de la lira turca puede tener sobre los bancos de la eurozona, que están expuestos a la economía por un elevado stock de acreencias en euros con los bancos y empresas turcos, y que por la caída de la lira podrían experimentar problemas de repago. El contagio podría extenderse a los bancos en Francia, España e Italia.

Y después están los efectos indirectos, lo que producen los inversores internacionales que sacan sus ahorros de manera automática de todo país que se espera sufra un rápido contagio. Los acreedores han aprendido que Argentina se contagia fácil, lo que la involucra en un dilema difícil de resolver, porque con cada resfrío internacional en algún mercado, en lo primero que piensan los inversores es en la gripe de nuestro país.

Es difícil aun determinar los impactos plenos del desplome de Turquía, pero en esta ocasión el peso comienza con “ventaja” con respecto a otras monedas latinoamericanas, debido a que está mucho más devaluado. Desde abril, el dólar subió 45% en Argentina, 15% en Brasil y 5% en Chile. Esto podría limitar en parte los efectos negativos de la caída de la lira sobre nuestro país. Ojalá nunca lleguemos a hablar de un fenómeno relacionado con la bebida típica de aquel país: el “efecto raki”.

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