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Y en el mismo lodo, todos manoseaos

Hay que seguir de cerca la letra chica del acuerdo con el FMI, cuando y cuanto bajará la tasa el BCRA, el impacto de la crisis en la actividad económica y la recaudación

30 mayo de 2018

Por Diego Falcone Head Portfolio Manager de Cohen

Los '90 fue una época dorada para la corporación política porque fue en esa década cuando vimos saludar desde el balcón del Palazzo Chigi al primer ministro Silvio Berlusconi (1994) o subir las escalinatas del Palacio de La Moncloa a José María Aznar (1996) y decretar el fin de la hegemonía socialista en España. En Inglaterra, los laboristas lograban suceder a los conservadores gracias al triunfo de Tony Blair (1997) y, en nuestro país, Carlos Menem (1995), transitaba tranquilo su segundo mandato entre la estabilidad del 1 a 1 y el “voto cuota”.

El mundo era un lugar más seguro gracias a la desaparición de la Unión Soviética (todavía Bush y Cía. no habían desatado la guerra contra al terrorismo) y las estructuras políticas heredadas de la Guerra Fría seguían vigentes aunque la alternancia entre partidos o coaliciones dependía exclusivamente de la marcha de la economía (los movimientos antisistema eran minoritarios y los indignados aún no habían nacido).

Pero en la segunda década del Siglo XXI, este mundo feliz, quedó definitivamente atrás. En Italia están sin gobierno desde hace rato y no terminan en la banquina porque el Banco Central Europeo se viene ocupando de que la lira italiana no siga los pasos de la lira turca. En España, el querido Mariano Rajoy gobierna en minoría y su gestión está cada vez más comprometida por hechos de corrupción (hechos que aquí no ocuparían ni un titular de un diario vecinal). En Londres, Theresa May no sabe qué hacer con el Brexit pero tiene la ventaja de conservar la libra como moneda de curso legal y, si al final se pudre todo, pueden devaluar y a otra cosa. En la región, Brasil no sólo tiene un gobierno provisorio jaqueado por piquetes y huelgas, tampoco tiene un candidato que seduzca ni a la gente ni a los mercados y en México, parece que encontraron la receta para lidiar con el muro de Donald J. Trump y están por elegir a Andrés Manuel López Obrador (el Sergio Massa en versión azteca) y los mercados están en modo pánico. En este cambalache, nuestro país cuenta con una única ventaja: su gobierno, ante la crisis, pudo elaborar una respuesta acorde (aunque tardía) y tiene (todavía) un importante apoyo electoral. No es poco en los tiempos que corren.

Mejor por arriba que por abajo

La crisis acomodó al dólar en el umbral de los $25 pero lo grave es que aún con una depreciación del 25% parece que este movimiento aún no está del todo finiquitado y, aquellos que pronosticaban un dólar $23 para diciembre (incluido yo), ahora esperan un nuevo salto a $27 en los próximos meses (para fin de año, ya nadie se anima a dar un resultado).

¿Por qué esperar una nueva devaluación en tan corto plazo? Le doy para elegir varias opciones: a) la tasa del bono americano podría subir al 4% (tal cómo espera un banco de primera línea de EE.UU.) y desatar la fiebre por el superdólar, b) una profundización de la crisis de Italia (no me sorprendería) y un aumento en la aversión al riesgo a todo lo que no sea moneda dólar o c) los pedidos del FMI para corregir el déficit de cuenta corriente impliquen un dólar más alto. Creo que estamos en una época donde es mejor equivocarse para arriba que para abajo. Por el contario, en las épocas doradas del carry trade (2016-2017), era al revés, esperar un dólar más alto y equivocarse se pagaba muy caro.

Euforia y bajón

Cuando una crisis se desata, el pánico a que todo se va a “la merde” nos pone eufóricos y la respuesta de nuestro cerebro es mandarnos a comprar dólares y frenar toda decisión de inversión o gasto. Pero una vez superado la excitación del momento, la adrenalina baja y con ello la expectativa de que se viene el fin del mundo. Al final, nos damos cuentas que seguimos vivos aunque maltrechos. Es en este momento, mientras contemplamos lo que la crisis se llevó puesto, que no es conveniente hacer pronósticos porque todo lo vemos negativo, son los efectos del bajón. Ahora no es momento de tomar decisiones, ya habrá tiempo para la revancha.

Colchonero, rey de bastos, caradura o polizón

Pero lo más difícil del bajón es el tedio, la falta de expectativa, la idea de que todo seguirá igual (de mal). ¿Qué podemos ver de positivo o esperanzador? La respuesta del BCRA ante la escalada del dólar (y la inflación) subiendo la tasa al 40%, el anuncio de una meta de déficit fiscal más ambiciosa (2,7% del PIB, que seguramente termine siendo 2,5%), la habilidad de Luis Caputo para conseguir fondos frescos en el peor momento y la decisión de Mauricio Macri de mantener el rumbo (bajar las retenciones al campo y subir las tarifas) fueron todas decisiones muy positivas.

De ahora en más, habrá que seguir de cerca la letra chica del acuerdo con el FMI, cuando y cuanto bajará la tasa el BCRA (si actúa como en 2016, tenemos unos 60 días hasta el primer recorte), el impacto de la crisis en la actividad económica (junio y julio, serán claves) y la recaudación. Son variables que no conocemos y de difícil pronostico. Pero en este contexto global de crisis de representatividad política, aunque estemos en el en el mismo lodo, todos manoseados, no es lo mismo que sea colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.

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