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EE.UU. lanza una ruinosa y estúpida guerra comercial

El nuevo encarecimiento de las importaciones que dispuso Donald Trump es sólo la reiteración de una vieja y fracasada idea

19 junio de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

El nuevo encarecimiento de las importaciones que dispuso el viernes 15 de junio el presidente Donald Trump es sólo la reiteración de una vieja y fracasada idea. Se aplicó por primera vez en 1929, hace 88 años, para revertir la naciente crisis económica de Estados Unidos y sus catastróficos efectos ayudaron a instalar la fulminante recesión que precedió a la Segunda Guerra Mundial. Al igual que en estos días, los líderes de entonces imaginaron que recortar el abastecimiento externo para crear más fuentes propias de inversión y trabajo, era un problema de soberanía nacional y de voluntad política (América Primero). No previeron que las naciones exportadoras afectadas iban a responder con furia y con medidas de efecto equivalente. Unos 1.028 economistas de la época le solicitaron al Presidente de la República y a los miembros del Congreso que anulara la enmienda Smoot-Hawley (Ley de Tarifas) sancionada el 17/6/1930, la que se había proyectado para reducir el intercambio elevando los aranceles de importación. Un calco de lo que acaba de hacer el brillante Jefe de la Casa Blanca.

Otros 1.140 economistas, entre ellos catorce Premio Nobel, pidieron algo parecido meses atrás, cuando el ocupante de la Oficina Oval anunció que evaluaba la posibilidad de reiterar ese disparatado enfoque mercantilista, con la peregrina intención de bajar el déficit de la balanza comercial. Como en el siglo pasado, los hechos superaron la ficción y la especulación académica. Estados Unidos y China se embarcaron sin más en una primera andanada de restricciones económicas basada en el aumento al 25% en ciertas importaciones de ida y vuelta, cuyo sentido habrá que entender y están en el orden de los US$ 50.000 millones por cada lado, con promesas de aumentar en forma automática el nivel de esas barreras según sea la conducta de su contraparte (50.000 menos 50.000 es matar del comercio de ambos lados sin aparente efecto monetario real sobre el déficit). Si uno entendió bien lo que pasa, con ello sólo lograrán contraer el comercio sin eliminar el origen del desequilibrio comercial.

Alguien debería tener la paciencia de explicarle al Presidente de Estados Unidos que hay dos problemas: uno de ellos son las seculares dificultades de acceso al mercado y las trampas oficiales que se hacen en materia de exportación, ángulo en el que a Washington no le falta razón. El otro es la escasa competitividad de Estados Unidos, sobre lo que el habitante de la Oficina Oval no ha dicho ni pío. Y ese es el problema, tigre.

Huelga decir que tanto el establishment político de los años '30 como el de 2018 desoyeron el consejo de los especialistas y siguieron adelante. De inmediato, las naciones afectadas por la restricción comercial adoptada el Siglo pasado aplicaron sin pestañar represalias equivalentes al arbitrario recorte de exportaciones realizado por Estados Unidos y el comercio global se redujo, en doce meses, en algo menos del 70%. Algo parecido a todo esto recordó Christine Lagarde, la directora gerenta del Fondo Monetario Internacional (FMI). Además, tanto Emmanuel Macron, presidente de Francia y Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, fueron respetuosamente insultados por Trump, quien dijo tenerles simpatía, cuando destacaron su rechazo al trato comercial que estaban recibiendo en su calidad de tradicionales aliados políticos y socios de Estados Unidos, al incluirlos en represalias fundadas en cuestiones de “Seguridad Nacional”.

Siete años después de empezada la locura del siglo pasado, en julio de 1944, antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, las naciones de la época decidieron crear una nueva economía de postguerra y las instituciones de Bretton Woods que dieron marco a setenta años de sostenido crecimiento del comercio global, a paralelas expansiones de la economía real y a un fenomenal desarrollo tecnológico, todos procesos imperfectos, no exentos de problemas de desigualdad y efectos indeseables como el cambio climático y el menoscabo del medio ambiente, pero a fin de cuentas dejando un balance muy favorable para la calidad de vida del planeta. Los vergonzosos bolsones de hambre y miseria que aún subsisten, son mucho menores que los registrados en cualquier otro período de la humanidad. Y ese inventario de progreso es el que pende de un suspiro tras la decisión unilateral y de cuestionable legalidad adoptada por Estados Unidos, de aumentar por razones de “Seguridad Nacional”, primero, los aranceles de importación al aluminio y el acero, para luego completar ese acto con la “heroica lucidez” de lanzar otro aumento del 25% a los aranceles de importación sobre unas 1.100 líneas de productos que, según los anuncios, afectan a desarrollos previstos por China en calidad de futuros motores de su modelo de producción, comercio y tecnología en el año 2025.

Pero no sólo China (que abastece de US$ 500.000 millones anuales de bienes y servicios a los Estados Unidos), México y Canadá (US$ 600.000 millones, con el Nafta ahora en estado de incertidumbre) y la Unión Europea (US$ 450.000 millones), aplicaron represalias y demandaron a Washington en la OMC. Aún están en lista Japón, la India y otras naciones afectadas, las que ya ejecutaron o preparan decisiones similares. Si se aplica la lógica del sistema, Estados Unidos debería pagar su penitencia y dar marcha atrás, como sucedió con la sobretasa del 10% que aplicó porque sí, también unilateralmente, el presidente Richard Nixon en 1971, al formular la reforma monetaria y fiscal que anunció en el Museo Smithsonian.

Al margen de lo anterior, lo que debería saber la opinión pública, es que la predicciones de los que sostuvimos que este camino equivalía pegarse un tiro en los pies (el lector puede elegir el blanco anatómico que prefiera), ya empiezan a verificarse, ante los primeros conatos o ruidos de guerra comercial, los efectos económicos recesivos. En la edición del domingo 17 de junio del New York Times, se afirma, como cabía esperar, que el precio de ciertos commodities (insumos primarios) está en alza y las órdenes internacionales de bienes manufacturados y agrícolas tienden a frenarse. Al mismo tiempo, se registran decisiones consistentes de congelamiento o postergación de planes de inversión. O sea que el clima de enfrentamiento generado por Washington resultó suficiente para golpear las tendencias del comercio, la producción y las inversiones.

Los chinos también se preocuparon en pegarle a Estados Unidos donde más le duele (aviones de Boeing, automóviles y sus partes y productos agrícolas como maíz y soja, o manzanas, cerezas, peras y vino, que son las base exportadora de las regiones de su país en las que se eligen legisladores clave para Trump dentro de las elecciones de noviembre próximo).

No obstante el llamativo alineamiento del Partido Republicano con el Presidente, éste tampoco la lleva fácil con el Congreso. Senadores como Marco Rubio o Corker no le perdonan a Trump que haya negociado (según él, a pedido del presidente Xi Jinping), el levantarle las restricciones operativas a la empresa china ZTE (la que fabrica artículos como los módems de internet tan populares en la Argentina y el resto del Mundo), por entender que la misma se apropió ilegalmente de secretos tecnológicos y realizó fraudes en materia de propiedad intelectual altamente sensibles para ese país. Rubio está entre los que formó una corriente de legisladores que tratan de impedir el levantamiento de las restricciones operativas a ZTE, que actualmente se halla a punto de quebrar y no opera con normalidad, a cambio de una multa total de unos US$ 2.300 millones. Por su lado, el senador republicano Corker logró apoyo de los dos partidos mayoritarios para impulsar un proyecto legislativo que sometería al Presidente a la necesidad de obtener autorización del Congreso antes de invocar la Sección 232 de la Ley de Comercio de 1962 (Seguridad Nacional). Ciertos miembros de ese poder están un poco asustados con el tema y piensan que sería maniatar la capacidad operativa del Presidente.

A todo esto, la Comisionada de Comercio de la Unión Europea (UE), Cecilia Malsmtröm sostiene que la antedicha escalada de Trump en la que no discrimina aliados políticos y socios comerciales de toda la vida de los adversarios peligrosos como China, contra lo que ella vuelve a sugerir una estrategia común, corre el riesgo de convertir su slogan “América primero” en “América Sola”. Ya no es riesgo, querida Cecilia. América está sola.

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