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Los precios avanzan a paso redoblado

El discurso que ponía a mayo como el mes bisagra en materia de inflación quedó enterrado con los datos de junio

22 julio de 2018

Por Matías Carugati y Florencia Hernández Management & Fit

La inflación le da la bienvenida a Christine Lagarde. El discurso que ponía a mayo como el mes bisagra en materia de inflación quedó enterrado con los datos de junio, que mostraron una suba de 3,7%. En términos anuales, la inflación se estiró al 29,4%, superando la cota interna acordada con el FMI. Justo cuando Largarde visita el país, el Gobierno debería reunirse con el staff del organismo para adoptar una respuesta apropiada. A menos de un mes de cerrado el Stand-By, las metas acordadas con bastante difíciles de cumplir.

El dólar marcó la cancha. A nivel de agrupaciones se ve muy claro, ya que los precios libres aumentaron 4,1% mensual, casi el doble de lo que venían creciendo en promedio (2,1%). Los precios regulados “sólo” aumentaron 2,9% mensual mientras que los estacionales avanzaron 3,9% en el inicio de las vacaciones. Las perspectivas de julio no son positivas incluso asumiendo un tipo de cambio estable, estimándose un piso de 3% mensual. Si bien el enfriamiento de la economía (y, sobre todo, la caída del salario real) acota el margen para la suba de precios, el camino hacia delante estará marcado por lo que ocurra con la política monetaria, el tipo de cambio y los aumentos tarifarios.

¿La inflación mayorista adelanta lo que viene? Los precios mayoristas (IPIM) saltaron 6,5% mensual en junio (44,1% anual). La devaluación no sólo afectó a los bienes importados (+10,9%) sino también a los nacionales (+6,2%). Al tratarse de una canasta que incluye relativamente pocos bienes no transables, es lógico que el IPIM acompañe los movimientos del tipo de cambio. Y, dado que se trata de precios mayoristas, también es lógico suponer cierto grado de traslado a los precios minoristas. Si bien este traslado no es automático ni preciso, la brecha que se abrió entre la inflación en ambos niveles genera presiones. Cuánto terminará impactando sobre los precios al consumidor es el gran interrogante, y la respuesta dependerá no sólo de la respuesta de la política económica al escenario actual, sino también de cuán duro haya sido el impacto de la reciente corrida cambiaria sobre el nivel de actividad.

Aun siendo optimistas, el panorama es complicado. El acuerdo con el FMI tiene una meta de inflación de 27% anual para fines de año, con una banda interna (25-29%) y otra banda externa (22-32%). De superarse estas bandas, el gobierno estaría obligado a tomar medidas adicionales para corregir el desvío. ¿Qué podemos esperar? Si tomamos la mediana del REM para lo que resta del año, diciembre finalizaría con una inflación de 29,6% anual, lo que llevaría al Gobierno a definir con el staff del FMI las correcciones necesarias. Sin embargo, la estimación de consenso ha probado tener un sesgo optimista. Especialmente a corto plazo.

Si tomásemos una postura más conservadora (percentil 75 en las respuestas del REM), la inflación orillaría el 32% anual para fines de este año y obligaría a las autoridades locales a explicarle directamente al board del FMI las razones de semejante desvío, además de consensuar la respuesta apropiada.

Todo ello para darle continuidad al acuerdo (lo cual se descuenta) y poder habilitar nuevos desembolsos (que serán necesarios). Teniendo en cuenta que las estimaciones de los analistas han ido corrigiéndose al alza sistemáticamente y que la situación cambiaria recién está mostrando señales de calma, no sorprendería que el nuevo sondeo muestre un mayor deterioro de las expectativas. O sea, un escenario incluso más complicado que el descripto anteriormente. La visita a las oficinas del FMI en Washington es casi un hecho confirmado.

El BCRA sigue enfocado en apagar el incendio cambiario. La prioridad por estos días es lograr tranquilizar la situación cambiaria tras la corrida que se llevó puesto al anterior presidente de la entidad. Las medidas adoptadas ya fueron analizadas, pero en su conjunto apuntan a desalentar la dolarización de portafolios. Lógicamente, la fortísima reducción de liquidez trae efectos colaterales, sobre todo por el lado de la actividad. Dado que las posibilidades de flexibilizar la política monetaria a corto plazo son bajas, más temprano que tarde empezará a resentirse la cadena de pagos. Con el 2018 prácticamente jugado, el Gobierno está empezando a enfocarse en un 2019 políticamente clave pero que, en términos económicos, tampoco luce muy positivo. Acaso ello explique el intento del Presidente de ofrecer un futuro mejor. El problema es que la sociedad perdió la confianza tras la crisis y ahora pide resultados.

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