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La causa de la crisis financiera fue la fallida meta de inflación (y no el 28D)

La política monetaria no puede desentenderse de la económica y no hay que limitar la independencia del BCRA sino alinear objetivos

29 mayo de 2018

Por Daniel Glatstein Economista

La abrupta suba en el tipo de cambio nominal puede atribuirse a dos causas principales: la política monetaria implementada y la caída en la credibilidad de la autoridad monetaria.

La idea de buscar un equilibrio fiscal de manera gradual no fue por considerar ésta la mejor alternativa sino por creerla la más sólida desde una mirada política. El gradualismo se basa en la premisa de que toda estrategia económica debe plantearse en el marco de la sustentabilidad del proyecto político. Impulsar un ajuste de shock podría generar una recesión que destruiría el consenso del Gobierno, lo cual provocaría que se pierdan las elecciones y adiós proyecto político.

El punto flojo de la estrategia gradualista estuvo en la forma en que el BCRA acompañó esa política. Cuando en abril del 2016 se había completado la salida del default y del cepo de manera exitosa, el BCRA tendría que haber bajado las tasas hasta un nivel de un par de puntos por encima de la tasa de inflación esperada.

Sin embargo, el BCRA decidió una estrategia de tasas superaltas que alimentó el carry trade y con éste la apreciación del peso, que fue engordando un déficit de cuenta corriente que se transformó en el mayor peligro de la estrategia económica. El objetivo del BCRA era mantener a raya la inflación con ancla en el tipo de cambio. Pero no sólo que la inflación se mantuvo alta, sino que sembró la semilla de la crisis que cosechamos ahora. Se sobreactuó con la tasa de interés intentando alcanzar objetivos imposibles, lo cual provocó daños mayores.

Otro aspecto importante de esta crisis es la falta de confianza de los agentes económicos. En este sentido, la génesis está en las metas de inflación y no en el famoso 28D.

El objetivo de contar con metas de inflación es direccionar las expectativas, conducirlas hacia un sendero determinado. En la medida que se van cumpliendo los objetivos fijados, los agentes económicos van ganando confianza, y finalmente son las metas las que condicionan las expectativas. Lamentablemente, el BCRA propuso metas inalcanzables, y al no cumplir con su palabra, provocó que los agentes perdieran confianza en la autoridad monetaria, hasta el punto de un total descreimiento. Basta revisar el Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM) para observar cómo las proyecciones de los especialistas fueron alejándose cada vez más del sendero de metas trazado por el BCRA. En este sentido, es mejor no plantearse metas que incumplir con la palabra.

El 28D fue un sinceramiento, que lejos de ser problemático para la estrategia del BCRA, fue una mano que se le tendió para permitirle achicar el margen de error. ¿O acaso sin el 28D se hubiera alcanzado la meta de 10% de inflación para 2018? Adicionalmente, el 28D permitió bajar un poco las tasas y descomprimir en parte la bomba del carry trade. Probablemente, de no haber sido por el 28D, la situación actual sería mucho peor, porque la apreciación del peso habría sido mayor y por lo tanto, la volatilidad actual sería más elevada.

La enseñanza que nos debe dejar esta crisis es que no se puede rifar la credibilidad de las instituciones porque al igual que en el cuento del pastorcito, cuando necesitás que te crean es cuando tomás dimensión del valor de la palabra. Otra enseñanza fundamental es que la política monetaria no puede desentenderse de la política económica. No se trata de limitar la independencia del BCRA, sino de alinear objetivos para el bien de ambos.

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