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Pronósticos o desafíos

No hay “clima de proyecto o clima de desarrollo” hace muchos años y el clima del presente claramente es uno de “defensa"

Carlos Leyba 27 julio de 2018

Por Carlos Leyba 

Un experimentado cronista de la prestigiosa The Economist, que asistió durante una década a las reuniones de economistas, financistas y banqueros, organizadas cada año por la Reserva Federal en Jackson Hole, concluyó que los pronósticos allí realizados permitían, con un alto grado de probabilidad, estar seguros acerca del futuro. Es decir estuvo ante economistas con verificada capacidad de pronosticar.

Pero con una salvedad muy importante. En rigor, el cronista de marras, advertía que había que invertir el signo de los pronósticos. O lo que es lo mismo, lo contrario era lo infalible. Digamos, error de 100%. Va a llover, sale el sol.

Juan Carlos de Pablo, economista profesional (una luz entre tantos periodistas “especializados”) y con un recorrido bien largo y profundo en el análisis de la coyuntura, entre otros destacados saberes, en sus últimas apariciones televisivas y radiales, ha contribuido a intentar esclarecer la telaraña de confusiones que surgen de los pronósticos que algunos consultores producen con decimales, para ser precisos, y que los comunicadores repiten: de algo hay que hablar cuando no se sabe de qué, porque en los medios, los espacios se tienen que llenar.

Pero en la profesión, y sobre todos los “consultores” que viven de avisar o de avistar las nubes negras o los soles resplandecientes de mañana, hay una pulsión enorme por el pronóstico y además con números. “Acerca de la exactitud” podría ser el título de una serie de Netflix en la que los consultores garantizan el éxito de las colocaciones en derivados antes de la gran crisis de los créditos basura. Rene Thom, el célebre matemático de la catástrofe, acuñó aquello de que “todo lo exacto es insignificante”. La exactitud del pronóstico económico dice más de su insignificancia que de su utilidad.

Por supuesto hay pronósticos más caros que otros. No en el sentido de queridos, sino en el de lo que nos cuestan.

Una experiencia reciente en términos de lo que algunos pronósticos, que nos cuestan dinero, es la que en el BCRA llevó a cabo el team encabezado por Federico Sturzeneger y Lucas Llach. Cuando comenzaron creían poder predecir las reacciones del “mercado cambiario” y ? en función de esos saberes ? se propusieron apagar a los rebeldes aplastándolos con, digamos, US$ 15.000 millones tirados por la cabeza. No jugaban con la propia. Jugaban con las reservas del BCRA.

Lucas Llach rescata que para él fue un aprendizaje?caro para el gobierno y los argentinos. En un reportaje que le hizo Jontan Viale (CNN) dijo: “Cuando empieza a subir el dólar (uno piensa) acá se acabó, se interviene?(y como a pesar de la masiva intervención, LLach concluye) es muy difícil hacer intervención cambiaria en países tan volátiles”. Es decir, “no andó”, en casos similares de error de instrumento a objetivo, dice mi nieto Fermín mientras mi nieto Jerónimo, ante la perplejidad, dice “interesante”. Usted me entiende.

Antes de la debacle provocada por el team del BCRA que nos llevó al FMI a destiempo y con el crédito externo en penitencia, los consultores y algunos miembros de la profesión hacían en 2017 pronósticos más que optimistas sobre 2018.

Nos informaban que la economía, en este año, crecería 3%, con aumento de la inversión y del empleo y, como frutilla del postre, la inflación estaría en baja. Claro somos “un país volátil” y no sólo nada de eso ocurrió sino que pasó todo lo contrario. Se derrumbó la economía, el empleo en viaje al descenso y la inflación superando marcas.

Llegados a este punto, ¿cuáles son las cosas que podemos imaginar con alguna probabilidad que realmente ocurran?

Primero, la decisión del Gobierno es reducir el gasto público y el déficit fiscal. Las dos cosas. El consumo público y la inversión pública, en lo que resta de 2018, tendrán un efecto directo contractivo.

Por otro lado, la aceleración de la inflación en los meses pasados y los indicios en los por venir que presionan en la misma dirección, habida cuenta de la dificultad económica y financiera del sector privado para compensar íntegramente la pérdida inflacionaria en los salarios, lo más probable es que continúe la contracción del consumo privado ya revelada en los meses pasados.

Es decir, la decisión pública y la condición de debilidad del sector privado, más allá de conflictos inevitables, hacen que las dos vertientes del Consumo, público y privado, tiendan a contraer el nivel de actividad.

La inversión, que goza de un antiguo estado de estancamiento, no podrá mover el amperímetro, primero porque las tasas de interés (internas y externas) son de desaliento a la inversión; y porque no ha habido, en los últimos años, un escenario “desarrrollista” en el que las empresas formulen proyectos, y si bien lo que está en carpeta no tiene porque hacerse realidad, lo que no está en carpeta simplemente no ocurrirá.

No hay “clima de proyecto o clima de desarrollo” hace muchos años y el clima del presente claramente es uno de “defensa”: capital a la defensiva, asalariados a recuperar salarios.

En esos climas la “inversión” es una rareza y la “desinversión” una tentación.

La obra pública puede encontrar un escape en los proyectos PPP, pero no es más que eso: un escape. O lo que es lo mismo que la construcción, el empleo de la construcción, no ingrese en tirabuzón. Eso es claramente mejor que nada por lo menos en el primer momento: después veremos las consecuencias.

El tercer componente de la demanda global que es la determinante del nivel de actividad interno es el de las exportaciones. La noticia es que con US$ 58.000 millones en 2017 resulta que estamos en el mismo nivel, dólar más dólar menos, que en 2007. Una década perdida en materia de exportaciones que se hace mas patente si las vinculamos a las exportaciones por habitante.

El estancamiento exportador es de larga data y si bien el salto en el tipo de cambio es un aliciente para el crecimiento de las exportaciones, se trata más de una ventana ?chiquita por cierto? que de una plataforma.

Desde una ventana se ve. Desde una plataforma se lanza.

Recordemos que hoy tenemos un tipo de cambio nominalmente más bajo que el del salto devaluatorio y más bajo en términos reales como consecuencia de la inflación ya ocurrida y en perspectiva ya que nada dice que la inflación desaparezca y el BCRA sí dice que tratará de impedir que el dólar se escape.

En otras palabras, para expandir las exportaciones no hay plataforma, dejando de lado los proble estructurales que producen el estancamiento y la ventana, por la concepción estratégica del Gobierno, tenderá a achicarse.

La plataforma real disponible de las exportaciones argentinas es la naturaleza. Por eso más del 65% de nuestras ventas al exterior son agropecuarias. Una gran parte bienes primarios en ese estado, una segunda parte bienes primarios de primera elaboración.

La ventana de ese sector es amplia pero sujeta a la volatilidad de los precios internacionales. Con los precios de Néstor Kirchner otro sería el panorama.

Pero la esencia de las exportaciones de naturaleza, incluyendo las de primera elaboración, depende de la enorme volatilidad de esos mercados.

Dada la concentración de nuestras exportaciones en esos bienes, su capacidad de generar una expansión de la economía es baja; y los impactos negativos repercuten sobremanera en el conjunto de la economía.

Es decir en materia de exportaciones no se trata sólo de agrandar la ventana, como podría ser un tipo de cambio real alto y estable, sino de fortalecer, agrandar, consolidar una plataforma exportadora.

Y si bien no es una cuestión de corto plazo, otra vez, el clima exportador, como el clima de desarrollo, dependen de la visión política dominante.

La visión de Mauricio Macri ? y es rastreable en todos sus discursos ? esta dominada por la idea de “la naturaleza” y lo ha dicho con esas palabras, campo, minería, litio, aire, sol. Con esa idea de plataforma (de la naturaleza) en la cabeza no son muchos los de otros sectores los que se tirarán a la pileta; y mucho menos si la percepción es la alta probabilidad a que la “ventana” se achique.

Es decir que, aquí y ahora, mirando las tendencias de los componentes de la demanda global nada hace supone que la economía pueda crecer de modo tal, en lo que resta del año, como para que 2018 sea un año de crecimiento, por modesto que fuera, y que nos deje en una velocidad tal que 2019, finalmente, sea la concreción, al menos en el último año, de las promesas PRO de “crecimiento”.

Nada indica eso. El año que estamos transitando será uno más de estancamiento y por lo tanto el séptimo año de vacas flacas. Llevamos 43 de estancamiento medido por el PIB por habitante. ¿Cómo romper ese clima? ¿O cómo introducir el clima de desarrollo y de exportación?

Alguien podría decirnos que no sería un año enteramente de vacas flacas uno en el que el empleo hubiera crecido más allá de la demografía. Los números oficiales señalan que entre 2016 y 2017 se crearon 400.000 puestos de trabajo. Y es una buena noticia. En cualquier caso.

Pero hay que hacer algunas salvedades. Javier Lindemboim nos habla de la calidad del empleo y nos dice que esa creación de empleo fue, más o menos, 30% fueron empleos estatales. Una gran inconsistencia en lo que hace a la estrategia del gasto público. ¿El propósito de los que gobiernan ha cambiado acerca de la maraña y densidad del empleo público? ¿Tratar de reducir hoy los que nombramos ayer? ¿Penélope?

Lo restante es el 40% de cuenta propistas y el otro 30% de asalariados no registrados. Mejor que nada, pero poca productividad y poca mejora fiscal (crear trabajo genuino y productivo es crear solvencia fiscal). Con el kirchnerismo todo o casi todo fue empleo público.

Cierto, la clave de no traspasar los límites de una cierta estabilidad social pasan porque no se dispare el desempleo. Ahora la limitación está en la incapacidad (y el compromiso) del sector público de crearlo puertas adentro.

La cuestión es cómo no profundizar ese desequilibrio. No es un pronóstico. Es un desafío.

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