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Tras la crisis

No será fácil digerir que fuimos el único país en soportar una crisis cambiaria y, aun con reservas récord, tardar tres semanas en contenerla

Héctor Rubini 17 mayo de 2018

Por Héctor Rubini Instituto de Investigación en Ciencias Económicas de la USAL

La exitosa licitación de las Lebac y el retorno de fondos del exterior revirtieron la tendencia al agravamiento de la crisis cambiaria. El dólar retrocedió, y asoma una oportunidad para liquidar definitivamente este episodio.

Sin embargo, y como reconoció ayer el titular del BCRA, se ha perdido en gran medida la credibilidad en la política monetaria en curso. No será fácil digerir que nuestro país fue el único del mundo en soportar una crisis cambiaria, y que la autoridad monetaria tardó tres semanas en controlarla contando con el nivel récord de reservas internacionales. Tampoco la decisión de pedir un préstamo al FMI, la que ahora complica políticamente al Gobierno. Si la corrida cambiaria ya se cortó el martes, ¿en qué sentido sería “preventivo” endeudarse con el FMI?

A esto se ha sumado una ambigüedad de mensajes que dificultan entender el diagnóstico oficial del escenario económico durante y después de la crisis.

El ministro de Hacienda y el titular del BCRA hablan de un supuesto “proceso de desinflación”, pero este año tiende a acelerarse y acercarse más al 25%-30% que a la meta oficial de 15%.

Uno de los CEO de la Jefatura de Gabinete afirmó que la meta de inflación de 2016 era no creíble, luego de ajustarse a ella y sin haberla modificado ni abandonado.

El ministro del Interior afirmó que los fondos que invierten “especulativamente” en Lebac no deberían volver más al país, pero el aporte de fondos de dos de ellos son los que definieron el fin del clima de pánico de la plaza local.

El Poder Ejecutivo se muestra firme para aumentar las tarifas públicas, pero dos de los partidos de la alianza gobernante se han mostrado públicamente en contra de la dinámica seguida en lo que va de 2018.

El ministro de Finanzas afirmó la semana pasada que lo más conveniente para el país es tomar deuda del FMI porque es la más barata, pero sigue endeudando al Gobierno en los mercados local y externo a tasas más altas.

La confianza en estabilizar la inflación con una tasa interbancaria mientras no cede la emisión monetaria, ni han finalizado los ajustes de precios clave (tarifas y salarios) que no responden ni por asomo a la supuesta intención de “anclar expectativas” con una tasa interbancaria a siete días.

El titular del BCRA sigue sosteniendo que el régimen es de tipo de cambio “flotante”, aunque no parece ser el caso, al menos durante estos días.

De manera menos visible, se torna inevitable volver a examinar la continuidad de la combinación de instrumentos de los últimos dos años y medio: expansionismo fiscal y monetario, metas de inflación, dominancia fiscal sobre el BCRA, flotación “sucia” y libre movilidad de capitales.

La primera incógnita a develar es cual será la política cambiaria para lo que podría llamarse la poscrisis. ¿Tipo de cambio flexible? ¿Fijo? ¿Seguir con flotación administrada? El plan que se le presente al FMI debe tener una definición clara al respecto.

La crisis dejó muy claro que la incertidumbre sobre a qué tipo de cambio interviene el BCRA no ayuda a reducir la volatilidad ni las expectativas devaluatorias, y no es nada desconocido. No es para nada escasa la literatura teórica y empírica sobre la relevancia de que las autoridades especifiquen y apliquen reglas y procedimientos de intervención claramente definidos y creíbles. De ahí la percepción prevaleciente de que sin un previo ordenamiento fiscal y de precios relativos, la combinación de flotación administrada con inflation targeting no parecería ser una estrategia de estabilización sino el síntoma externo de la inexistencia de una real estrategia de estabilización. O dicho de otra manera: el signo externo de una decisión política de no luchar de verdad contra la inflación, sino de la falta de capacidad, o voluntad, de subordinar otros objetivos de política al de preservar el valor de la moneda. O sea: convivir con la inflación, no tratar de derrotarla.

La sustitución las metas originales de inflación por otras algo mayores y con un BCRA subordinado a directivas externas deterioró la credibilidad en las políticas macro. Pero también la política monetaria aportó lo suyo. Más allá del discurso de las autoridades, de contractiva no tiene nada. En 2017 el circulante en manos del público creció 31,9% y la base monetaria, 31%. Y si se toman los saldos promedio hasta el 11 de mayo, con respecto a igual período del año pasado el circulante en manos del público creció 30,2% y la base monetaria 27%. Imposible esperar para este año una inflación del 15%. Ya entre enero y abril de este año el IPC creció 9,6% y los tres índices mayoristas entre 13,8% y 15,9%. Es llamativo que alguien pudiera haber creído (y seguir creyendo quizás) en la factibilidad de una meta de inflación de 15%, o que con libre movimiento de capitales y un impuesto a la renta a las Lebac no iban a producirse salidas de capitales con efectos desestabilizantes.

Superadas estas tres lamentables semanas, se sigue en el punto de partida: los fundamentals y los problemas de credibilidad no se han modificado con la salida de esta crisis, y los desafíos macro exceden al BCRA. Se trata revertir los déficits gemelos (fiscal y de cuenta corriente) que tornan frágiles cualquier intento de compromiso con alguna regla cambiaria o monetaria.

Si algo ha quedado en claro es que el mix de políticas en curso no es viable ni creíble. Si no se cambia, y a tiempo, las turbulencias cambiarias no tardarán en retornar. Algo a lo que en otras décadas, lamentablemente, condujo a padecer años de estancamiento, alta inflación y empobrecimiento.

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